El muerto de Uchire.
LUIS ALFREDO RAPOZO.
I
Magno Guarata venía en la carroza vestido con su franela de rayas multicolores y un sombrero de pajilla que según su amigo Lisandro Borotoche, nunca se quitaba para cuidarse del terrible sol uchireño, que le calentaba la cabeza al extremo de elevarle la tensión y hacerle insoportable andar en la calle.
Detrás de la carroza donde llevaban los restos de Isidro, llegaba también una camioneta cargada de aparejos, candelabros plateados, floreros y otros utensilios que se utilizarían para la velación del cadáver; la cual se haría en la sala de la casa de la hermana mayor de los Guarata, a quien consideraban como la madre de todos, porque los había criado siendo una niña, como si fuera una madre sustituta. Habían recorrido 125 Km. desde Barcelona hasta Uchire y cuando pasaban por el Hospital que está en plena carretera y se aproximaban al barrio “Las casitas nuevas” donde vivían, se encontraron con un río de gente que hacía difícil el paso de la carroza hasta la casita de los Guarata.
Si hay una palabra que resuma la expresión que tenían los vecinos y amigos de los Guarata en los rostros, quizás sea la de “sorpresa’: todos estaban sorprendidos por la muerte de Isidro y se enteraron por la radio comunitaria, quienes anunciaron esa mañana “que Isidro Guarata había sido encontrado muerto en la morgue del Hospital Luis Razetti de Barcelona, donde tenía varios días en cava sin ser reconocido, ni reclamado por nadie”. Tan pronto la noticia circuló por el pueblo como una chispa en la pólvora, los negocios cerraron y los centros educativos suspendieron sus labores. ‘Eso explica-decía Carlos Chivico, por qué se encontraba tanta gente frente a la casa de los Guarata y la gente caminando por la carretera como una procesión de místicos, que iban con su velas y cirios para rezarle al desafortunado de Isidro”.
Efectivamente, no cabía un cristiano en la casa y entonces tomaron la calle, patios vecinos y frentes de las casas circundantes para esperar los restos y cuando llegó la carroza, ya un mar de luces brillaban extendidas como un mosaico de alfombras en los alrededores, bajo el intenso sol de las dos de la tarde.
Una jovencita que esperaba en la carretera frente al caserío de Punto Lindo, le dijo a Chicho Ramírez -cuando le dio un aventón-, “que no conocía a Isidro, pero igualito iba a rezarle y a llorarle un poquito según le pidió su abuela, que no podía hacer acto de presencia porque estaba en cama y también le dijo que era una costumbre y comportamiento ancestral y que no importaba ser conocido del muerto para mostrar solidaridad con una familia.” Chicho dejó a la muchacha frente al barrio y desde allí pudo ver el preciso instante, cuando cargaban la urna desde la carroza hasta la casa.
Ya en la Alcaldía había un movimiento inusual y el ciudadano Alcalde se lamentaba no haber llegado de primero a donde los Guarata para que todos le vieran dando el pésame a la familia y declarando para la radio, entonces “la gorda” María Hernández que trabaja en un cargo impreciso de celebraciones y festejos, le dijo “…que de repente podían habilitar la cancha de básquetbol con todo y equipo de sonido para que diera un discurso ante tanta gente y hasta regalara unas bolsitas de comida a los asistentes como un acto adelantado de campaña electoral”, pero Justiniano Aguana que fungía de asesor del Alcalde en cuestión de imagen, le recomendó no asumir protagonismo con el dolor ajeno, sin embargo podían repartir volantes para anunciar un gran acto el sábado siguiente, en la plaza frente al stadium, con música llanera y mucha cerveza gratis.
