domingo, 6 de enero de 2013
La cuchara de Estelita Guarapana
La cuchara de Estelita Guarapana
LUIS ALFREDO RAPOZO
El día lunes al mediodía estábamos reunidos haciendo un semicírculo frente a la morgue, para retirar los restos de mi compadre Pedrito Guarache.
Todos estaban sorprendidos de la muerte trágica del amigo y muchos no sabían por qué lo habían asesinado, pero como Pedrito fue toda su vida tan servicial y ayudó a mucha gente en ocasiones similares, entonces cada quien sin ponerse de acuerdo con nadie, se dirigió al necrocomio para colaborar en lo que hiciera falta y no dejar al pobre hombre expuesto a la muerte y al frío, en la soledad del lugar, como si hubiese sido una mala persona.
De esta manera, el tumulto de gente superaba fácilmente las doscientas personas que presentaban su aliento y pésame a su hermana Justa Guarache, que vivía con un afro descendente oriundo del pueblo de Curiepe, llamado Juan Pacheco y se encargaba de organizar bailes de tambores en cuanta fiesta parroquial se diera por toda la costa, desde Macuro, casi donde llegó el Almirante Colón hasta el Lago de Maracaibo, donde Alonso de Ojeda le dio nombre a estas tierras.
“Todo sucedió muy rápido” nos contaba Jacinto Guarapana, que era como un hermano para Pedrito y se habían criado juntos al sur de Anzoátegui a donde fueron a la escuela y se cansaron de cazar pajaritos para venderlos a escondidas en época de semana santa, a los turistas que pagaban muy bien por cualquier pajarraco vistoso que cantara bonito. “-Resulta que el marido de Estelita, mi cuñado Julián Guaicara era muy celoso y sabía que Pedrito suspiraba por su mujer desde tiempos infantiles e incluso yo lo sabia y hasta le decía “cuñado” desde siempre, debido a esos amores no afortunados en cincuenta años de amistad -decía Jacinto Guarapana, el hermano de Estelita-. Pero, quién iba a pensar que Pedrito estaría en esa larga lista de venezolanos que perdieron la vida en este fin de semana y mucho menos de manos de mi cuñado, Julián Guaicara-se preguntaba, mientras todos le observaban como si estuviese representando una obra teatral callejera-. A nadie se le hubiese imaginado tal cosa, un solo momento”.
“-¿Es decir, que de los 520 cadáveres que entraron a la morgue este mes, la muerte de Pedrito no se le puede facturar al gobierno, debido a la inseguridad reinante en la ciudad?”-preguntaba entre lloriqueos Clara Cárima-.
“De ninguna manera”, respondió Jacinto y elocuentemente echó el cuento, recordando que ambos hombres estaban bien embriagados por el licor, mientras jugaban dominó con otros dos vecinos, hasta que Pedrito ganó la partida y comenzó a celebrar como si hubiese ganado el Magallanes un juego de baseball al Caracas. “Ya Julián andaba de mal humor semejando un vaquero en el lejano oeste dispuesto a desenfundar el revólver y vaciarlo sin pensar sobre la humanidad de Pedrito”.
“-Pero esa no fue la razón por la cual Julián asesinó al pobre de Pedrito -interrumpió el inspector Mario Yaguaracuto – y ya la policía lo sabe con las declaraciones que dieron los dos testigos, Julián y Estelita. De tal manera-concluía el inspector Yaguaracuto, mientras fijaba su mirada en una reportera del diario El Tiempo y la cual tomaba nota de cada comentario como si pensara en escribir un libro sobre el caso, hasta el último detalle-, que tenemos 519 asesinatos debido a la violencia: homicidios en distintas modalidades; atracos violentos con arma de fuego, apuñalamientos en robos vulgares, secuestros fatales, ajustes de cuentas, y el caso de Pedrito, con el cual se llega a 520 difuntos en treinta días”.
“-Lo cierto es que Pedrito se puso meloso con Estelita –continuaba contando Jacinto- y en eso se apareció Julián y lo capturó “in fragante” con la cuchara en la mano, desencadenándose la tragedia pasional”.
“-Por eso es que en la lista de fallecidos aparece “Guarache, Pedrito -con la frase-: por la cuchara de Estelita”, en vez de homicidio o ajuste de cuentas –dijo el inspector Yaguaracuto, dejando claro que la inseguridad, ni el gobierno, ni el proceso socialista tiene nada que ver con ese caso”. Entonces, el inspector Yaguaracuto se alejó de la concentración de dolientes del muerto y se perdió en las intimidades de la sala forense como si un remolino lo absorbiera en el olvido, porque después no se le volvió a ver.
