“Señorita, por favor sírvame un güisqui”
Tan solo llevaba un bolso de mano. Salí de casa apurado con un baño de vaquero a cuestas, como si me hubiese dado un chapuzón a orillas de un manantial. No tenía que perder tiempo y entonces recordaba esas películas americanas donde siempre hay un personaje corriendo para todas partes en avión como si fuera a un centro comercial de compras. Mis documentos estaban al día, eso era lo importante; también llevaba unos cuantos dólares en el bolsillo, tarjetas de crédito, tarjetas de débito, la llave de mi apartamento en Miami, todo lo demás aguardaba por mi en esas tierras, incluso la suegra. Me sentía eufórico, aventurero, arriesgado como “el fugitivo” que fue un célebre personaje de una serie de televisión y que duró muchos años entreteniendo a la gente.
Siempre dudé en verme es esta penosa situación de salir corriendo de mi país por temor a la justicia, pero yo sabía en lo que me estaba metiendo y sinceramente, mis cuentas estaban tan gordas que daba vergüenza seguir engordándolas como si fuera una vaca eterna.
Naturalmente, me daba mucha vergüenza; mucha pena estar viviendo esta situación tan desagradable y nada elegante: un tipo como yo, profesional, estudiado dentro y fuera de Venezuela, casado con una bella mujer, exitoso, con buenas relaciones dentro del partido, con todas las comodidades en una ciudad tan difícil como Caracas, pero si no metía mano era un estúpido, porque el menos pintado tenía la vida resuelta.
Entonces, abordé el avión sin inconvenientes de ninguna índole y comencé a relajarme. Me puse a leer la prensa, miré por la ventana y solo se veía el mar intenso, agua y más agua: Allí fue cuando le dije a la azafata “Señorita, por favor sírvame un güisqui”
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