II
Isidro Guarata era un hombre de 56 años que nunca había salido del pueblo ni para sacarse la cédula de identidad, era albañil, oficio que aprendió toda su vida construyendo casas de baharaque, de adobe y de bloques y luego se ganaba la vida reparando, manteniendo y añadiendo parrilleras para asar el pescado; camas, mesones, sillas de cemento y cuanta cosa le pidieran los parroquianos que se la pasaban permanentemente luchando contra el salitre, el sol inclemente y los inviernos constantes que pueden tumbar una casa si el dueño no se ocupa de cuidarla. También se internaba en la laguna para pescar lebranches, róbalos , catacos, lisas, con su atarraya y de vez en cuando buscaba camarones tanto para el consumo de la casa, como para los restaurantes que bordean la carretera y a donde llegan los transeúntes en búsqueda de un buen caldo o un pescado frito. Lo cierto, es que Isidro era muy tranquilo, aunque nunca se perdía una reunión; celebración, fiesta, donde quiera que se diera y todos lo consideraban como alegre, sano, jovial y echador de broma permanente. Y si algo le gustaba a Isidro era escuchar y bailar música llanera e incluso se vestía con su camisa a cuadros y sus pantalones tejanos debajo de un buen sombrero campesino que era parte de su ser. Era tan tranquilo y predecible Isidro, que cuando se cumplieron los dos meses de su ausencia sin saber de su destino, su hermana reconoció que ya era mucho tiempo esperando que se apareciera y “que era demasiado fuera de lugar, que nadie supiera dónde andaba, ni con quién y lo más extraño era que no se había llevado nada, ni se había despedido ni siquiera de ella, que era como su madre”. Fue entonces, que la matrona habló con Magno, el hermano mayor de los varones para que se pusiera en misión de búsqueda y denuncia de la desaparición de Isidro. De esa manera, Magno se tomó muy en serio la encomienda y comenzó a recorrer las autoridades y centros hospitalarios para buscar una pista que condujera hacia Isidro o por lo menos descartara que estuviera preso, enfermo o muerto. Así fue como Magno llegó a Barcelona aquella mañana.
III
Tardó en llegar a Barcelona porque estuvo avisando a propios y allegados en cuanto pueblito y caserío se conseguía en el camino sobre la desaparición de Isidro e informando de la desesperación que tenían en casa. Estelita Guarapana le dijo que “quizás se lo llevó el mar o tal vez se ahogó en la laguna por ponerse a pescar cuando las aguas están revueltas por el invierno”; Jesús Peche le dijo “que lo habían visto en Caracas montado en el transporte subterráneo” y Juan Chanchamire le dijo “que lo habían visto en Valle Guanape aprendiendo a hacer queso bajo en sal”, pero nadie supo darle plena seguridad del destino de Isidro. Hasta Melecio Chira que no es dado a hablar y que tenía como veinte años sin pronunciar cinco palabras seguidas, le dijo “que a lo mejor andaba con una vieja en algún lugar de los llanos del Guarico, debajo de un palmar viviendo un amorío y además le aconsejó que no se preocupara porque las malas noticias siempre llegan rápido.” Pero, Magno continuó hacia Barcelona para cumplir el mandato de la señora Guarata, quien lo llamaba permanentemente por el teléfono celular y le decía a dónde ir y qué puertas tocar en el camino.
Cuando llegó a la oficina de la policía técnica, el inspector Yaguaracuto le dijo claramente que “…no tenían ninguna persona en sus archivos que coincidiera con los datos de Isidro”, sin embargo, la cosa no fue tan fácil y Magno primero tuvo que esperar que lo atendieran; llenar varios cuestionarios sobre la desaparición de Isidro, consignar una foto, luego responder preguntas como si él fuera culpable de su desaparición y finalmente lo mandaron a revisar la morgue, por si acaso estaba allí y ellos no lo sabían.
Mucho tiempo después, Magno llegó a decir que dentro de la policía sudó a raudales, pues el ambiente era inhóspito e incluso la tensión se le subió y tuvo que sentarse un buen rato para seguir con la misión de buscar a Isidro y cumplir con su palabra. Pero, tan pronto se sintió mejor se fue a la morgue del hospital Luís Razetti para culminar su gira y regresar a Uchire.
