martes, 30 de septiembre de 2014

¡Fue un chinkungunyazo!

¡Fue un chinkungunyazo!
¡Fue un chinkungunyazo! Hace quince días me fui a oriente, al pueblito dónde nació mi mamá, para vivir de cerca los preparativos que hacían los parroquianos frente al Golfo de Cariaco para celebrar el día de “La Virgen del Valle”. Mi abuelita, que es muy sabionda me dijo: “Hijo, mucho cuidado con el zancudo y te traes una chinkungunya”.

Yo tenía mucho cuidado y andaba con los “ojos pelados”, pues las palabras de la abuelita resonaban constantemente en mi pensamiento como chorro goteando agua, pero ¿Cómo se puede evitar que un zancudo se enamore de uno y le pique malamente para llevarlo derechito a la cama con dolores, fiebre y pasando trabajo? Ni modo, dormí con un mosquitero, tenía el cuarto de habitación en un solo sahumerio, quemé concha de coco seco para alejar la plaga y hasta mandé a fumigar la casita familiar y desmalezar el monte, cuestión de alejar cualquier bichito que me diera un susto y me echara a perder mis días en el pueblito donde mi sangre baila tambores, bajo un sol caliente y un olor intenso a mar, que provoca comer el coro coro frito con una buena arepa.

Total que la pasé muy bien y hasta me encariñé con una negra buenamoza, que me tenía como loco, quien vive en el pueblo vecino y si bien le di a la bella mujer afectos de amor a plazo, les digo que debajo de unos cocoteros me dieron mi chinkungunyazo. Entonces, me vine a Caracas todo enfermo y dolorido por culpa de un zancudo o una zancuda, que en algún lugar, me dejó un rosetón, gracias a Dios tengo a mi abuelita, que con sus manos tiernas me prestó toda su atención y su voz de viejita me dijo: ¡Fue un chikungunyazo!

El exterminio

El exterminio
Esa tarde del 22 de septiembre de 2009, no será olvidada fácilmente en las comunidades que existen en lo alto de los cerros ubicados entre El Valle y El Cementerio, en Caracas, donde la clase humilde que vive en los ranchos y casas del sector, sobrevive “contra la pared” sometida por los hampones.

Como a las 2 y media de la tarde fue confirmada la presencia de una banda de delincuentes que tenía un currículum impresionante de más de 40 asesinatos en un período de año y medio, fuera de innumerables violaciones, atracos, robos y una lista de delitos que no vamos a mencionar en estas líneas. Lo cierto, es que eran sujetos de alta peligrosidad armados hasta los dientes con Fal, metralleta, armas automáticas y otros artefactos más ordinarios, pero no desdeñables para causar muertes y desgracias a decenas de ciudadanos.

Una llamada telefónica alertó a la policía, quienes se apersonaron en el sector inmediatamente, cosa rara por cierto, pero casualmente estaban en un operativo cercano,  y fueron recibidos a balazos con armas de guerra, ocasionando sus primeras bajas al ser herido un funcionario con arma de Fal en el estómago. Naturalmente, aquello se convirtió en una lluvia de plomo entre bando y bando que hacía saltar los techos de los ranchos; balas que atravesaban las paredes, la gente no levantaba la cara del piso y el humo con olor a pólvora se adueñó de todo en un tiempo interminable.

Los hampones ganaban la contienda como si pisaran una cucaracha y los policías metropolitanos se vieron en la angustiante necesidad de pedir auxilio a la guardia nacional, policía de Caracas , al mismo CICPC y hasta a la brigada canina. Entonces, la guerra se convirtió en una operación de exterminio con 10 hampones muertos, varios “bichitos” heridos que combatieron contra las autoridades, dejando en el ambiente una sensación de guerra. Tan pronto, se pudo levantar la gente del piso y comienza a sacar la cabeza por las rendijas, se consiguen con ese espectáculo (que ustedes se pueden imaginar fácilmente, de cuerpos regados por todas partes en un charco de sangre), pero, percibiendo el alivio que deja el trabajo de acabar con una plaga, que amenazaba la vida y seguridad de los demás, en lo cotidiano. Hasta una madre de un muchacho de 16 años, caído en la refriega, respiró tranquila, reconociendo que su hijo era un ser irrecuperable –para decir algo suave-, y que ella tenía culpa de su fin.

