lunes, 6 de octubre de 2014

Eran otros tiempos *Colaboracion de: Estelita Guarapana

Eran otros tiempos.
La primera vez que vine a Caracas fue a finales de la década de los sesenta. Era una niña y no le soltaba la mano a mi papá para donde quiera que fuéramos.  Tenía un inmenso temor a perderme. Mamá siempre me explicaba cómo llegar a casa desde el centro de la ciudad teniendo como referencia las torres del Centro Simón Bolívar y mi papá me decía “…esta es la calle Bolívar de Catia; esta es la Av. Sucre, esta es la Av. Urdaneta…” y por todos esos lugares pasaba el autobús, que prácticamente le daba la vuelta a la ciudad en una gran circunferencia. Yo estaba atenta a cada detalle y siempre pensaba que si me llegaba a perder solo tenía que encontrar la ruta del autobús y montarme, aunque sea en una “colita” pedida a un chofer con cara de drama y esperar pasar frente a mi casa para salvarme del mal rato.
En una oportunidad me tocó el momento de hacer una diligencia con tan solo 8 años en pleno centro de Caracas. Mi papá me montó en el autobús y le dijo al chofer: “…déjamela en la esquina de “gato de negro, por favor, que ella se defiende hasta la casa”. Efectivamente, yo estaba pendiente de cada detalle, ya que me conocía las calles y avenidas que vigilaba desde el primer asiento detrás del chofer, quien estaba pendiente, viendo por el retrovisor y cuando llegamos a la esquina de “gato negro”, el chofer dijo: “…esta es la esquina de “gato negro”, mija”. Yo lo sabía, entonces me bajé, no sin antes darle las gracias al chofer, como me habían enseñado mi mamá y mi papá cada vez que alguien me hacía un favor. Eran otros tiempos.

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