jueves, 30 de octubre de 2014

La súper niñera, la película

La súper niñera, la película
La súper niñera, la película
Todo comenzó cuando un avión de PDVSA les estaba dando tremenda “colita” a la suegra de un ministro y a la súper niñera en un vuelo que llegaba al aeropuerto de Sao Paulo. Ustedes se tienen que imaginar la entrada del avioncito surcando los aires brasileros con un fondo musical de samba y mostrando el famoso cristo corcovado en lo alto de la montaña, una cosa muy subliminal. Allí comienza la película, pues, supuestamente andaban disfrutando de las bondades de la revolución bolivariana como si fueran magnates petroleros norteamericanos en viajes de negocios. Pero, al parecer era un vulgar viajecito para asistir a un hospital digno en Brasil y atender a la mujer del súper ministro de un asuntito rutinario de asistencia médica, que no se puede atender en una clínica nacional, ni en un CDI, ni en el hospital clínico o el hospital Vargas, como cualquier cristiano criollo.

Entonces, cuando checan el equipaje a la súper niñera, se consiguen que tiene un armamento sin permiso, sin documentación, etc., convirtiéndola automáticamente en una traficante de armamento o por lo menos en una contrabandista y hasta terrorista -¿Quién sabe?-. De esa manera, le ponen los ganchos y se la llevan directo a una cárcel brasilera para que rinda declaraciones.

Los brasileros, como cosa normal interrogan a la “extraña niñera”: “¿De quem é essa arma? ¿e Pistoia fazendo com isso? ¿Para vir ao Brasil? ¿O trabalho que você faz?”   Y la muchacha responde: “yo no fui, eso no es mío, eso es de mi jefe, yo no se nada”.

Por supuesto, que la policía no entiende la cosa, pues todo se presta a suspicacias y los medios de comunicación brasileros, no están acostumbrados a ver funcionarios del gobierno viajando en vuelos privados, usando aeronaves del estado en asuntos particulares “como Pedro por su casa” y mucho menos pueden ver como algo normal que una niñera tenga su pasaporte con sellos que testifican su paseo por medio mundo, armada y con un cuento chino.
“-Bueno mija -le dijo el funcionario de la embajada, como si fuera un agente de CIPOL-, quédate como “Renny”, que el ministro se está moviendo como un peso pluma.”

domingo, 26 de octubre de 2014

“Albertico”, así se llamaba.


“Albertico”, así se llamaba.
“Todo comenzó porque la señorita Elena-que era hija de una familia con mucha plata, me contaba mi abuelita Pía-, se enamoró de un tipo que era un pájaro bravo; que era un “agarre y huye”, un tipo “picaflor”-tu sabes-  que lo que estaba pendiente era de meterle mano a la muchacha bonita. Entonces, un día la Elena salió preñada en esos amores escondidos. Cuando la bella Elena le dice al hombre su situación, el tipo lo que hace es evadir la cosa y le propone que se deshaga de la criatura y se pierde del mapa para toda la vida. Don Rafael quien era el papá de la muchacha entra al bate y es quien asume el mando del problema, siendo de la idea que abortara, pero la muchacha no quería.”

“…Alli es donde empieza un drama muy angustiante-me contaba la abuela, mientras se fumaba un tabaco manufacturado en Cumaná, que yo le compraba en la bodeguita del señor Juan-,  porque el viejo Rafael la manda con su nana -quien era una negra con su pañoleta de lunas y su falda floreada, tu sabes-, para una casa de campo que tenían no se dónde y allí la escondió hasta que pariera…”
“-Caramba abuela, eso si es una novela interesante, le comenté a la abuela.”
-Súper interesante mijo-me dijo la abuela, mientras se tomaba un cafecito recién colado
y se acomodaba en su mecedora-, pero como tu mamá no quiere que la veas, yo te la iré contado poco a poco y así tu estás enterado de la cosa, ji,ji,ji-se reía la abuela con una complicidad tremenda-.
-¿Y entonces, nació el niñito, abuelita?-le pregunté-
-Si mijo, la Elena tuvo un varoncito, pero eso te lo cuento mañana en detalle, solo te adelanto que el chamito fue criado por la negra y le puso por nombre Albertico…Albertico Limonta.