Carnavales del 2010, nueva era

Carnavales del 2010, nueva era
Yo me quedé en Caracas y entonces decidí visitar el paseo Los Próceres para pasar una tarde de Carnaval con mis primas Isabel y “Chochó” de Cumaná, que deseaban ver no sé qué cosa y lucir los disfraces de los niños, para que yo tomara unas fotos que quedaran para la historia. Les cuento que pasado unos tres minutos de recorrido saliendo de la estación del metro de” Los Símbolos” vía al monumento, ya estaba arrepentido de no quedarme en mi casa viendo una película en DVD de John Wayne “El Álamo”, la cual tenía pendiente sobre el TV. Aquello era patético y la verdad es que no quería arruinar a mis compañeras de paseo su tarde de tertulia, pero lo cierto es que las carrozas deprimían a cualquiera. No había imaginación ni creatividad y el paseo se convirtió en una marcha política sin distracción para los niños. Las carrozas comenzaron a pasar como salidas de una cueva fantasmagórica: la primera que vi fue la de la parroquia San José, que era un camión luciendo una pantalla azul que simulaba una computadora “canaima” y uno no pensaba qué hacer, si llorar o qué. No entendíamos qué tenía que ver con el carnaval y supusimos que era una vulgar propaganda como si estuviéramos viendo el canal 8. Luego. Comenzamos a ver otras carrozas de las parroquias que parecían salidas del mercado mayor de Coche listas para vender plátanos en cualquier esquina. La de la parroquia Altagracia tenía una Panteón Nacional con Bolívar resucitado tirando papelillos. Ni siquiera caramelos como cuando yo era un niñito y bastante que recogí “saca-muelas” al lado de mis primos, viendo espectaculares carrozas con lindas muchachas que parecían reinas de belleza. Lo cierto, es que los muchachos estaban aburridísimos en ese mar de gente que buscaba alegría sin encontrar nada. Afortunadamente encontramos un parque infantil con un tobogán y allí los niños se lanzaron apretujados llevando empujones y golpes. Pero, por seguridad optamos por devolvernos entre la muchedumbre con la misma “cara de ponche sin tirarle”. Al final del cuento, les digo que asistimos a una multitudinaria propaganda gubernamental cargada de elementos ideológicos, que descubrieron el fastidio colectivo que tiene la gente hasta en sus pequeños momentos de ocio. De todas maneras tomé algunas fotos, rogándole a los niños que se rieran y hasta tuve que abrir sus labios y pelarles los dientes a juro. Ni modo, de esa manera salieron en la foto.

La cuchara de Estelita Guarapana

La cuchara de Estelita Guarapana
El día lunes al mediodía todos estábamos reunidos haciendo un semicírculo frente a la morgue, para retirar los restos de mi compadre Pedrito Guarache. Todos estaban sorprendidos de la muerte trágica del amigo y muchos no sabían por qué lo habían asesinado, pero como Pedrito fue toda su vida tan servicial y ayudó a mucha gente en ocasiones similares, entonces cada quien sin ponerse de acuerdo con nadie, se dirigió al necrocomio para colaborar en lo que hiciera falta y no dejar al pobre hombre expuesto a la muerte y al frío, en la soledad del lugar, como si hubiese sido una mala persona. ‘Todo sucedió muy rápido’ nos contaba Jacinto Guarapana, que era como un hermano de Pedrito y se habían criado juntos al sur de Anzoátegui donde fueron a la escuela y se cansaron de cazar pajaritos para venderlos a escondidas en época de semana santa, a los turistas que pagaban muy bien por cualquier pajarraco vistoso que cantara bonito. “Resulta que el marido de Estelita, mi cuñado Julián Guaicara era muy celoso y sabia que Pedrito suspiraba por su mujer desde tiempos infantiles e incluso yo lo sabía y hasta le decía cuñado desde siempre, debido a esos amores no afortunados en cincuenta años de amistad.-decía Jacinto-. Pero, quién iba a pensar que Pedrito estaría en esa larga lista de venezolanos que perdieron la vida en este fin de semana y mucho menos de manos de mi cuñado, Julián Guaicara. Nadie se le hubiese imaginado un solo momento”. Jacinto y elocuentemente echó el cuento, recordando que ambos hombres estaban bien tomados mientras jugaban dominó con otros dos vecinos, hasta que Pedrito ganó la partida y comenzó a celebrar como si hubiese ganado el Magallanes un juego de pelota al Caracas. Ya Julián andaba de mal humor semejando un vaquero en el lejano oeste dispuesto a desenfundar el revólver y vaciarlo sin pensar sobre la humanidad de Pedrito”. “Lo cierto es que Pedrito se puso meloso con Estelita -dijo Jacinto- y en eso se apareció Julián y lo capturó “in fragante” con la cuchara en la mano, desencadenándose la tragedia pasional”. “-Por eso es que en la lista de fallecidos aparece Pedrito con la frase: “por la cuchara de Estelita”, en vez de homicidio o ajuste de cuentas” –dijo el inspector Yaguaracuto, dejando claro que la inseguridad ni el gobierno, ni el proceso socialista tiene nada que ver con ese caso”.