II
Pedrito Guarache era un buen hombre que había hecho múltiples trabajos durante su vida, tanto en su pueblo natal como en las ciudades grandes a donde fue a parar en sus 52 años de vida, deambulando por el oriente del país sembrando maíz; arroz y granos entre otros productos, desde el central Estado Guarico hasta el oriental Estado Monagas; pescando en la costa de Anzoátegui, criando ganado en Valle Guanape, Clarines, Úrica; comerciando pescado salado hacia los llanos y sacando frutas y hortalizas, las cuales vendía en Puerto la Cruz; además tenia negocios construyendo casitas en pueblos calientes, quemados por el sol. Pero nunca se apartaba de sus amigos de infancia que se cruzaban información y recomendaciones para trabajar y compartir en un mundo de relaciones mezcladas por el compadrazgo y la unión por intermedio de casamientos entre ellos, que hacía pensar en un pueblito perpetuo, transportable, a donde quiera que fuesen.
“-Desde niño siempre fue muy tímido -decía Isolina Guarache, su tía y madre de crianza- y eso quizás explica la razón por la cual no se atrevió a pedirle a Estelita que fuera su mujer, a pesar que la quería desde niño como si fuera un asunto consumado. En la medida que pasaba el tiempo, más le pesaba no haber tenido hijos con ella y vivir el amor que guardaba en su pecho por la linda mujer de larga cabellera negra y grandes ojos claros que brillaban como dos esmeraldas, resaltados por su piel de bronce”-dijo Isolina Guarache-.
Estelita por su parte, decía mirando a su madrina Facunda Salazar, “que ella siempre quiso a Pedrito, pero este nunca le enfrentaba con una palabra clara que concretara su compromiso y ella no podía esperar que se decidiera, porque entonces se quedaría a vestir santos. Por eso fue que cuando Julián Guaicara le daba vueltas y le propuso matrimonio aquel domingo durante “la corría de toros” que se dio en Cantaura, no lo pensó dos veces, ya que sentía que se estaba poniendo vieja a los 26 años. Pedrito, nunca me había faltado el respeto y por el contrario, me trataba con mucho cariño y esmero -seguía exponiendo Estelita con una voz que casi no se escuchaba por una acentuada afonía y por el forzado trasnocho-. Y esa noche en que pasó ese lamentable suceso, nadie se podía imaginar -como dijo Jacinto-, que la reunión terminara con un reguero de sangre en el patio del fondo de la casa. Yo estaba muy tranquila atendiendo la cocina, mientras freía unas bolitas de carne y otras de harina con queso para que todos comieran como un “pasapalo” y eso fue lo que dije en la policía cuando me llevaron como si fuera una delincuente callejera. Entonces, Pedrito vino buscando hielo para un trago y me dijo “que siempre me había querido, y si hay algo que deseaba en la vida era echar el tiempo para atrás y hacer las cosas de otra manera”. Yo le dije que se olvidara de eso, que la vida ya estaba andando y cada quien a lo suyo. Pero, él insistió en su comentario y dijo “que me deseaba como nunca y se me fue acercando pegándome contra la columna de palo sano, que está en el pasillo que da al patio y allí fue donde me besó a la fuerza como nunca lo hizo y entonces me metió la mano entre las piernas agarrándome la cuchara de canto y en ese preciso instante, llegó Julián seguido de un grito espantoso, soltando una vulgaridad…que solo fue insignificante con el ruido que hizo su revólver al dejar escapar tres disparos que impactaron al pobre de Pedrito…”
Eso lo contó Estelita delante de todos frente a la morgue y tan pronto terminó sus palabras, un profundo silencio se adueñó del espacio y mucho tiempo después pensamos que la gente estaba rezando en silencio.
III
Al mismo tiempo, esa mañana del lunes, Julián Guaicara, sentado frente al detective José Guaruto, trataba de poner en orden sus ideas para explicar el motivo por el cual había matado a Pedrito Guarache.
Ya el detective Guaruto le había hecho una serie de preguntas preelaboradas en el cuestionario que daba entrada al sumario de un extraño expediente, que tenia la delegación de policía pendiente por el caso y donde se evidenciaba claramente que todo se debió a problemas de pareja, celos o pasiones incontroladas. Ya el Comisario Flores le había explicado al detective Guaruto que estuviera pendiente de clasificar el caso como un homicidio pasional para los efectos de las estadísticas: y también le dijo, que era una cuestión de Estado definir el caso y evitar que se abultara innecesariamente la cifra de homicidios violentos por la delincuencia desbordada.
“-Yo no tenia nada personal en contra de Pedrito -le comentaba Julián al detective Guaruto como si fuera una confesión ante un sacerdote- y simplemente les conté los acontecimientos tal como sucedieron. No hubo, premeditación, ni mala intención de mi parte, simplemente fue una reacción natural. Yo iba en búsqueda de mi mujer, solo para hablar y estar pendiente de ella y en eso fue cuando me encontré a Pedrito acosándola y metiéndole mano. Luego, fue un impulso incontrolable: como un latigazo, saqué el revólver que llevaba al cinto y le pegué los tiros. Eso es todo.