jueves, 16 de octubre de 2014

La velita en la tumba

La velita en la tumba
El día de los muertos yo no voy sola al cementerio, porque se han visto “aparecidos” en muchas partes. Ese día, parece que los muertos andan revueltos y salen con permiso a visitar gente. En el pueblo hay una ancianita vestida de negro que aparece todos los lunes y los días de los santos inocentes, es una fija, que se le vea caminando a altas horas de la noche por las calles solitarias. Tiene como cien años apareciendo y caminando rápido por esas calles; camina tan rápido, tan rápido, que parece que volara y nadie la alcanza- . Hace como tres años, Chicho Ramírez  y Olguita Borotoche-quienes no creen en pajaritos volando- trataron de perseguirla y se le pegaron atrás como una garrapata, pero la  vieja no se dejaba ver la cara; bajó caminando del barrio “Machado”, que queda del otro lado de la carretera, la persiguieron por la calle principal del pueblo-como a las doce de la noche-, atravesó la plaza Bolívar y siguió al cementerio. Allí entró con desesperación y prendió una velita en una tumba, luego se devolvió sobre sus pisadas, regresando nuevamente al pie de montaña, ante la mirada de piedra de Chicho y Olguita y de repente, la vieja se convirtió en pájaro y se fue volando, dejando un chillido espantoso detrás de ella, que el pobre Chicho se orinó los pantalones y Olguita cayó de largo a largo, como si fuera un coco que cae de lo alto.

Con el canto del gallo

Con el canto del gallo
Yo le tengo mucha devoción a las ánimas, porque siempre me han protegido ante cualquier momento ingrato que me ha tocado vivir. Mi mamá y mi abuelo eran iguales con esa afinidad espiritual y siempre tuvieron demostraciones ante muchos momentos que vivieron en su vida. Siempre le rezaban e iluminaban como algo más que sagrado.
La última vez que viví una experiencia paranormal con las ánimas fue la vez que me quedé accidentado por el pueblo de “El clavo” en el Estado de Miranda. Entonces, se me aparecieron mis bisabuelos en medio de una carretera desierta: en plena madrugada, me ayudaron a empujar el carro, que prendió inmediatamente y de un solo aceleramiento, transité como cien kilómetros sin ver para atrás, hasta llegar a mi casa, justo cuando el gallo cantaba montado en lo alto de un palo.

Yo, me voy para la playa

Yo, me voy para la playa
Por nada del mundo, yo voy al cementerio el día de los muertos. Eso es horrible, pues va mucha gente, entonces todo es más caro. Los taxistas quieren hacer su agosto en las cercanías del cementerio, además que hay que caminar mucho, porque las calles se llenan de mucha gente y eso parece una procesión sin santo. Los muchachitos que buscan el agua para las flores y limpian las tumbas se sienten que son unos especialistas, y creo que cobran más caro que un médico especializado en hacer “las lolas”. Entonces, yo voy al cementerio el viernes en la mañana y “arreglo” a mis muertos ese día. Naturalmente, les rezo y pido por ellos donde quiera que me encuentre, no sin dejarles bien claro que el domingo no iré como hace todo el mundo, para no pasar trabajo y les prometo-cosa que cumplo rigurosamente-,  ponerle su velón desde mi casa y hasta les pongo un vino a mi mamacita y un roncito a mi marido para que la mesa quede bien servida. Y como el muerto va al hueco y el vivo al bollo, ese día… yo, me voy para la playa con mis hijas y mis nietos, me como un arroz con atún y ensalada, que llevo en una cavita y de regreso vengo “sarataca” después de degustar unas tres o cuatro espumosas, mientras pienso lo bella que es la vida, aunque se vaya como un suspiro y a veces, hasta sin aviso.

¿Quién sabe?