El Judas de este año

Chicho Ramírez fue quién me dijo que “…ya todo estaba listo para la quema de Judas” de este año. Yo me encontraba compartiendo en la tasca de Don Tulio José Acosta, en Boca de Uchire, cuando Chicho me dio la noticia. Eso me alegró mucho porque todo el proceso se vuelve un desastre para escoger al personaje, que debe arder el domingo, como si fuera la quema de una bruja en plena Edad Media. Yo tan solo tenía cabeza para comprar los ingredientes, que deben estar en la nevera y en la despensa, para preparar mi pastel de chucho tradicional y unos bollitos especiales de calamares, camarones y atún, envueltos en hoja de plátano, topocho o cambur, que pienso inventar para esta Semana Santa. Me alegró, porque no es gratificante ver quemarse a un Judas inocente o que no llene las expectativas. Aunque Chicho dice que todo Judas es culpable, por lo tanto, cualquier sujeto que aparezca en esa nefasta lista, debe ser reconocido como si fuera nominado a un premio de la Academia del Cine, en Hollywood y recibir todos los honores y reconocimientos, según sea el caso. “La comisión designada preparó la celebración, para el domingo de resurrección, cuando este pobre Judas, salido de un escaparate arda, explote y sea quemado por mamarracho y jalamecate”. Durante los años anteriores, los organizadores de la quema, se han vuelto un rollo muy serio para ponerse de acuerdo y la proclama es elaborada a última hora, tan rápidamente, que cojea por algún lado y si es cierto que siempre hay algún poeta salido al ruedo, para parapetar la cosa, también es cierto que queda todo como agarrado por los pelos. Y a pesar que los muchachos gozan un puyero con el pobre Judas ardiendo y soltando tumbarranchos y traquitraquis en su final fatal, lo más interesante es que la lectura de su sentencia sea picante, denuncie y exprese ese humor necesario; para no parecer un sacrificio salvaje, como si fuera un linchamiento común y corriente: de esa manera, uno disfruta del muñeco ardiendo como si fuera realmente el personaje aludido. “No fue fácil ponernos de acuerdo -me dijo Chicho-, porque habían muchos candidatos y problemas, y lo más sorprendente, fue que todos los personajes eran del gobierno y como la mayoría de los miembros del comité eran oficialistas, entonces el juego se trancaba para elegir y vestir al pobre Judas, quien pasó varios días desnudo esperando la decisión.”

¡Me han botado…!

