sábado, 25 de abril de 2015

Correcaminos

Correcaminos
Venía corriendo los suelos de la patria desde Maracaibo. Mi General me había encomendado la misión sagrada de entregar el correo a costa de mi propia vida. Los sobres que contenían las cartas ardían en mi pecho; llegué a pensar que tenían palabras de fuego. A veces sentía como si la correspondencia palpitaba, como si de algún lado respiraba, como si tuviesen vida propia.
Efectivamente-llegué a contar más tarde- , no paré en mi andar de correcaminos; bordeando los ríos, subiendo montes, atravesando páramos y corriendo entre valles y llanuras, evitando encontrarme con el enemigo, para entregar la información lo más pronto posible.
Horas y horas bajo la luz inclemente del sol. Les digo que mi rostro ardía y evitaba siquiera rozarlo; los ojos también me ardían, mis labios estaban resecos y mi pecho era un témpano caliente, que amenazaba con convertirse en llamas.
La bestia que me transportaba estaba a punto de reventar, pues sudaba calores y su corazón se desbocaba; sus cuatro patas eran mías, sus ojos eran míos: yo sentía su entrega y sumisión.
Llegó la noche y los dos continuamos atravesando tierras como una sombra. El sol empezaba a despertar, cuando en la lejanía divisamos el objetivo. Conseguimos la entrada del destacamento, justo con el toque de diana. Entonces, un soldado nos condujo ante el comandante en jefe que reposaba en su hamaca, le entregamos los sobres y nos desplomamos en el suelo mi caballo y yo, muertos de sed, con hambre, con la lengua afuera, pensando en el regreso…

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