viernes, 22 de mayo de 2015

Veinte años

Veinte años
La señora se bajó de la camioneta de pasajeros en medio del boulevard porque la cola no se movía y la gente caminaba para arriba y para abajo como en una procesión sin santos.
Entonces, se fue caminando esquivando a los transeúntes y vendedores ambulantes que gritaban “tres medias por mil”; que gritaban “ lleva la pantaleta para su niña”...Y fue allí cuando se preguntó “¿A quién se le ocurre autorizar la existencia de un mercado, en la entrada de un cementerio?”
Ya tenía cuatro semanas yendo todos los domingos, levantándose bien temprano, haciendo el desayuno y dejando todo en marcha en su casa, para luego ir al cementerio.
Esa mañana había dejado a sus hijas pelando las verduras y con las instrucciones bien detalladas para que hicieran la sopa, mientras se comía una arepa con revoltillo y una taza de café con leche.
La señora seguía caminando entre la multitud y el color negro de su vestimenta le fastidiaba desagradablemente, pues el sol estaba muy bravo y ese domingo el calor estaba muy intenso. “Es que el color negro en la ropa retiene mucho el calor - pensó- , eso todo el mundo lo sabe.” 
Se paró donde siempre, en un local que vende flores, velas, velones, sahumerios, floreros y pidió un racimo de flores variadas y el dueño le dijo “que ya le habían hecho el trabajo de grabar el nombre y las fechas del difunto en la pequeña placa y que un muchacho le acompañaría para pegársela en la tumba.”
Entonces, la señora reinició su marcha calle arriba dentro del cementerio, acompañada del muchacho y cuando llegó a la tumba y observaba cómo le colocaban la placa, no pudo aguantar las lágrimas al recordar, que a su hijo se lo habían matado a los veinte años, tan solo…

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