Todas las mañanas es de lo más normal, ver como las columnas de pelícanos vuelan, sobre la orilla del mar hacia el oeste. Tienen su rutina. Luego, al atardecer se puede ver nuevamente, intermitentes líneas de formación de esas aves, que regresan hacia el este a buscar sus sitios para dormir. Una mañana uno de los pelícanos andaba solo. El pobre -me parece- cambió de ruta y aterrizó en la carretera que me lleva a Boca de Uchire. Allí estaba parado, desconcertado, sin saber qué hacer. Yo le vi desde lejos y entonces bajé la velocidad del vehículo, hasta pararme totalmente y poder detallar al animalito. Inicialmente pensaba que podía estar enfermo o muriendo. ¿Cómo saberlo? Me bajé lentamente del carro y me le fui acercando para observarlo. El pelicano me miraba con sus tristes y grandes ojos, sin pestañear. No le vi golpeado, ni ensangrentado; se veía sano y no se inmutaba con mi presencia. Entonces, pensé en voz alta ¿Qué le habrá pasado a este pelicano? Ustedes no me lo van a creer, pero el ave me respondió inmediatamente con una extraña voz, que parecía la de un niñito regañado: ¡Me han botado! Yo me quedé estupefacto y sentí que flotaba en el aire, razón por la cual traté de fijar mis pies con fuerza sobre el pavimento, para sentir que estaba despierto y que aquello era real. “¿Te han botado?”, le pregunté inmediatamente, porque no se me ocurrió más nada. “Sí” -me dijo-, mis compañeros me echaron como a un perro enfermo de sarna. Todo porque quería internarme más en el mar, que es tan lindo frente al pueblo de El Hatillo. Rompí la incondicional formación que traíamos y de manera violenta me gritaron: ¡Fuera pajarraco! Entonces, no tuve otra opción que aterrizar porque no sabía qué hacer con ese desprecio”. Yo le dije que conocía una historia parecida. Sé, que a cada rato, se ven casos similares. Y por eso, nadie debe echarse a morir-le dije, tratando de consolarle-. Sin decir más palabras, el joven pelicano abrió sus alas y se fue correteando como una avioneta en una pista, para luego remontar el azul cielo y perderse en el horizonte mañanero, sobre los manglares verdes, que bordean la laguna, libre como el viento y dueño de su destino.

VUELA, VUELA ZAMURITO PORTEÑO

¡Vuela, vuela zamurito porteño!
Esa mañana de junio de 2010, era hermosa debajo del azul cielo y frente a las aguas marinas de Puerto Cabello. Hilario se apresuraba a llegar antes de las siete de la mañana a su trabajo para recibir la guardia en el “Bolipuertos”, empresa centralizada, administrada por una sociedad cubano-venezolana, sucesora por orden presidencial del INP, instituto fallecido de un estacazo expropiador un domingo cualquiera. Quedó asombrado –Hilario- con la inmensa cantidad de zamuros que sobrevolaban como aviones de combate de la segunda guerra mundial, la cantidad de contenedores apiñados uno sobre otro como simulando un rancherío de un cerro de Caracas. Hilario tomó su radio y apertrechado con su gorra roja y su chaqueta acolchada de revolucionario uniformado, se apersonó al encuentro de los contenedores que no podían ocultar la inmensa cantidad de gusanos y gorgojos que salían arrastrándose unos y corriendo otros; gordos y sobrealimentados de carnes putrefactas importadas, leche pasada, arroz viejo, granos perforados por animalitos felices que salían al exterior para conocer y respirar aires de la costa apacible de Puerto Cabello. Ciertamente, eran cantidades de alimentos importados a diestra y siniestra, que ahora se perdían como si se quemaran en una fogata 2.000 millones de dólares, sin el mínimo asombro; para supuestamente alimentar al pueblo y arruinar a una burguesía agropecuaria anti-gobierno. Entonces Hilario respiró profundamente mientras observaba la desesperación de los zamuros atraídos por los gases y los olores nauseabundos de la descomposición y decidió dar el primer parte de la mala noticia: Mas de 70.000 toneladas de alimentos descompuestos almacenados en más de 2.300 contenedores que no podían seguir ocultos bajo el vuelo de los zamuros: ¡Una pelusa! Esa tarde, Hilario salió del Puerto revisando lo ocurrido ese día y se dijo, “que la próxima vez no lo pensará dos veces para llevarse a casa algo de carne, de leche, de arroz, de granos, así tenga que merodear de contenedor en contenedor, como zamuro cazando pollos, en ésta Venezuela del bochinche y del ‘vivo’ rojo, azul, blanco o negro como el zamuro”.

