La muerte de Fucho
Cuando nos enteramos que habían asesinado al compadre Fucho, todos corrimos a buscar a su viuda y darle el pésame de rigor, sin tener la menor idea que tendríamos tantos problemas para darle cristiana sepultura: fue una experiencia difícil de creer para aquel paisano que no viva nuestra realidad, como mi hermano Carlos que tiene más de 30 años fuera de Venezuela.
La tragedia comenzó el día miércoles, cuando cuatro facinerosos le dieron la voz de “quieto”, entonces le robaron su bella gorra de los yanquis y su celular de última generación, no sin antes meterle dos tiros en la despedida accidentada, que hicieron los mal vivientes en su huída.
El pobre hombre quedó sin vida en el pavimento. No pudimos hacer nada por él y allí llevaba dos horas mientras llegaba el forense. Me daba mucha pena mi compadre allí tirado, entonces opté por llevarlo al hospital e ingresarlo sin vida para alcanzar un respeto por sus restos y fue una buena decisión porque luego me enteré que la gente de la morgue no llegó nunca a recogerlo.
Después de varias horas en la cava del hospital, sus restos fueron enviados a la morgue para el examen patológico y criminalístico y eso fue un verdadero calvario, pues había carencia de patólogos y muchos infortunados esperando atención post morten, razón por la cual nos encontramos en medio de la noche del sábado, esperando que nos entregaran el cadáver del malogrado Fucho, cosa que sucedió el domingo en la mañana.
Hicimos una vaca para juntar una plata y adquirir los servicios de una funeraria que queda cerca de la casa de Fucho, cuyo pote legó a los 50 mil bolívares, sin embargo el servicio fue un verdadero drama porque no se conseguía formol y hasta el ataúd fue un vía crucis conseguirlo, porque había una seria escasez .
“Yo no le deseo a nadie que muera inesperadamente. Lo mejor en estos tiempos que estamos viviendo es que todo se de en forma pausada y de la oportunidad de conseguir todas las cosas necesarias, para un entierro decente”: Eso le dije a mi hermano Carlos.