lunes, 15 de diciembre de 2014

La cena de noche buena

La cena de noche buena
LUIS ALFREDO RAPOZO

Faltaban pocos días para la noche buena y entonces en esos momentos que uno se detiene a pensar sobre la fecha y acordarse de la familia , me vino a la mente el cuadro familiar de mi compadre Faustino Nuñez  y de sus tres hijos quienes son mis ahijados con carácter de exclusividad.

Con Faustino me une una hermosa amistad que se remonta a los tiempos de cuando nuestros padres, paisanos de origen  canario, llegaron jovencitos a esta tierra en la década de los cincuenta. Lo cierto es que decidí visitarles para hacerles llegar mis mejores deseos navideños y un prospero año  entrante, todo ello en medio de un ambiente tradicional donde pareciera que el tiempo no alcanzaba para todas las actividades que hay en casa. Ustedes saben, comprar la comida, arreglar esto y aquello, atender a los niños y todo eso...

En casa de Faustino me encontré con un decaimiento terrible. No había ambiente navideño por ningún lado y todos estaban alejados del espíritu navideño, que siempre encontraba dónde el compadre.

“Hay que levantar ese ánimo familia -les dije-, vamos a sacar los adornos, desempolven el viejo arbolito de navidad; limpiemos la casa, botemos los cachivaches y demos gracias a Dios, que estamos vivos y sanos”.

Yo entiendo y es evidente, que la situación económica que se vive actualmente en Venezuela no es la mejor, pero debemos tener el espíritu navideño  en alto. Ya vendrán tiempos mejores.  “-Si padrino, pero es que este año, ha mermado todo de una manera atroz”-me contestó el más grande de los ahijados- . “Los zapatos están muy caros, la ropa ni se diga, al punto que hemos optado por no cumplir con el tradicional el estreno, debido a los altos precios de los artículos”

-Yo eso lo entiendo, querida familia-les dije-, y es que no recuerdo haber vivido una situación como esta, tan menguada desde hace muchas décadas. Mientras tanto-les dije-, vivamos con alegría nuestras tradiciones, lo mejor que podamos. No importa que en noche buena, no tengamos zapatos nuevos, ni pantalones nuevos, ni camisas de estreno-. Lo importante, es que nos comamos las verdes de este año, pero unidos y con aspiraciones a que esta mala situación  cambie en los años venideros y logremos encontrar el camino de la producción, la estabilidad, el crecimiento, la abundancia, el progreso, las oportunidades, respeto a los derechos humanos y a la condición humana y política.

Como les decía-apreciados lectores-, ese día lo pasé con mis amigos, escuchamos gaitas, tomamos vino, preparé un hervido familiar de pollo y sacamos del closet el viejo arbolito para instalarlo en la sala, mientras nos poníamos de acuerdo para la cena de noche buena.

Cuando me fui a casa, dejé a mis ahijados contentos con su “aguinaldito”, a mi comadre haciendo su lista para la cena y a mi compadre Faustino embriagado de vino. Entonces, pensé que cuando vaya a la cena de noche buena en casa de mis compadres y ahijados, les llevaré un pequeño pesebre con un lindo niño, si señor.

martes, 11 de noviembre de 2014

Ocho días


Ocho días.
Ese domingo me levanté bien temprano como siempre. Entonces, me puse las alpargatas domingueras y salí a comprar los tres periódicos, que acostumbro a leer  ese día como algo sagrado: es una rutina que mantengo desde hace varias décadas, que mi mujer respeta, es como ir  a misa. La diferencia en estos tiempos, es que gasto casi cien bolívares en los tres diarios. ¿Qué no hacía uno con cien bolos, cuando era un chamito por los años sesenta? “Eso era plata”, pensé. Ahora, es un gas que se evapora. Como ya viene diciembre, uno se detiene a pensar en las tradiciones caseras. Ustedes saben; en limpiar la casa, pintar, arreglar esto, remendar aquello, adornar, hacer las hallacas, el “niño Jesús” para los chamitos, los regalitos y todo eso. “Es difícil no pensar en esas cosas”, me dije. Total que me puse mis periódicos debajo del brazo y fui a comprar varias empanadas para evitar que se cocine temprano en casa. Cada empanada me costó treinta bolívares, también llevo frutas para hacer un buen jugo de lechosa o  melón,  y entonces reviso los titulares a vuelo de pájaro: “Hallaca sale en Bs. 27 con relleno de Mercal”-decía en letras grandes una información dada por la agencia oficialista AVN-. Comento la noticia con los parroquianos que degustaban sus empanaditas y entonces todos rieron en medio de una guasa que todavía no ha terminado, y ya han pasado 8 días.