Botaron al pobre Hilario

Botaron al pobre Hilario
Hilario comentaba con su mujer que la empresa donde trabajaba lo había botado por denunciar el descubrimiento de los alimentos perdidos, podridos realmente, en esa gran cantidad de contenedores. “Eso te pasa por bocón, –le decía su mujer- porque tú debías quedarte callado y conservar tu empleo. Pero no. Te la distes de Batman con tu bocota y mira todo el revuelo que se creó en el país con ese asunto y ahora estás desempleado como un escuálido cualquiera que está contra el gobierno”. “¿Me puedes decir qué bicho te picó, mijo?”-le preguntaba la mujer a Hilario. “Yo nunca pensé que este sería el resultado…”, respondió él. “Te vas a volver creyón”, le decía su mujer, mientras meneaba la cabeza negativamente y se llevaba los puños a la cintura como si fuera una jarra. “Primero me hostigaban por teléfono con llamaditas anónimas amenazándome y diciéndome que me callara, que me dejara de vainas y ahora me botan como a un saco de papas podrido en cualquier almacén inmundo de esos donde dejan perder la comida”, decía Hilario. “Ya no te lamentes más chico, –dijo la mujer tratando de encontrar un camino inmediato-, ahora debemos saber qué vamos hacer para comer”. “¡Ay mi amor -dice la mujer-, los únicos que van a salir mal de todo esto, somos nosotros!”.

jueves, 18 de septiembre de 2014

La suerte que tiene mi tío

La suerte que tiene mi tío

El viejo alegre de mí tío, me llamó bien temprano en la tarde del sábado, desde una taguara donde bebe aguardiente y escucha música vieja, por los lados de la parroquia San José, donde se encontraba con una amiguita bien simpática que conoce desde sus tiempos juveniles.

Me pidió expresamente que fuera con diligencia a buscarle un medicamento, que necesitaba con premura. “Caramba mi tío, en qué problema me pone usted –le dije- de buscarle un medicamento con urgencia, en estos momentos tan difíciles que vive la patria, cuando no se consigue ni una pastillita para el dolor de cabeza”.

“Por eso te pido sobrino querido -me dijo con una voz de desesperación- que te muevas en tu carrito, como un peso pluma y busques el medicamento, luego me lo traes a mi sitio predilecto-que tu sabes dónde es-, porque hoy es un día muy especial para compartir con “la china”-así se llama su amiga querida- y no quiero tener inconvenientes por lo imprevisto de este encuentro amistoso.”

Dicho y hecho, salí como alma que se lleva el viento y busqué en la primera farmacia, donde sin ningún inconveniente conseguí el medicamento-que por cierto había como  granos de arroz en una bolsa de a kilo- y me apersoné al encuentro con mi tío, quien me dijo muy orondo: ¡Santo Dios bendito, aceite para mis bisagras! Y entonces me dio un abrazo y se fue con su amorcito, mientras al fondo se escuchaba la melodiosa voz de Bienvenido Granda, acompañado de “la sonora matancera”. Es todo un galán, mi tío.

LA BUENA NOTICIA

LA BUENA NOTICIA
LUIS ALFREDO RAPOZO

El flaco Cesar tiene un año con su carro estacionado por falta de batería.

 Es increíble. Le conté esta historia a mi hermano que vive fuera de Venezuela y me dijo: “…hermano usted nació mamador de gallo y morirá siendo un mamador de gallo”, luego le dio un ataque de risa y no pudimos seguir conversando, porque pensaba que le estaba echando un chiste y se quedó atragantado  por las carcajadas.

“Caramba César, ¿Cómo es posible que estés viviendo esa tragedia, mi hermano querido?”-le pregunté al pobre flaco-.

“Te cuento –me dijo con su voz de hombre sufrido- …El sábado pasado fui a una distribuidora que queda en la subida de Maripérez, que vende baterías, pues me habían dicho que ellos tenían en la misma. Entonces, me dijeron que tenía que llevar la batería vieja para poder venderla”.

-Qué bueno flaco, entonces ¿Conseguiste la batería?-le interrumpí-. “Te cuento-me respondió nuevamente con la velocidad de un latigazo-. El Lunes me fui tempranito en un taxi cargando mi batería y resulta que no me la vendieron, porque tenía que llevar el carro también y eso que les dije que mi carro está parado. Total que me no pude comprar la bendita batería.

-Eso es insólito flaco -le dije-, cuando vayas a prender el carrito, seguramente te conseguirás con un problema, por tenerlo tanto tiempo sin uso.