“Cuando llegué a la morgue estuve a punto de devolverme” , le dijo a Lisandro Borotoche quien muchos años después siempre le pedía que le echara el cuento nuevamente y sobretodo cuando le llevaba amigos para que le conocieran como si fuera una estrella de holliwood o el niño perdido por 20 años en una selva encantada. “Quería devolverme porque me revuelve el estomago estar en un sitio nada amigable y también porque no pensaba que allí estuviera Isidro” –dijo- “pero, en ese momento me llamó mi hermana y no tuve otro camino que seguir adelante. En la recepción estaba un tipo con cara de fantasma, como de muerto, quien revisó una lista de dos meses y allí no estaba el nombre de mi hermano. Pero un patólogo que venia saliendo con su bata ensangrentada por su faena, vio la foto de Isidro que tenia el funcionario y le dijo “que se le parecía a uno que había trabajado días atrás”. “Yo le ilustré-dijo Magno- que mi hermano es indio, buen mozo, canoso, alto y se parece a Reinaldo Armas, celebre cantante de música folclórica” y el médico dijo “que por allí había un tipo con esas señas”. “Por eso fue que entré a la sala siguiente-contaba Magno- donde estaban montones de cadáveres tirados en el piso como si fuera un mercado de reses o un almacén de difuntos. En ese grupo no vi a nadie que se pareciera a mi hermano siquiera y entonces respiré nuevamente pensando que el hombre no estaba allí, pero luego el médico me dijo que pasara a las cavas para ver si estaba allí y efectivamente después de prevenirme que tenían mucho tiempo esos cadáveres en frío, a veces se deforman un poco y cuando abrió la nevera se me doblaron las piernas cuando vi a Isidro, muerto.”
-¿Está seguro? –le preguntó el médico- y él le contestó que si, quitándole la vista, mientras se iba en llanto como un niño.
IV
El funcionario con cara de fantasma que señalaba Magno, era Hilario Quiaro y él fue quien le dijo “que Isidro había sido encontrado dentro de un carro tratando de robarlo en el barrio Sucre de Puerto La Cruz, pero el dueño lo vio desde la ventana y desde allí mismo le disparó matándole en el acto, pero el hombre muerto no tenia identificación: por eso estaba en la morgue, aguardando quien le reclamara.’
Magno informó a su hermana del hallazgo y esta le dijo “que se encargara de todo y se lo llevara a Uchire, para proceder cristianamente a darle sepultura”. Entonces, Magno contrató los servicios de una funeraria por 4 millones de bolívares, quienes debían embalsamarlo y trasladarlo a Uchire y así se hizo. Antes –Magno-, se fue de compras para vestir al muerto con su camisa de cuadros, un pantalón tejano y su sombrero, como le gustaba vestir a Isidro.
V
El ataúd fue colocado en el medio de la sala y allí estuvo cerrado un buen tiempo hasta que la señora Guarata salió de la habitación principal con los ojos hinchados y enrojecidos de tanto llorar por la muerte de su hijo -como ella le decía a su hermano menor-. Alrededor del féretro ya estaban las mejores mujeres rezanderas dando inicio al rosario y encendiendo cirios en la cabecera y colocando flores silvestres traídas de todas partes. La mujer tomó su sitio, parada en un costado del ataúd y ordenó que se abriera para que todos despidieran a Isidro y le vieran. Cipriano Guarata abrió la portezuela del féretro y dejó ver el maquillado cadáver de Isidro con su sombrero nuevo y su hermosa camisa de vaquero como la que usan los cantantes, ante una cámara de televisión. “Parece un artista” llegó a decir una señora rezandera que nadie conocía y que seguramente vino de algún caserío cercano para rezar y tomar café con algunas vecinas que le acompañaban. Entonces, la señora Guarata se quedó observando el rostro de su hijo detenidamente y exclamó con una voz que le salió del alma: “!Ese no es Isidro, carajo!”.