¿Quién sabe?
Cuando llega el día de los muertos, o sea el 2 de noviembre, yo me preparo. Entonces, con antelación invierto una plata comprando flores; contrato a mis cuñadas que me ayudan a preparar ramos en una especie de combo. Procuro que el precio sea solidario y de esa manera, ya el sábado, como a las tres de la mañana, estamos preparados para tomar nuestros puestos estratégicos en el cementerio y acomodar las cosas para que la venta se de en armonía. El río de gente que acude el sábado y el domingo, al camposanto es tan grande, que la venta es segura. Este año, también venderé velas, fósforos, misales y sahumerios. Y para que el negocio me quede redondo y todo me salga bien he mandado a hacer nueve misas a las ánimas benditas en la iglesia de mi parroquia. Y es, que el año pasado no me acordé de las ánimas y entonces se me perdió una plata de una manera inexplicable. Por ello, no pienso caer en el mismo hueco dos veces. ¿Quién sabe, si este año, me devuelven la plata que se me perdió el año pasado?
Yo he sabido de ánimas mañosas que andan por allí haciendo juegos a la gente, empezando con la pícara de mi suegra, q.e.p.d. a quien le haré su misa y le llevaré sus flores, bien tempranito… ¿Quién sabe, si así no se me vuelve a perder plata, ni me pasa nada desagradable? “Yo digo que con a suegra hay que tener mucho cuidado, incluso después de muerta”

sábado, 11 de octubre de 2014

Mi cara de ponche , sin tirarle


Mi cara de ponche sin tirarle
Clemente Alcaraván estuvo de viaje como un mes por varios países de Europa aprovechando que la empresa donde trabaja le había mandado en plan de estudio y labores para Alemania. “Lamentablemente -me dice Clemente-viajé con dólar libre porque no pude conseguir las divisas en el sicat, entonces parecía un “mochilero” sin capacidad de compra. Nada que ver de aquellos años gloriosos cuando nuestra moneda pesaba como un kilo”. Entonces, llegué a hoteles baratos-me contaba Clemente-, comí sin nada de exquisiteces, tan solo me compré unos zapatos que usé en todo el viaje y llegué al aeropuerto de Maiquetía con una maleta de ropa sucia, barbudo, con llaveros para regalar a los amigos y unos chocolatitos de obsequio para mi familia y muchos amigos se quedaron con cara de ponche.

Estaba escrito

Estaba escrito

El día que lo mataron, él parecía que presentía su fin -me contaba el señor Carlos que vende periódicos en el quiosco de la esquina-. “El gordo -me contaba el señor Carlos-, estuvo dando vueltas como un perro necesitado de desahogarse y entonces todo sudoroso y agitado caminaba por todos lados repitiendo constantemente “que no lo hicieran; que no se atrevieran a agredirlos, que eran la misma gente, que ellos no se merecían una masacre.” Todos los comerciantes cerraron sus negocios por temor a quedar envueltos en un conflicto, incluyendo al señor Carlos quien cerró su quiosco cuando vio al helicóptero dando vueltas en la zona.

Pero lo que sucedió fue algo terriblemente difícil de parar, como si su destino estuviese escrito en la misma Biblia. Aunque él pensaba que no sucedería nada fatal. Una señora que vivía en el edificio bajó a decirle que se fuera; bajó a decirle que se escondiera, bajó a decirle que marcara las de villa Diego, pero el gordo le dijo que “…no le harían nada, que él confiaba que no pasaría nada…”

Luego, en menos de treinta minutos llegó la policía; un comando apertrechado con mucho armamento, entonces, tomaron el edificio y tan pronto vieron al gordo, accionaron sus armas y le metieron como 40 balazos. Fue algo dantesco, porque el gordo con el primer tiro en la cabeza, ya estaba muerto. Fue el primer hombre que murió ese día como si fuera una película gringa donde nadie queda vivo, salvo unos súper policías que nunca mueren. “Si –me dijo el señor Carlos-, ese día todo estaba escrito y no se pudo cambiar el destino del gordo”.

Mi amiga Vilma

Mi amiga Vilma
Mi amiga Vilma es una mujer muy combativa. Ella se mete en cuanta actividad social hay en su barrio y en cuanto templete se monta para hacer algo, aparece como un súper héroe, que no se pela un llamado de ayuda. A mi me encanta como es Vilma, porque logra muchas cosas; de esa manera, con sus gestiones se desmaleza las áreas verdes, se limpian las calles, se arregla el parque infantil, consigue ayuda para gente necesitada y defiende la actividad cultural como “gato pata arriba.”
El otro día, mi amiga Vilma se fue al cine para ver la película “Libertador” y vino encantada; estuvo hablando que la gente es muy “pichirre”, que prefieren tomarse unas bebidas refrescantes, antes de apoyar al cine nacional. ¡Caramba amiga -le dije- yo voy a ver la película con toda mi familia!
Entonces, saqué cuentas para ver cuánto necesitaba para llevar a mis hijas y mis nietos, pagar entrada, pasaje y chucherías-ustedes saben- y la cuenta era abultada. No tuve otra alternativa que comprar un cd pirata que venden en cualquier “tarantín”, que si bien no se aprecia la película en su máxima expresión, toda mi prole pudo ver en casa “El libertador” para poder opinar con la terrible Vilma, mientras le ofrezco una bebida refrescante con su arepita de chicharrón con queso.