 “Entonces-me siguió contando el flaco-, un amigo me dijo que podía conseguirla en una distribuidora que queda en “Los Ruices”. Fui allá-me seguía contando el flaco- para averiguar la cosa. En el negocio me dieron la buena noticia,  que sí tenían baterías, pero debía llegar como a las tres de la mañana para hacer  la cola, porque entregan cincuenta números por día.”

Mi abuela Pía

Mi abuela Pía, llegó con sus dos tacitas de café, colocó una sobre mi escritorio y se fue a sentar en su mecedora;  después de hojear un libro sobre Eleazar López Contreras, que tengo abierto con una ficha de texto; para extraer mis notas: Entonces, se me queda mirando y yo sé,  que sus pensamientos se fueron para alguna parte, porque el ruido de la mecedora “…ruiqui , ruiqui, ruiqui…”, tenía un compás de pensamiento viajero.

“Cuando murió el tirano General Gómez, llegaron a Venezuela tiempos de alegría- me dijo-, las cárceles -que estaban repletas- comenzaron a vaciarse; la persecución política bajó notablemente y los exilados retornaron a la patria: incluido tu abuelo que estaba en la isla de Trinidad”.

Si abuela-le respondí-, ya cuando el gobierno de Medina Angarita los avances hacia la democracia, llevaban pasos firmes, después de la larga dictadura gomecista. Podría decirse, que fue el período durante el cual, en Venezuela no teníamos exilados. También, en esos tiempos, se fundaron partidos políticos, la libertad de expresión caminó por las calles y el espíritu democrático se dejó ver con sus pasos de niño.

“…Yo estaba muy contenta-me dijo nuevamente-, porque la familia se unió de nuevo y a pesar que estábamos viviendo en una casita de bahareque frente al golfo de Cariaco; que vivíamos de la pesca, el conuco y el comercio; tu abuelo estaba con nosotros, y comenzó a tener vida política, trabajaba en la radio, militaba con sus ideas, escribía y nos fuimos a Caracas, para vivir los nuevos tiempos en un clima de esperanza…”

En esos tiempos, el paludismo, el mal de chagas y las carreteras de tierra estaban a la orden del día, en oriente-le dije-. “Si , es verdad, pero había comida y un clima muy grande, para sacar al país adelante. En esos tiempos parí mis últimos dos hijos-me dijo dejando escapar suspiros de enamorada-, en esos tiempos viví amores de reencuentro a las orillas del mar…”  

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Adivinen, qué pasó?

Este sábado fui a la Av. fuerzas armadas para pasearme donde están los libreros-ustedes saben- y buscar algunos libritos de historia de finales del sigo xix y si tenía suerte encontrar un material raro para leer y regalar a mis amigos.

 Inmediatamente, al momento de estacionarme frente a los quioscos me “salta encima” un sujeto con cara de borracho irrecuperable para decirme que me cuidaría el carro y que la tarifa era 50 bs. Yo le dije “…que muchas gracias, pero no estaba interesado en su servicio, además que estaría al frente de mi carrito con un vendedor que me guarda libros, que me gustan.”

 Mas vale que no. El hombre se puso como un energúmeno y hasta me sacó una ”pico de loro” que por poco  me manda al hospital Vargas. Afortunadamente, muchos libreros que me conocen salieron en mi ayuda y calmaron al tarzán para que no hiciera parrilla conmigo. Obviamente, la policía no se veía por ningún lado, así que yo me fui y el hombre siguió en su trabajito.

 Luego, en mi turismo sabatino, me fui a la plaza Bolívar estacionándome en la av. Urdaneta para encontrarme con unos amigos y me sucedió algo parecido. Pero, esta vez le pagué al hombre 20 bs. para no caer en provocaciones, ni llegar tarde a la cita. De allí, me fui a una  tiendita de CDS por la esquina de Santa Bárbara para comprar unas películas, que me entretuvieran el sábado por la noche ¿Y que se imaginan ustedes que pasó?  Pues, me intercedió otro jipato cobrándome estacionamiento nuevamente, pero el pobre quedó con los ojos blancos ante una señal de dedos –medio perversa-, que aprendí en mis tiempos de escuela.