VI
El silencio se adueñó del lugar como si fuera una especie de sombra que se comiera hasta el ruido que hacen las manecillas del reloj. Inmediatamente, Cipriano Guarata encabezó la ola de hombres que rodearon a la mujer pensando que estaba viviendo una crisis por la muerte de Isidro al no querer reconocer su fatalidad.” Yo conozco cada detalle de mi hijo y ese no es Isidro-decía la señora con una voz imperativa- y si quieren, revísenlo para que busquen sus cicatrices y marcas que tiene desde niño, ganadas saltando alambres y sufriendo caídas con sus travesuras”. Magno llegó a decir posteriormente que en ese momento sintió que no tenia garganta y no podía pronunciar una sola palabra por más que lo intentaba y hasta llegó a decir que creía que se había quedado mudo del susto-contaba su amigo Borotoche que se sabía el cuento de cabo a rabo-. Efectivamente, los hombres abrieron completamente el féretro impregnando de formol el ambiente y tuvieron que aceptar que ese cadáver no era de Isidro.
La señora Guarata no sabía cuando reía y cuando lloraba en un estado de confusión sentimental que solo explotó cuando la gente comenzó a murmurar en voz alta, agradeciendo a Dios que Isidro estaba vivo… ¡Aleluya, señor!-gritaba un cristiano como si hubiese presenciado un milagro-.
-¿Y ahora qué hacemos con este muerto? –preguntaba Cipriano Guarata riéndose como si estuviese en medio de una comedia insólita. “Tal vez, lo mejor es seguir con la velación de este hombre y enterrarlo, ya que todo esta dispuesto para ello.”
“-De ninguna manera-dijo la señora Guarata mirando a Magno-. Inmediatamente lo devuelves y aclaras ese asunto en la morgue-le dijo señalándole con el dedo-.”
VII
Así fue como Magno regresó de nuevo con la carroza a Barcelona, llevándose el cadáver en un paseo difícil de describir, como si se tratara de un carnaval o un desfile de burbujas con olores de fiesta; “…el pobre hombre que fue asesinado por ladrón llegaba por segunda vez a la morgue, bien maquillado, limpio, embalsamado, vestido como un llanero y hasta con sombrero -dijo Lisandro Borotoche, quien se había ido con Magno en la carroza-.
Cuando el funcionario con cara de fantasma lo vio en la recepción de la morgue le preguntó a Magno: “-¿Viene a buscar a otro difunto?” Y este le contestó algo que quizás nunca se había visto y escuchado en este sitio: “¡Vengo a devolverle su muerto!”
LUIS ALFREDO RAPOZO.
I
Magno Guarata venía en la carroza vestido con su franela de rayas multicolores y un sombrero de pajilla que según su amigo Lisandro Borotoche, nunca se quitaba para cuidarse del terrible sol uchireño, que le calentaba la cabeza al extremo de elevarle la tensión y hacerle insoportable andar en la calle.
Detrás de la carroza donde llevaban los restos de Isidro, llegaba también una camioneta cargada de aparejos, candelabros plateados, floreros y otros utensilios que se utilizarían para la velación del cadáver; la cual se haría en la sala de la casa de la hermana mayor de los Guarata, a quien consideraban como la madre de todos, porque los había criado siendo una niña, como si fuera una madre sustituta. Habían recorrido 125 Km. desde Barcelona hasta Uchire y cuando pasaban por el Hospital que está en plena carretera y se aproximaban al barrio “Las casitas nuevas” donde vivían, se encontraron con un río de gente que hacía difícil el paso de la carroza hasta la casita de los Guarata.
Si hay una palabra que resuma la expresión que tenían los vecinos y amigos de los Guarata en los rostros, quizás sea la de “sorpresa’: todos estaban sorprendidos por la muerte de Isidro y se enteraron por la radio comunitaria, quienes anunciaron esa mañana “que Isidro Guarata había sido encontrado muerto en la morgue del Hospital Luis Razetti de Barcelona, donde tenía varios días en cava sin ser reconocido, ni reclamado por nadie”. Tan pronto la noticia circuló por el pueblo como una chispa en la pólvora, los negocios cerraron y los centros educativos suspendieron sus labores. ‘Eso explica-decía Carlos Chivico, por qué se encontraba tanta gente frente a la casa de los Guarata y la gente caminando por la carretera como una procesión de místicos, que iban con su velas y cirios para rezarle al desafortunado de Isidro”.
Efectivamente, no cabía un cristiano en la casa y entonces tomaron la calle, patios vecinos y frentes de las casas circundantes para esperar los restos y cuando llegó la carroza, ya un mar de luces brillaban extendidas como un mosaico de alfombras en los alrededores, bajo el intenso sol de las dos de la tarde.