viernes, 7 de noviembre de 2014

La cocinita

Cuando llegué a la Av. Los Próceres ya había tanta gente que uno inmediatamente pensaba que no habría tantas lavadoras, neveras y cocinas para satisfacer las necesidades de tanta gente. A penas eran las dos de la mañana y el operativo montando por el gobierno para vender peroles chinos tenía dos días haciendo cola y la gente estaba pasando mucho trabajo para comprar un coroto. ¿Cuánto se puede vender en un día? –me preguntaba, entonces llegué a la conclusión que era muy difícil adquirir una cocinita en Venezuela y que esto era un verdadero despelote-.

A las ocho de la mañana no cabía más gente en la avenida; había un tráfico  insoportable y ya la autopista y avenidas de El Valle, Nueva Granada y Santa Mónica estaban colapsadas.

El trasnocho me estaba pegando y me sentía como si hubiese pasado la madrugada en el Hospital Vargas para adquirir un número y me pudiera atender el homeópata. Pero, decidí no tirar la toalla y aguantar hasta el final para comprar una cocinita como si fuera un reto personal y entonces como a las doce del mediodía un militar con cara de perro rabioso dijo “que se había suspendido el operativo porque no podían controlar la demanda del servicio”, pero fue sincero cuando dijo “que prepararían mejor el asunto para reactivar el operativo”. Sin embargo, yo había decidido no sufrir más ese calvario y me fui caminando a casa pensando cómo podría comprar una cocinita en Colombia.

jueves, 6 de noviembre de 2014

Nuestra red social

Nuestra red

Esa semana había ido tres días al supermercado, por cosas del azar, no era mi costumbre estar dando vueltas entre los pasillos del establecimiento. Entonces, durante esos días coincidí con varias amas de casa. Al principio ni pendiente, pero al segundo día ya nos saludamos e incluso comentábamos algunas cosas vinculadas a los productos que no se conseguían. Entonces, nos sentamos a tomar café dentro del mismo supermercado y entablamos una amistad de compradores de víveres muy extraña. Luego, al tercer día  coincidimos nuevamente y de tres personas compradoras amigas, pasamos a ser siete, luego ocho, hasta ahora que somos como quince, convirtiéndose en una verdadera guachafita , que nos permite estar datados de dónde se consiguen los escasos productos, usando el celular y transmitiendo mensajes de texto como en un programa de radio.

Con este hermoso grupo, he establecido una estupenda red social que me ha permitido salir todos los días y conseguir los productos, emulando la propaganda aquella que dice: “…que a lo que la primera se le pasa, la segunda lo repasa”. Desde entonces, consigo los víveres en un alto porcentaje, aunque caminando mucho con mis amigos de aquí para allá y de allá para acá. Es cuestión de usar unos buenos zapatos deportivos, ropa cómoda y tener muy bien carácter y mucha paciencia.

