El testaferro
Acepté la proposición de ser testaferro, sin jamás considerar la posibilidad de tener el poder alguna vez en la mano.
Recuerdo la última tarde del mes de mayo, cuando todo comenzó. Mi amigo Gonzalito estaba sentado en su opulento sillón de cuero, tras aquel hermoso escritorio de madera inglés; toda una antigüedad, era como tener una joya valiosa en un dedo, era una belleza.
Gonzalito-recuerdo-, tenía un traje azul oscuro de fino lino y sobre su pecho dejaba caer una hermosa corbata de seda-seguramente importada de Italia y comprada por su sofisticada mujer, que parecía una reina de belleza con mucha clase, con mucha cultura sobre lo que es vestir bien y todo eso-.
Recuerdo la última tarde del mes de mayo, cuando todo comenzó. Mi amigo Gonzalito estaba sentado en su opulento sillón de cuero, tras aquel hermoso escritorio de madera inglés; toda una antigüedad, era como tener una joya valiosa en un dedo, era una belleza.
Gonzalito-recuerdo-, tenía un traje azul oscuro de fino lino y sobre su pecho dejaba caer una hermosa corbata de seda-seguramente importada de Italia y comprada por su sofisticada mujer, que parecía una reina de belleza con mucha clase, con mucha cultura sobre lo que es vestir bien y todo eso-.
En su oficina se respiraba una sobriedad extraña, pero sin embargo, uno se cohibía ante el esplendor del dinero y el poder que dan las cosas finas. Hoy pienso, que no era una atmósfera de respeto como la que llegué a sentir en la oficina del presidente del banco donde yo trabajaba, en la cual se respiraba la sabiduría, el esfuerzo y el trabajo de décadas, que se veían en los diplomas, placas y reconocimientos que brillaban en las paredes. No. En la oficina de mi viejo amigo de la escuelita, mi entrañable Gonzalito, se respiraba la trampa y la viveza, a juzgar por las conversaciones que mantenía a ratos por el teléfono, mientras me picaba el ojo y me hacía señas de que estaba sobrado y todo estaba bajo control.
Yo no podía dejar de compararme con Gonzalito y es que su apabullante éxito y fortuna me hacía sentir como un fracasado. Por los cuatro costados se sentía el derroche y la disponibilidad de dinero; que si almuerzos por aquí, que si inversiones por allá, que si viajes al extranjero, en fin… un mundo glamoroso.
Yo notaba en Gonzalito un ego inmenso, demostrado en lo grosero de su tono de voz, que era imperativo y arrollador hacia sus subordinados. Se sentía el gavilán colorado de los llanos; se sentía el tigre de la sabana. Definitivamente-pensé-, ese no era el Gonzalito que yo conocía; no era el compañero de la escuelita, ni del liceo, ni de la universidad. No. Era otro y yo no lo conocía.
Recuerdo que primero me propuso firmar la compra de unos terrenos, después fui dueño de un edificio. Luego de una empresa, de un proyecto, de una obra. Después, manejaba cuentas nacionales y ultramarinas. Llegó un momento en el cual, yo era otro. Me convertí en un cuento y él era el creador. Me convertí en su marioneta. Su voracidad no tenía límites, manejé un imperio moderno con una danza de millones bailando a mí alrededor.
Recuerdo que primero me propuso firmar la compra de unos terrenos, después fui dueño de un edificio. Luego de una empresa, de un proyecto, de una obra. Después, manejaba cuentas nacionales y ultramarinas. Llegó un momento en el cual, yo era otro. Me convertí en un cuento y él era el creador. Me convertí en su marioneta. Su voracidad no tenía límites, manejé un imperio moderno con una danza de millones bailando a mí alrededor.
En aquella oportunidad, acepté tu proposición como un adolescente. Veía las cosas como un juego y me sentía no pecador. Hoy me entero Gonzalito del escándalo creado por ti cuando vi tu foto en el diario y me entero de tu huída al extranjero. Hoy, tú estás lejos y he perdido la memoria, casi ni te conozco, pajarraco de barranca, gato de monte…
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