¡Corre abuela, corre!

¡Corre abuela, corre!
¡Abuela, abuela, la señora Evarista le manda a decir que están vendiendo harina de maíz en el supermercado; “que se ponga las pilas, abuela”, para que no se quede contando pajaritos! gritaba mi nieto, mientras me llenaba de una desesperación muy grande, por temor a perder la oportunidad de comprar la harina para las arepas. Entonces, en menos de lo que canta un gallo, me vestí corriendo; me puse unas lycras muy cómodas que tengo, una chemise, unas sandalias y mi pañueleta para ganar tiempo; agarré los reales y salí corriendo como si fuera una competencia de formula uno, porque delante de mi y detrás de mi, iban muchísimas amas de casa, que también habían escuchado el alerta que había mandado la Evarista. Entonces, salí de la calle con la velocidad de un rayo, cruce la avenida  como un bólido pero me estrellé como Pastor Maldonado, porque la harina se había acabado.

miércoles, 8 de octubre de 2014

Robaron un cochino (Nemesio, responde)

Robaron un cochino
Sobre el asunto de los gallos de pelea que me robaron en aquel tiempo, tengo que contarles algunas cosas que nadie sabe. La verdad es que nunca se había visto en el pueblo y sus alrededores, que alguien  estuviese robando gallos de pelea. No solamente se robaron un gallito -que es bastante-, sino que se llevaron en un solo incidente, cuatro gallos hermosos de pelea, que son costosos y además se los comen en un sancocho, después de matarlos malamente; retorciéndoles el pescuezo como si fueran unos vulgares pollos de engorde.
Desde que tenemos uso de memoria hemos visto que algunos zagaletones se roban una mano de topochos; se roban unas patillas, una pala, un pico  o un mecate, pero cuatro animalitos finos, nunca se había visto por estos lares.
“Yo tuve que poner la denuncia para tratar de llamar la atención de las autoridades –recuerdo que le dije a la madre del muchacho acusado-, y obligarles a accionar contra “el ratero en serie” que andaba causando perjuicios, además de dejar un precedente ante la población de que esa pillería era intolerable.”
Después que se llevaron al sospechoso a Píritu para interrogarlo, yo me di por servido porque  en el pueblo no se hablaba de otra cosa.  Entonces, fui a la delegación de la policía judicial y retiré la denuncia junto a la madre del muchacho: Pensaba que el hambriento ratero se asustaría y se dejaría de andar saqueando animalitos en cualquier corral. Pero cuando llegamos a Uchire, nos enteramos que al viejo Demóstenes Maracapana, que tiene una granjita en lo alto de la montaña, le habían robado un cochino.

Los gallos de Nemesio (Colaboracion de Estelita Guarapana)

·          Voy a echarles el cuento de la vez que le robaron los gallos a nuestro amigo Nemesio Paraqueima. Resulta que Neme pensó que sería su último día, cuando descubrió como a las cinco de la mañana que habían desaparecido sus mejores gallos de pelea -importados de Puerto Rico-, en su criadero.
Cuatro de sus animales no estaban en el gallinero. Y la verdad no sabía qué había pasado. Entonces, Jesús Guaicara –su primo- se ofreció para hacer una inspección extraoficial para tratar de ver cómo había sido el secuestro. No había rastro de nada y no se hallaban respuestas que explicaran el acto criminal.
Pasaron cuatro días y en las orillas de la Laguna de Unare, a escasos 800 metros de su parcela, se consiguieron los rastros claros de un sancocho improvisado sobre la tierra, donde un tumulto de carbón quemado daba muestras del hecho y además, Jesús descubrió un volumen apreciable de plumas, las cuales fueron reconocidas por el propietario de los gallos, como prueba precisa que estos, habían sido sacrificados y puestos en la olla como a un vulgar pollo brasileño de esos que se venden muy baratos, en cualquier operativo de venta de alimentos que hace el gobierno.
Así que Nemesio, inmediatamente se dirigió a la policía del Estado en la avenida principal del pueblo para pedir ayuda en la averiguación. El comandante de azul, se declaró impotente –cual Poncio Pilatos- para darle curso a la investigación, pero le recomendó al doliente que se dirigiera a Puerto Píritu, para poner la denuncia ante el cuerpo técnico judicial, porque el caso era muy complicado.
A la pregunta de quién cree usted que es el posible indiciado en el hecho, Nemesio acusó a un muchacho amante de los gallos de pelea y que se interesaba en aprender los rudimentos en la cría de estas aves y además dijo que éste muchacho le tenía envidia. De esa manera, un detective con cara de hambre se apareció en la casa del muchacho y se lo llevó a la delegación a 40 kilómetros de distancia.
Lo que si sabe es que han aparecido otras evidencias de sancochos de lebranches, catácos, róbalos con camarón en la costa de la Laguna y quizás hay un inocente hombre “sancochero” deambulando por esas tierras, que no distingue entre gallinas y gallos de pelea, a la hora de saciar el hambre.

