martes, 30 de septiembre de 2014

Carnavales del 2010, nueva era

Carnavales del 2010, nueva era
Yo me quedé en Caracas y entonces decidí visitar el paseo Los Próceres para pasar una tarde de Carnaval con mis primas Isabel y “Chochó” de Cumaná, que deseaban ver no sé qué cosa y lucir los disfraces de los niños, para que yo tomara unas fotos que quedaran para la historia. Les cuento que pasado unos tres minutos de recorrido saliendo de la estación del metro de” Los Símbolos” vía al monumento, ya estaba arrepentido de no quedarme en mi casa viendo una película en DVD de John Wayne “El Álamo”, la cual tenía pendiente sobre el TV. Aquello era patético y la verdad es que no quería arruinar a mis compañeras de paseo su tarde de tertulia, pero lo cierto es que las carrozas deprimían a cualquiera. No había imaginación ni creatividad y el paseo se convirtió en una marcha política sin distracción para los niños. Las carrozas comenzaron a pasar como salidas de una cueva fantasmagórica: la primera que vi fue la de la parroquia San José, que era un camión luciendo una pantalla azul que simulaba una computadora “canaima” y uno no pensaba qué hacer, si llorar o qué. No entendíamos qué tenía que ver con el carnaval y supusimos que era una vulgar propaganda como si estuviéramos viendo el canal 8. Luego. Comenzamos a ver otras carrozas de las parroquias que parecían salidas del mercado mayor de Coche listas para vender plátanos en cualquier esquina. La de la parroquia Altagracia tenía una Panteón Nacional con Bolívar resucitado tirando papelillos. Ni siquiera caramelos como cuando yo era un niñito y bastante que recogí “saca-muelas” al lado de mis primos, viendo espectaculares carrozas con lindas muchachas que parecían reinas de belleza. Lo cierto, es que los muchachos estaban aburridísimos en ese mar de gente que buscaba alegría sin encontrar nada. Afortunadamente encontramos un parque infantil con un tobogán y allí los niños se lanzaron apretujados llevando empujones y golpes. Pero, por seguridad optamos por devolvernos entre la muchedumbre con la misma “cara de ponche sin tirarle”. Al final del cuento, les digo que asistimos a una multitudinaria propaganda gubernamental cargada de elementos ideológicos, que descubrieron el fastidio colectivo que tiene la gente hasta en sus pequeños momentos de ocio. De todas maneras tomé algunas fotos, rogándole a los niños que se rieran y hasta tuve que abrir sus labios y pelarles los dientes a juro. Ni modo, de esa manera salieron en la foto.

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