Una jovencita que esperaba en la carretera frente al caserío de Punto Lindo, le dijo a Chicho Ramírez -cuando le dio un aventón-, “que no conocía a Isidro, pero igualito iba a rezarle y a llorarle un poquito según le pidió su abuela, que no podía hacer acto de presencia porque estaba en cama y también le dijo que era una costumbre y comportamiento ancestral y que no importaba ser conocido del muerto para mostrar solidaridad con una familia.” Chicho dejó a la muchacha frente al barrio y desde allí pudo ver el preciso instante, cuando cargaban la urna desde la carroza hasta la casa.
Ya en la Alcaldía había un movimiento inusual y el ciudadano Alcalde se lamentaba no haber llegado de primero a donde los Guarata para que todos le vieran dando el pésame a la familia y declarando para la radio, entonces “la gorda” María Hernández que trabaja en un cargo impreciso de celebraciones y festejos, le dijo “…que de repente podían habilitar la cancha de básquetbol con todo y equipo de sonido para que diera un discurso ante tanta gente y hasta regalara unas bolsitas de comida a los asistentes como un acto adelantado de campaña electoral”, pero Justiniano Aguana que fungía de asesor del Alcalde en cuestión de imagen, le recomendó no asumir protagonismo con el dolor ajeno, sin embargo podían repartir volantes para anunciar un gran acto el sábado siguiente, en la plaza frente al stadium, con música llanera y mucha cerveza gratis.
II
Isidro Guarata era un hombre de 56 años que nunca había salido del pueblo ni para sacarse la cédula de identidad, era albañil, oficio que aprendió toda su vida construyendo casas de baharaque, de adobe y de bloques y luego se ganaba la vida reparando, manteniendo y añadiendo parrilleras para asar el pescado; camas, mesones, sillas de cemento y cuanta cosa le pidieran los parroquianos que se la pasaban permanentemente luchando contra el salitre, el sol inclemente y los inviernos constantes que pueden tumbar una casa si el dueño no se ocupa de cuidarla. También se internaba en la laguna para pescar lebranches, róbalos , catacos, lisas, con su atarraya y de vez en cuando buscaba camarones tanto para el consumo de la casa, como para los restaurantes que bordean la carretera y a donde llegan los transeúntes en búsqueda de un buen caldo o un pescado frito. Lo cierto, es que Isidro era muy tranquilo, aunque nunca se perdía una reunión; celebración, fiesta, donde quiera que se diera y todos lo consideraban como alegre, sano, jovial y echador de broma permanente. Y si algo le gustaba a Isidro era escuchar y bailar música llanera e incluso se vestía con su camisa a cuadros y sus pantalones tejanos debajo de un buen sombrero campesino que era parte de su ser. Era tan tranquilo y predecible Isidro, que cuando se cumplieron los dos meses de su ausencia sin saber de su destino, su hermana reconoció que ya era mucho tiempo esperando que se apareciera y “que era demasiado fuera de lugar, que nadie supiera dónde andaba, ni con quién y lo más extraño era que no se había llevado nada, ni se había despedido ni siquiera de ella, que era como su madre”. Fue entonces, que la matrona habló con Magno, el hermano mayor de los varones para que se pusiera en misión de búsqueda y denuncia de la desaparición de Isidro. De esa manera, Magno se tomó muy en serio la encomienda y comenzó a recorrer las autoridades y centros hospitalarios para buscar una pista que condujera hacia Isidro o por lo menos descartara que estuviera preso, enfermo o muerto. Así fue como Magno llegó a Barcelona aquella mañana.