Finalmente, me fui al parque los caobos a donde me encontraría con unos poetas trasnochados amigos míos e intercambiar textos y palabras ¿Y adivinen que pasó  tan pronto cerré la puerta del carro para buscar a los amigos?

!Hagan su apuesta, señores!

Ese viernes había sido fin de mes y la gente tenia en el bolsillo su quincena o su semana para comprar el mercado. Juan Ramón iba subiendo por la avenida Baralt de pasajero en una camioneta toda destartalada rumbo al barrio de “los mecedores”, donde vivía en una casita que  había quedado medio levantada de la terrible vaguada aquella, que dejó hasta cicatrices en El Ávila y había arrastrado grandes piedras montaña abajo en una  de las lluvias más intensas caídas en más de cincuenta años.

La camioneta llegó al  final de la avenida; pasó frente al barrio “El retiro”, luego cruzó por debajo del puente de “la cota mil” para seguir hacia el final de su ruta muy cerca de su casa y cuando llegó a la plaza Diego de Lozada, entonces, Juan decidió bajarse para ir a apostar caballos en el barrio “las torres” y tratar de ligar toda la buena suerte posible para llevar más dinero a su casa.

Al bajarse de la camioneta  se veía el inmenso súper bloque 2, que quedaba frente a la plaza y que –Juan-, debía atravesar por un costado para llegar al sitio de apuestas. A un costado estaba el destacamento de la Guardia Nacional que siempre parece que estuviesen atrapando moscas y no escuchan nada; ni ven nada, ni hacen nada como si fuesen entrenados para no atacar el vicio y la violación de las normas de convivencia ciudadana.

La adrenalina de Juan Ramón comenzó a subir rápidamente, precisamente cuando pasaba frente al comando, porque los gritos del motivador de apuestas llamando a apostar se escuchaban tan fuertemente, que el busto del conquistador temblaba desde el viernes hasta la última carrera del domingo; pasando por un sábado intenso de bebidas y peticiones a las patas de los caballos, que vuelan sobre la pista con la suerte echada, mientras los niños del barrio juegan en la calle y  sus padres se juegan el mercado de la semana entre gritos; escándalo y tanto ruido, que las palomas huyeron, para nunca más volver.

El piojito va para clases.

El piojito va para clases.

El piojito es mi vecino, y es un niñito, que ya cumplió cuatro años y su mamá está muy mona, porque el bichito-quien es su único hijito-, irá por primera vez a la escuelita.

La mona de su mamá-como dije- está tan contenta como el primer veinticuatro de diciembre, cuando el niño Jesús, le trajo sus primeros juguetitos; que por cierto usó realmente cuando tenía como tres añitos, pues les cuento, que el señalado “niño Jesús” le trajo un carro más grande que él y solo pudo usarlo, cuando lo pedía por su nombre.

La semana pasada lo sacaron de shopping, para comprarle unas franelitas rojas; unos pantaloncitos azules, unas botitas negras como si fuera un soldadito de plomo, varios juegos de medias, interiores nuevos y un morral más grande que él, con tantos dibujitos animados,  que llevará en la espalda una tienda de juguetes.

Ahora, la mona de su mamá dice “…que está preparando el bolsillo, para comprarle los útiles escolares, que parece una lista como si el piojito estuviese entrando en la academia militar, para salir como ingeniero.”

 La pobre “mona” se ha convertido en Gorzila al ver los precios de los útiles, pero está muy contenta y todo lo que compra son cosas muy “cuchis” para que el piojo estudie y se divierta botando sacapuntas, perdiendo creyones y rayando sus cuadernos como si fuera un pintor especializado en alguna tendencia cinética y haciendo esculturas de plastilina; no solo para darle flexibilidad a sus deditos , sino para adornar su cabello, pintar sus franelas con acuarela y volver su morralito un saco de pordiosero, si es que antes no lo pierde; por andar descuidado, saltando, jugando y pendiente del vuelo de una mosca, que se pierde en el rosal de un jardinero.

martes, 2 de septiembre de 2014

ESTAMPAS DE GALIPAN

ESTAMPAS DE GALIPAN
Uno: Le da de bruno

Mi compadre Juancito Caña
Alquiló una bella yegua,
En el pueblo de Galipán
Por media hora,
Para dar un paseo por la montaña.
Con ella remontó la colina
hasta perderse en un sembradío,...
no vieron a Juancito por dos horas
ni a la yegua tampoco.

ESTAMPAS DE GALIPAN
DOS: PATACLOS

Mi amiga Rosalinda Manduca
Es una mujer cuarentona
De cabellos claros y ojos azules
Que desciende de los fundadores
Del bello pueblito.

Allá arriba,
Tiene una casita de bahareque
Y un terreno muy grande
Donde siembra girasoles.

Un día le pidió a mi primo Gustavo Rapozo
Que subiera un fin de semana
Para enterrar la semilla
Pero, la muergana no tenía girasoles,
Lo que tenía era yuca.

Y qué hizo Gustavito, mijo?
-me preguntó una señora,
Que es buena con la lengua
Y le encanta el chisme
Subido de tono-.

-Bueno, señora
-le respondí un tanto sonrojado-
Gustavito se quedó todo el fin de semana
Con la catira Manduca
“echando machete
Y –como usted supondrá.
Enterrando la yuca”

ESTAMPAS DE GALIPAN
TRES: AL REVES
La señora Maricarmen de Moñoño
Es una viuda muy linda
Que trabaja en un Ministerio como secretaria
desde los tiempos de la cuarta república.

Todos los días baja tempranito
En cualquier jeep de la línea hasta Cotiza,
O con cualquier vecino
Que solidariamente le da una colita.

Ella tiene un jeep
Del año de la pera
Que le dejó el finado Moñoño
Pero no está funcionando.

Su novio es un ex compañero de trabajo,
Que ya está jubilado
Y a quien le dicen “el zamuro”,
Un negro de dos metros
Que se enamoró de Galipán
Un día que subió a compartir en una fiestita
Y le da mucho cariño a su viudita…

-¿Cómo está la cosa Maricarmen
-le preguntan los amigos-
Arreglaste el jeep?
Y ella contesta con entusiasmo:
“Allá arriba tengo al zamuro
Metiéndole mano y poniéndolo bonito,
Cosa que hace de lunes a jueves
Porque de viernes a domingo
le mete mano a otra cosa.

-¡Caramba Maricarmen-le responden-,
Pero, tú también estás bonita!

-¡Al finado Moñoño yo lo adoraba-responde-,
Pero el zamuro me da lo que me faltaba,
Me construye en la casa, atiende un quiosquito
Donde vendo dulces, frutas, jugos y hasta mermelada;
Me arregla el jeep, me da cariño,
Me siembra una parcela
Con flores y a mi me da una ración
Bien completa,
Bien generosa,
De yuca, cochino y ensalada!

ESTAMPAS DE GALIPAN:
CUATRO: CONTRACULAZO

Jacinta Moñoño es comadre de la catira Manduca
Casi, no baja para Caracas
Porque le parece un fastidio

Pero, adora bajar a Macuto
Donde se echa un baño de playa
Y compra pescado fresco,
Bien temprano en la mañana
A los pescadores que llegan al balneario
En sus botes multicolores
Y a quien le ven cara de citadino
le pegan por el pecho el kilo de pescado
Como si los hubiesen criado
Con alimento importado…

Pero la Jacinta los conoce a todos
Y sabe muy bien, lo relamidos que son
Y entre conversa y conversa
Siempre ajusta el precio
Del pescado fresco
Que vende frito en su taguara.

Surte de pescado a los restaurantes
Que expenden comida en Galipán
Como si estuvieran en la Rue de Monparnase
Cobrando en dólares, en euros o libras esterlinas.

“Lo único malo de la Jacinta
-me contó un viejo agricultor
Que conoce de atrás
A la mujer-,
Es que se pelea con el agua y el jabón
Y Dicen las malas lenguas
Que es un trauma que tiene desde chiquita”.

lo malo del asunto-continúa contando el viejito-
Es que un día no tomó previsiones
Y agarró a la Jacinta medio borracha
Y le dio un consejo en el fondo de un conuco,
Cosa, que se arrepintió por mucho tiempo
Porque un animalito le pegó
Y anduvo, rasca que rasca
Por mucho, pero por mucho tiempo.