martes, 7 de octubre de 2014

Pajarote

Pajarote

Linda Guarecuco era una linda mujer descendiente de la nación kariña; una jovencita muy hermosa con su cabellera negrísima y larga hasta la cintura; parecía una princesa india con buen talle, unos ojos grandes y claros, rostro perfilado y un color de piel cobre claro, que le hacían resaltar su mirada de esmerada. Era mi prima lejana y vivía muy cerca del casco central del pueblo de Uchire.

Yo le conocí hace más de cuarenta años, cuando ella debería tener unos diez y siete años aproximadamente y era muy aventurera, amante del excursionismo junto a otros jovencitos de su generación Un fin de semana se aventuró a meterse en el cerro “El morro”; que es un sitio encantado por un viejito, que se le aparece a las personas que se internan en la montaña, para dejarlos precisamente encantados y más nunca salen de allí; por más que sus madres prenden velas, hagan misas y rueguen a los cielos para que sus seres queridos retornen salvos y sanos.

Lo cierto, es que Linda Guarecuco nunca regresó y muchos dicen desde entonces, que se quedó encantada en una cueva que brilla de noche y de día, pero que nadie puede encontrarla, porque se pierde en la montaña. Sin embargo, mi amigo Juancito  Calma me dijo en una oportunidad, que  hace como treinta años le pareció verla caminando por las calles de pueblo de “Río Chico”,  tomada de la mano de un negro barloventeño, que mide como dos metros y que mientan “pajarote”.

La cama de Pedrito Guarache (Colaboracion de Estelita Guarapana)


La cama de Pedrito Guarache

Habían pasado siete años desde que nos habíamos ido a vivir a Caracas. Yo era una adolescente y cuando retornamos nuevamente al pueblo, llegué directamente a estudiar segundo año de bachillerato en el único liceo que teníamos y que queda cerca del stadium de baseball.  Como podrán imaginar, allí estaban mis amiguitos de la infancia  y entre todos sobresalía Pedrito Guarache, quien era como un hermano y además amiguito de toda la vida de mi hermano Joaquín. Ellos se la pasaban para arriba y para abajo juntos: Cuando Pedrito andaba montado en una mata cogiendo ciruelas, usted puede tener la seguridad, que más arriba estaba Joaquin; si Pedrito jugaba fútbol, entonces Joaquín era el portero; si Pedrito era pitcher en un juego de béisbol, Joaquín era el catcher. Sencillamente eran inseparables.

Un día mi papá le dijo a Pedrito: “… lo que faltaba era que se quedara durmiendo en la casa…”  Entonces, sucedió. Joaquín le dio su cama y desde entonces comenzó a dormir en una hamaca al lado de Pedrito.  Papá no tuvo otra alternativa que comprar una cama para Pedrito y si bien no le pudo dar su apellido, lo trataba como  a un hijo, hasta que se hizo hombre…