III
Tardó en llegar a Barcelona porque estuvo avisando a propios y allegados en cuanto pueblito y caserío se conseguía en el camino sobre la desaparición de Isidro e informando de la desesperación que tenían en casa. Estelita Guarapana le dijo que “quizás se lo llevó el mar o tal vez se ahogó en la laguna por ponerse a pescar cuando las aguas están revueltas por el invierno”; Jesús Peche le dijo “que lo habían visto en Caracas montado en el transporte subterráneo” y Juan Chanchamire le dijo “que lo habían visto en Valle Guanape aprendiendo a hacer queso bajo en sal”, pero nadie supo darle plena seguridad del destino de Isidro. Hasta Melecio Chira que no es dado a hablar y que tenía como veinte años sin pronunciar cinco palabras seguidas, le dijo “que a lo mejor andaba con una vieja en algún lugar de los llanos del Guarico, debajo de un palmar viviendo un amorío y además le aconsejó que no se preocupara porque las malas noticias siempre llegan rápido.” Pero, Magno continuó hacia Barcelona para cumplir el mandato de la señora Guarata, quien lo llamaba permanentemente por el teléfono celular y le decía a dónde ir y qué puertas tocar en el camino.
Cuando llegó a la oficina de la policía técnica, el inspector Yaguaracuto le dijo claramente que “…no tenían ninguna persona en sus archivos que coincidiera con los datos de Isidro”, sin embargo, la cosa no fue tan fácil y Magno primero tuvo que esperar que lo atendieran; llenar varios cuestionarios sobre la desaparición de Isidro, consignar una foto, luego responder preguntas como si él fuera culpable de su desaparición y finalmente lo mandaron a revisar la morgue, por si acaso estaba allí y ellos no lo sabían.
Mucho tiempo después, Magno llegó a decir que dentro de la policía sudó a raudales, pues el ambiente era inhóspito e incluso la tensión se le subió y tuvo que sentarse un buen rato para seguir con la misión de buscar a Isidro y cumplir con su palabra. Pero, tan pronto se sintió mejor se fue a la morgue del hospital Luís Razetti para culminar su gira y regresar a Uchire.
“Cuando llegué a la morgue estuve a punto de devolverme” , le dijo a Lisandro Borotoche quien muchos años después siempre le pedía que le echara el cuento nuevamente y sobretodo cuando le llevaba amigos para que le conocieran como si fuera una estrella de holliwood o el niño perdido por 20 años en una selva encantada. “Quería devolverme porque me revuelve el estomago estar en un sitio nada amigable y también porque no pensaba que allí estuviera Isidro” –dijo- “pero, en ese momento me llamó mi hermana y no tuve otro camino que seguir adelante. En la recepción estaba un tipo con cara de fantasma, como de muerto, quien revisó una lista de dos meses y allí no estaba el nombre de mi hermano. Pero un patólogo que venia saliendo con su bata ensangrentada por su faena, vio la foto de Isidro que tenia el funcionario y le dijo “que se le parecía a uno que había trabajado días atrás”. “Yo le ilustré-dijo Magno- que mi hermano es indio, buen mozo, canoso, alto y se parece a Reinaldo Armas, celebre cantante de música folclórica” y el médico dijo “que por allí había un tipo con esas señas”. “Por eso fue que entré a la sala siguiente-contaba Magno- donde estaban montones de cadáveres tirados en el piso como si fuera un mercado de reses o un almacén de difuntos. En ese grupo no vi a nadie que se pareciera a mi hermano siquiera y entonces respiré nuevamente pensando que el hombre no estaba allí, pero luego el médico me dijo que pasara a las cavas para ver si estaba allí y efectivamente después de prevenirme que tenían mucho tiempo esos cadáveres en frío, a veces se deforman un poco y cuando abrió la nevera se me doblaron las piernas cuando vi a Isidro, muerto.”
-¿Está seguro? –le preguntó el médico- y él le contestó que si, quitándole la vista, mientras se iba en llanto como un niño.
IV
El funcionario con cara de fantasma que señalaba Magno, era Hilario Quiaro y él fue quien le dijo “que Isidro había sido encontrado dentro de un carro tratando de robarlo en el barrio Sucre de Puerto La Cruz, pero el dueño lo vio desde la ventana y desde allí mismo le disparó matándole en el acto, pero el hombre muerto no tenia identificación: por eso estaba en la morgue, aguardando quien le reclamara.’
