La cámara oculta
Ese día me levanté bien temprano, entonces cargué mis paquetes con el material de trabajo, el equipaje y tomé un taxi para que me llevara al terminal de pasajeros de autobuses en Bello Campo para abordar e irme a Maracaibo y trabajar por unos días. Yo me quería ir en avión, pero la empresa que me contrató no quiso asumir los gastos y de esa manera emitieron dos boletos por vía terrestre. Ir a Maracaibo en autobús de día es una cosa demasiado estresante, cansona y yo rumiaba palabras nada decentes ante esa situación…
Yo sabía lo que me esperaba, pues hace algún tiempo me pasó algo parecido y cuando llegué de noche a Maracaibo, decidí que más nunca haría ese tránsito a menos que me llevara mi carro y yo me tomara mi tiempo para ir con mucha comodidad y pararme donde me diera la gana…entonces, me llevé mi bolso de mano cargado de chucherías, mi celular inteligente, películas en CD, libros para leer, revistas y muchas cosas como si fuera una abuela viajando con una gran cartera llena de cosas indispensables.
Cuando subo al autobús y localizo mi puesto, me consigo con mi compañero de viaje que para mi sorpresa, era una monja.
La saludé inmediatamente, me le presenté y le dije “…que seríamos compañeros de viaje por unas doce horas y que esperaba tener un viaje ameno a su lado”.
La señora casada con Dios asintió con su cabeza y me regaló una sonrisa que detallé con cuidado y me di cuenta que era una mujer joven, de hermosos ojos azules, blanca como la leche y muy hermosa. Yo pensé –sin querer-que la mujer parecía una modelo, que nada le envidiaría a una actriz de cine; a una mujer ligada al modelaje, al mundo farandulero. Entonces, me puse a mirar para todos lados, pensando que me estarían mamando gallo con alguna cámara indiscreta, oculta, con algún jueguito perverso, pero no vi nada que indicara tal cosa.
No crean que la mujer era delgada como si solo se alimentara de ostias. Nada de eso. Pude ver claramente entre sus piernas cruzadas que Sofia Loren era una niña de pecho ante sus encantos. Por eso seguí haciéndome el musiú ante la posibilidad cada vez más posible de que una cámara estuviese grabando desde un huequito.
Cuando salimos de Caracas, fue que me hice a la idea que no había una cámara oculta, entonces cerré los ojos memorizando la frase "...que esa señora estaba casada con Dios y que las monjas no tienen sexo como si fuera una de esas muñecas para que jueguen las niñas."
Como a las 9 de la noche el autobús entró en el handem de la empresa de transporte. Yo aparté la cortina roja y pude ver a través del ventanal a mucha gente esperando a sus familiares. Me despedí de la monjita con quien había pasado unas doce horas de viaje y ella me dio unos teléfonos en una tarjetita que decía “Hogar de Ancianos San José”. A ella le esperaban unas hermanitas y un hombre que seguramente era el chofer y fue quien tomó el equipaje modesto de la mujer. Yo fui recibido por el profesor Montiel quien era docente en la Universidad Cecilio Acosta en la carrera de Comunicación Social y con quien trabajaría por un mes aproximadamente haciendo tres o cuatro estudios simultáneos y recogiendo una data importante para elaborar tablas que permitieran el análisis de la realidad nutricional, habitacional, empleo, etc., en el oeste de Maracaibo.
Tan pronto llegué al hotel bajé nuevamente a la recepción y me presté a conversar con Montiel mientras tomábamos unas cervecitas bien frías y escuchábamos música en una rokola preñada de ballenatos y merengues.
Le dije que me había quedado impresionado con la monjita, que si no es porque lleva el hábito puesto, uno nunca se imaginaría que fuese una mujer dedicada a la iglesia en cuerpo y alma. Entonces, Montiel me dijo que todo lo que hubiese intentado con esa mujer sería en vano, porque las monjas no tienen cuca.
-¿Cómo me vas a decir Montiel-le dije- , que las monjitas no tienen cuca? ¿Acaso se te han volado los tapones de la cabeza con tanto calor o es que crees que yo soy un niño de pecho? Por supuesto, que las monjitas tienen su buena herramienta, ni que fueran seres diferentes o asexuales.
-Te explico-me dijo el profesor Montiel-, cuando una mujer se convierte en monja, no piensa más nunca en sexo y la cosa es tan intensa que la cuchara se le seca y por la mente no le pasa ni un mal pensamiento, solo usan la rajita para mear .
-¿de dónde sacas eso?-le dije-. Yo entiendo perfectamente que una mujer realice sus votos de abstinencia sexual, pero no dudo que en algun momento le traicione el inconsciente y de repente la cuchara le pique de tal manera, que tenga que ir al confesionario y decirle al cura que le arde la mucura y le palpita el deseo…eso puede pasar. Tal vez no se lo diga a nadie, se lo guarde, vamos a consentir en ello, porque no es normal que una monjita vaya a la farmacia a comprar pastillas y calmantes de la fogosidad …
-Yo digo que la cuchara a una monja se le desaparece, se le esfuma, se le transforma de tal manera, que pierde todo su atractivo y la pobre mujer no le provoca darse unos besos a solas, tu sabes, unos autobesos…
-Una vez me enteré que en Cuba consiguieron en los sótanos de un monasterio una cantidad enorme de fetos enterrados y se supone que eran de las monjitas, quienes tenían relaciones ocultas con los padres..
-Eso son cuentos de camino. A qui en mracaibo, nunca se ha visto una monjita preñada, caminando por esas calles-me dijo-
-Bueno…por supuesto. Si alguna vez sale una monjita preñada, lo más seguro es que deje la iglesia y salga a la vida mundana, o aborte y la escondan , o en ultima instancia digan que la preñó el espíritu santo. Pero, eso no creo que lo hagan porque…¿Quién aguantaría a la prensa jodiendo a cada rato, para enterarse de la vaina?
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