sábado, 25 de abril de 2015

Ebrio, en la ciudad

Ebrio, en la ciudad
La noche había sido larga. No hubo conciencia del transcurrir del tiempo. Compartí con un grupo de amigos y compañeros de trabajo un viernes por la noche; conversamos de todo, de lo bueno y lo profano, hablamos de asuntos triviales, hablamos de asuntos de trabajo. Hasta un compañero estuvo filosofando profundamente y nos entretuvo sobre las tareas intrascendentes para vivir o morir. Alguien habló sobre las tareas necesarias para lograr la sobre vivencia contra el hambre y la pobreza. Hablamos mientras catábamos el líquido embriagante hasta disertar sobre el clásico ser o no ser, hasta perdernos en la controversia entre lo dialéctico y lo estático.
Cuando vimos el reloj, nos sorprendimos porque el tiempo había corrido haciéndonos trampa y era muy tarde. Entonces, nos levantamos sorprendidos de poder mantenernos de pie.
Me fui a casa y llegué sin novedad, pero estuve varios minutos tratando de entrar a mi casa. No lograba hacer girar el mecanismo de la cerradura y hasta llegué a pensar que mi mujer había cambiado el mecanismo. Estaba que expulsaba sapos y culebras de la calentura que hervía en mi cabeza.
Escupí insultos y maldije mi ebriedad. Incluso, me cansé de estar parado en aquella situación. Agudicé mis sentidos en un esfuerzo doloroso, casi sobrehumano y descubrí para mi vergüenza que estaba intentando entrar en la casa de mi vecino. Si señor, estaba en la puerta equivocada, pero gracias a Dios, nadie me vio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario