Estaba muerto
Esa noche no pude conciliar el sueño. Las ideas se batían en duelo en mi mente como un martirio proveniente de las alturas, pensaba en mis hijos, en mi compromiso político, pensaba en lo que no hice…
Di innumerables vueltas en el catre inmundo. Sudé a raudales incontenibles, sin poder controlar ni serenar mi cuerpo, ni mi respiración.
En todo momento quise mantener la hidalguía y la hombría propia de mi historia de vida y un vértigo estremecedor vapuleaba mis intestinos; temblandome las piernas como si tuviese una fiebre tropical.
En todo momento quise mantener la hidalguía y la hombría propia de mi historia de vida y un vértigo estremecedor vapuleaba mis intestinos; temblandome las piernas como si tuviese una fiebre tropical.
A ratos, me parecía que la vida es injusta; a ratos negaba mi fe, a ratos mandaba todo al infierno, odiaba a la autoridad y a los subordinados como un adolescente perdido en sus complejos y a veces lloraba como un niño ante una desesperación que me salía del pecho.
Me incorporé buscando oxígeno para refrescar mis pensamientos y calmar el dolor en un cerebro agotado por las angustias. Entonces, busqué la ventanilla y mis manos sintieron el frío oxido de las cabillas centenarias. El azul intenso de la madrugada se estaba perdiendo y el sol aparecía tímidamente en algún lugar.
Me vino a buscar una comisión de cuatro guardias: dos adelante y dos atrás, entonces, me escoltaron hasta al patio, donde otro grupo de soldados en actitud marcial, mantenían sus armas en descanso. Amarraron mis manos y me apoyaron delante del paredón. Cuando subieron sus fusiles a la voz de “apunten”, ya me había despedido de este mundo.
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