Magno informó a su hermana del hallazgo y esta le dijo “que se encargara de todo y se lo llevara a Uchire, para proceder cristianamente a darle sepultura”. Entonces, Magno contrató los servicios de una funeraria por 4 millones de bolívares, quienes debían embalsamarlo y trasladarlo a Uchire y así se hizo. Antes –Magno-, se fue de compras para vestir al muerto con su camisa de cuadros, un pantalón tejano y su sombrero, como le gustaba vestir a Isidro.
V
El ataúd fue colocado en el medio de la sala y allí estuvo cerrado un buen tiempo hasta que la señora Guarata salió de la habitación principal con los ojos hinchados y enrojecidos de tanto llorar por la muerte de su hijo -como ella le decía a su hermano menor-. Alrededor del féretro ya estaban las mejores mujeres rezanderas dando inicio al rosario y encendiendo cirios en la cabecera y colocando flores silvestres traídas de todas partes. La mujer tomó su sitio, parada en un costado del ataúd y ordenó que se abriera para que todos despidieran a Isidro y le vieran. Cipriano Guarata abrió la portezuela del féretro y dejó ver el maquillado cadáver de Isidro con su sombrero nuevo y su hermosa camisa de vaquero como la que usan los cantantes, ante una cámara de televisión. “Parece un artista” llegó a decir una señora rezandera que nadie conocía y que seguramente vino de algún caserío cercano para rezar y tomar café con algunas vecinas que le acompañaban. Entonces, la señora Guarata se quedó observando el rostro de su hijo detenidamente y exclamó con una voz que le salió del alma: “!Ese no es Isidro, carajo!”.
VI
El silencio se adueñó del lugar como si fuera una especie de sombra que se comiera hasta el ruido que hacen las manecillas del reloj. Inmediatamente, Cipriano Guarata encabezó la ola de hombres que rodearon a la mujer pensando que estaba viviendo una crisis por la muerte de Isidro al no querer reconocer su fatalidad.” Yo conozco cada detalle de mi hijo y ese no es Isidro-decía la señora con una voz imperativa- y si quieren, revísenlo para que busquen sus cicatrices y marcas que tiene desde niño, ganadas saltando alambres y sufriendo caídas con sus travesuras”. Magno llegó a decir posteriormente que en ese momento sintió que no tenia garganta y no podía pronunciar una sola palabra por más que lo intentaba y hasta llegó a decir que creía que se había quedado mudo del susto-contaba su amigo Borotoche que se sabía el cuento de cabo a rabo-. Efectivamente, los hombres abrieron completamente el féretro impregnando de formol el ambiente y tuvieron que aceptar que ese cadáver no era de Isidro.
La señora Guarata no sabía cuando reía y cuando lloraba en un estado de confusión sentimental que solo explotó cuando la gente comenzó a murmurar en voz alta, agradeciendo a Dios que Isidro estaba vivo… ¡Aleluya, señor!-gritaba un cristiano como si hubiese presenciado un milagro-.
-¿Y ahora qué hacemos con este muerto? –preguntaba Cipriano Guarata riéndose como si estuviese en medio de una comedia insólita. “Tal vez, lo mejor es seguir con la velación de este hombre y enterrarlo, ya que todo esta dispuesto para ello.”
“-De ninguna manera-dijo la señora Guarata mirando a Magno-. Inmediatamente lo devuelves y aclaras ese asunto en la morgue-le dijo señalándole con el dedo-.”
VII
Así fue como Magno regresó de nuevo con la carroza a Barcelona, llevándose el cadáver en un paseo difícil de describir, como si se tratara de un carnaval o un desfile de burbujas con olores de fiesta; “…el pobre hombre que fue asesinado por ladrón llegaba por segunda vez a la morgue, bien maquillado, limpio, embalsamado, vestido como un llanero y hasta con sombrero -dijo Lisandro Borotoche, quien se había ido con Magno en la carroza-.
Cuando el funcionario con cara de fantasma lo vio en la recepción de la morgue le preguntó a Magno: “-¿Viene a buscar a otro difunto?” Y este le contestó algo que quizás nunca se había visto y escuchado en este sitio: “¡Vengo a devolverle su muerto!”
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