lunes, 6 de octubre de 2014

Libre como un pajarito *Colaboracion de Estelita Guarapana


Libre como un pajarito
Muchos años pasaron hasta que cumplí mis 14 años. No me sentía feliz en Caracas. Siempre escuchaba a la gente decir que “Caracas es Caracas y lo demás es monte y culebra…” pero ya teníamos en la capital como siete años y yo me moría por regresar a mi pueblo y ver las aves volar libremente por todas partes con su bullicio y su trinar de vida; disfrutar del sol cuando sale en la mañana por el este, ver la inmensidad de una luna llena que sale del mar y alumbra toda la noche como un inmenso farol, comer mis cachapas hechas con jojoto tierno y queso lechoso, comer un buen pescado ahumado,. Eso era vida.
Por ello cuando mi papá me dijo que si era capaz de regresar con él al pueblo para vivir en su casa materna, yo no pude disimular mi gozo y alegría que me permitió reencontrarme con mis amigas de niña; con la música llanera, con la música oriental y con la pureza del aire que el viento lleva para todas partes como un símbolo de vida, que se renueva permanentemente, cada verano y cada invierno.

Eran otros tiempos *Colaboracion de: Estelita Guarapana

Eran otros tiempos.
La primera vez que vine a Caracas fue a finales de la década de los sesenta. Era una niña y no le soltaba la mano a mi papá para donde quiera que fuéramos.  Tenía un inmenso temor a perderme. Mamá siempre me explicaba cómo llegar a casa desde el centro de la ciudad teniendo como referencia las torres del Centro Simón Bolívar y mi papá me decía “…esta es la calle Bolívar de Catia; esta es la Av. Sucre, esta es la Av. Urdaneta…” y por todos esos lugares pasaba el autobús, que prácticamente le daba la vuelta a la ciudad en una gran circunferencia. Yo estaba atenta a cada detalle y siempre pensaba que si me llegaba a perder solo tenía que encontrar la ruta del autobús y montarme, aunque sea en una “colita” pedida a un chofer con cara de drama y esperar pasar frente a mi casa para salvarme del mal rato.
En una oportunidad me tocó el momento de hacer una diligencia con tan solo 8 años en pleno centro de Caracas. Mi papá me montó en el autobús y le dijo al chofer: “…déjamela en la esquina de “gato de negro, por favor, que ella se defiende hasta la casa”. Efectivamente, yo estaba pendiente de cada detalle, ya que me conocía las calles y avenidas que vigilaba desde el primer asiento detrás del chofer, quien estaba pendiente, viendo por el retrovisor y cuando llegamos a la esquina de “gato negro”, el chofer dijo: “…esta es la esquina de “gato negro”, mija”. Yo lo sabía, entonces me bajé, no sin antes darle las gracias al chofer, como me habían enseñado mi mamá y mi papá cada vez que alguien me hacía un favor. Eran otros tiempos.

!Vamos burrito, que la cena espera!




¡Vamos burrito que la cena espera!
La carretera fue construida durante el gobierno del General Gómez. Traían a los presos con sus grilletes y entonces le daban picos y palas para que trabajaran abriendo el camino. Era un trabajo muy duro con mucha fuerza humana y hasta de caballos que “jalaban” troncos amarrados con mecates porque no había gran maquinaria como en estos tiempos. Muchos hombres no aguantaban el trabajo y caían en el suelo, agotados por el cansancio y los latigazos de sol ardiente que le quemaban los rostros y las espaldas sudorosas. Mi abuelo llegó a socorrer a muchos hombres picados de culebras que nunca habían agarrado un machete en su vida. Poco a poco, vimos crecer la carretera de asfalto con sus puentes y sus curvas peligrosas que serpenteaban entre los grandes árboles. Atrás se iba quedando el camino polvoriento cruzado por riachuelos que hacían una aventura transitar hasta Caracas. Poco a poco quedaron atrás los asaltantes de caminos, aunque yo seguí por un tiempo montando mi burro y usando nuestra carreta para cargar los víveres y las cestas que guardaban el pescado salado destinado para la venta. Hasta el sol de hoy tenemos burros, que nos pasean por la montaña y se mojan sus patas a la orilla del mar como en una fotografía vieja viviente, que se niega a perderse en el tiempo.

Camarón, mucho camarón


Camaron, mucho camaron
En el pueblo de El Hatillo que es vecino de Uchire se dan los mejores camarones. Los pescadores los recolectan; los meten en sus cavas y se vienen a Uchire para venderlo al mejor precio posible. En una oportunidad hubo bastante camarón. Había tanto que salían por el chorro de la batea, por la regadera y hasta regando las matas. Yo me compré tres kilos de camarones a buen precio y los guardé en mi nevera para esperar a toda la familia que pasaría esos días en mi casa. Pero, resulta que no llegaron. Cambiaron de planes y mi nevera quedó repleta de camarones, lebranche y mucho atún. “Yo me dije-recuerdo- que esa comida no se perdería y tan solo me molesté porque la familia no llegaría a disfrutar de nuestras playas y el ambiente que se da en la zona”.