El detective José Guaruto transcribía cada palabra y lo observaba como si estuviese comprando un kilo de papas sin inmutarse, ni asombrarse por la confesión, porque estaba acostumbrado a escuchar cosas inexplicables, cual guión de Luís Buñuel en una cinta cinematográfica de 1967, donde una mujer frígida casada con un prestigioso cirujano termina metiéndose a puta y vive esa experiencia de día, en una doble vida…que por cierto termina en tragedia porque uno de sus clientes se enamora perdidamente de ella, persiguiéndola y acosándola en su casa…
“- ¿Cómo reaccionaría usted si encuentra a un tipo agarrando a su mujer, afanosamente, metiéndole mano, como si la cuchara de ella fuera un kilo de oro?-preguntaba Julián con una voz débil, como si ya nada le importara-. Cuando vine a darme cuenta de todo, ya el hombre estaba tirado en el piso en un charco de sangre. Son cosas que pasan y en este caso, me tocó a mi el número de la lotería y la foto en los periódicos”.
-“Siempre andaba pendiente de Pedrito con mi mujer, porque soy muy celoso y todos saben que a él le gustaba Estelita y usted debe saber también “que hombre celoso no duerme”. Yo nada malo he hecho y si tengo que pagar por mis actos lo haré. Mi madre tenia razón cuando me decía que yo acabaría mal por mis celos y que no me buscara una mujer bonita y ahora resulta que voy preso por la cuchara de Estelita, como si hubiese sido una premonición de mi madre. Hace poco, mi madre me vino a traer una comida y una vestimenta y de paso me dijo que seguramente comeré con los dedos, porque Estelita no piensa visitarme y además mandó a decirme “que el agua se puso piche.”
Entonces, el detective Guaruto le hizo firmar la declaración y luego le condujo a una celda provisional con tanta gente, que se vio en la necesidad de empujarle como cuando se guarda mucha ropa en una maleta para que pudiera entrar…
–“Tantas penalidades por una cuchara” –le dijo- y le dio la espalda después de cerrar la reja.
El rostro de Julián quedó inexpresivo en la penumbra de un calabozo hediondo a mierda.
IV
-“Yo sabía que Pedrito tenía ganas de agarrarle la cuchara a Estelita”-dijo Álvaro Navas Tarache que era muy amigo de él desde el día que lo ayudó a escapar de una culebra anaconda que lo perseguía sin tregua en un barranco que hay entre Uchire y San Juan de Unare. “En aquella oportunidad-recordaba Alvarito- la culebra parece que estaba buscando macho según me dijo posteriormente el viejito Casimiro Guaina, que es curandero en el caserío Punto Lindo y cuando esas serpientes se ponen malucas tienen esos arrebatos de locura y por eso es que a veces se consiguen hombres con los huesos triturados en cualquier barranco solitario”. Pero, afortunadamente, Pedrito pasaba por el lugar manejando su camioneta cargada de topochos y se encontró con Alvarito corriendo con el terror en las piernas, logrando salvarle de una persecución inmesiricorde como suele suceder en una de esas películas norteamericanas que le paran los pelos hasta al más pintado. “En una tarde nos encontrábamos tomando unas cervezas en la tasca “La Cascada” de Don Tulio Acosta en la carretera que va al pueblo de El Hatillo-contaba Alvarito- y allí fue donde Pedrito me confesó, casi llorando, que no quería morir sin sentir a Estelita y “por su madre que lo abandonó cuando era niño”, juraba que por lo menos le agarraba la cuchara, aunque le costara la vida.”
V
El día martes fue el entierro de Pedrito y antes que lo llevaran cargado por la calle principal de Uchire hasta el cementerio que está a pocos metros del mar, mucha gente fue a despedirlo. Venían de todas partes llegó a decir Jacinto Guarapana: “…tanto de caseríos cercanos como de pueblos lejanos que le conocían desde niño, porque si algo había hecho Pedrito en su vida era hacer amigos. Gente de Monagas, de Guarico, de Cantaura, de El Tigre, de Sabana de Uchire, de Puerto La Cruz, de Barcelona y de recónditos lugares perdidos entre Anzoátegui y Miranda pasaron frente a su féretro para verle…”
-“Parecía que estaba dormido”-dijo su hermana Justa y su cuñado Juan Pacheco le tocó un repique de tambores,- que parecía no terminar bajo el calor inclemente- con negros traídos de Río Chico y el olor a aguardiente vaporizado flotaba sobre la gente y daba la sensación de espíritus danzando.
Estelita estuvo allí y según contaba Andrés Cáramo que no perdió ningún detalle de lo que pasó ese día, ella se paró frente al ataúd antes de cerrarlo y duró varios minutos observando el rostro de Pedrito que parecía tener una sonrisa en los labios y entonces ella dijo “que su semblante hacia olvidar su muerte trágica…pero de todas maneras, las personas que lo querían, nunca olvidarían por qué mataron a Pedrito Guarache”.
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