Entonces comencé mi semana comiendo mucho camarón. Desayunaba arepas con camarones, almorzaba espagueti con camarones, cenaba sopa de camarones y sándwiches de camarones. En eso me la pasé como tres días. Ya sentía que me estaba poniendo colorado y orinaba con olor a camarón.

Como bueno es cilantro, pero no tanto; de tanto comer camarón agarré una intoxicación terrible que me llevó al hospital por ocho días. Los médicos no entendían lo que yo tenía, hasta que me acordé de mi dieta de camarones y entonces, me mandaron a mi casa, después de múltiples exámenes de sangre, de orina y de un hospedaje forzado en el Hospital tipo II de Uchire.

Un día, llegó la carretera


Un día, llegó la carretera

“En un tiempo -contaba mi abuelo Dámaso Paraqueima-  la zona donde yo nací era muy conocida y era referencia de la provincia de Venezuela, porque el río Uchire significaba un punto de frontera. Siempre fue así, incluso, luego fue una zona de disputa entre los estados Miranda y Anzoátegui, aunque la gente no hacia nada con eso, porque no afectaba en lo absoluto la vida de los pobladores. Tenía un puerto importante desde donde se sacaba mercadería y productos de la tierra: Hoy en día no hay restos de ello. Solo una pequeña nota en la novela “La balandra Isabel llego esta tarde” de Guillermo Meneses. Mi papá siempre me echaba cuentos para tratar de guardar la memoria de ciertos hechos que pasaron y de las costumbres de los pescadores, de los agricultores y ciertas anécdotas que suceden en cualquier pueblo aislado sin electricidad, ni agua potable, ni vías, ni nada, hasta que un día llegó la carretera y Caracas se comenzó a ver más cerca.”

Recuerdo que una vez le pregunté a mi abuelo “si Bolívar había estado en Uchire” y entonces el viejito se levantó de su silla de cuero de chivo, se acomodó su sombrero y señalando con el dedo hacia la costa a orillas del mar dijo: “si mijo. ¿Por dónde no pasó ese hombre? Bolívar estuvo por esta zona con mucha gente rumbo a Píritu, cuando huía de Boves. Muchos huesos quedaron enterrados por esas arenas de gente que no pudo llegar con vida, tratando de llegar a Barcelona, en 1814”

Un travieso Caricari

Un travieso caricari.

La laguna de Unare es preciosa. No solo es el paisajismo que atrae la mirada de la gente, que pasa fugazmente por su rivera transitando hacia oriente o hacia el centro del país: A cualquier hora se puede disfrutar de los colores verdes y azules como un cuadro de Luis López Méndez; sus cocoteros en el istmo y las aguas  de un mar caribeño que es cruzado por los botes pesqueros buscando su sustento.

 También se puede apreciar en la zona un espectacular mundo, donde las aves muestran su belleza y variedad. Más de 240 especies de aves viven allí o pasan -en su vida migratoria-, haciendo un breve hospedaje en la laguna para recobrar fuerzas y seguir su camino. Alli fue donde vi por primera vez una manada inmensa de gruyas retozando como un solo cuerpo de color melocotón, que semejaban una inmensa alfombra y también alli fui victima de un gavilán caricari que entró al patio de mi casa y se llevó un pollo entero, que estaba listo para ponerlo en la brasa.

Menos mal que teníamos un lebranche en la nevera, el cual picamos en ruedas, le salamos y lo pusimos a la brasa para degustarlo acompañado de unas arepas. Esa noche dormimos bien, pero siempre recuerdo al travieso Caricari.


Cada vez que llega la semana santa, los carnavales o las navidades, la gente del pueblo de Uchire se prepara para recibir a los turistas internos; que llegan para pasar varios días en sus casas vacacionales o en las posadas. Entonces, todos los negocios procuran estar bien surtidos empezando por las ferreterías, los supermercados, los restaurantes y especialmente las ventas de pescado que llenan sus neveras  de atún, róbalo, lebranches, camarones, etcétera.