-Naturalmente-les digo a ustedes-, no hay garantía de nada. Todo es cuestión de suerte, pero si les aseguro que cada día la cosa es más difícil y la plata rinde menos.

jueves, 30 de octubre de 2014

La súper niñera, la película

La súper niñera, la película
La súper niñera, la película
Todo comenzó cuando un avión de PDVSA les estaba dando tremenda “colita” a la suegra de un ministro y a la súper niñera en un vuelo que llegaba al aeropuerto de Sao Paulo. Ustedes se tienen que imaginar la entrada del avioncito surcando los aires brasileros con un fondo musical de samba y mostrando el famoso cristo corcovado en lo alto de la montaña, una cosa muy subliminal. Allí comienza la película, pues, supuestamente andaban disfrutando de las bondades de la revolución bolivariana como si fueran magnates petroleros norteamericanos en viajes de negocios. Pero, al parecer era un vulgar viajecito para asistir a un hospital digno en Brasil y atender a la mujer del súper ministro de un asuntito rutinario de asistencia médica, que no se puede atender en una clínica nacional, ni en un CDI, ni en el hospital clínico o el hospital Vargas, como cualquier cristiano criollo.

Entonces, cuando checan el equipaje a la súper niñera, se consiguen que tiene un armamento sin permiso, sin documentación, etc., convirtiéndola automáticamente en una traficante de armamento o por lo menos en una contrabandista y hasta terrorista -¿Quién sabe?-. De esa manera, le ponen los ganchos y se la llevan directo a una cárcel brasilera para que rinda declaraciones.

Los brasileros, como cosa normal interrogan a la “extraña niñera”: “¿De quem é essa arma? ¿e Pistoia fazendo com isso? ¿Para vir ao Brasil? ¿O trabalho que você faz?”   Y la muchacha responde: “yo no fui, eso no es mío, eso es de mi jefe, yo no se nada”.

Por supuesto, que la policía no entiende la cosa, pues todo se presta a suspicacias y los medios de comunicación brasileros, no están acostumbrados a ver funcionarios del gobierno viajando en vuelos privados, usando aeronaves del estado en asuntos particulares “como Pedro por su casa” y mucho menos pueden ver como algo normal que una niñera tenga su pasaporte con sellos que testifican su paseo por medio mundo, armada y con un cuento chino.
“-Bueno mija -le dijo el funcionario de la embajada, como si fuera un agente de CIPOL-, quédate como “Renny”, que el ministro se está moviendo como un peso pluma.”

domingo, 26 de octubre de 2014

“Albertico”, así se llamaba.


“Albertico”, así se llamaba.
“Todo comenzó porque la señorita Elena-que era hija de una familia con mucha plata, me contaba mi abuelita Pía-, se enamoró de un tipo que era un pájaro bravo; que era un “agarre y huye”, un tipo “picaflor”-tu sabes-  que lo que estaba pendiente era de meterle mano a la muchacha bonita. Entonces, un día la Elena salió preñada en esos amores escondidos. Cuando la bella Elena le dice al hombre su situación, el tipo lo que hace es evadir la cosa y le propone que se deshaga de la criatura y se pierde del mapa para toda la vida. Don Rafael quien era el papá de la muchacha entra al bate y es quien asume el mando del problema, siendo de la idea que abortara, pero la muchacha no quería.”

“…Alli es donde empieza un drama muy angustiante-me contaba la abuela, mientras se fumaba un tabaco manufacturado en Cumaná, que yo le compraba en la bodeguita del señor Juan-,  porque el viejo Rafael la manda con su nana -quien era una negra con su pañoleta de lunas y su falda floreada, tu sabes-, para una casa de campo que tenían no se dónde y allí la escondió hasta que pariera…”
“-Caramba abuela, eso si es una novela interesante, le comenté a la abuela.”
-Súper interesante mijo-me dijo la abuela, mientras se tomaba un cafecito recién colado
y se acomodaba en su mecedora-, pero como tu mamá no quiere que la veas, yo te la iré contado poco a poco y así tu estás enterado de la cosa, ji,ji,ji-se reía la abuela con una complicidad tremenda-.
-¿Y entonces, nació el niñito, abuelita?-le pregunté-
-Si mijo, la Elena tuvo un varoncito, pero eso te lo cuento mañana en detalle, solo te adelanto que el chamito fue criado por la negra y le puso por nombre Albertico…Albertico Limonta.

jueves, 16 de octubre de 2014

La velita en la tumba

La velita en la tumba
El día de los muertos yo no voy sola al cementerio, porque se han visto “aparecidos” en muchas partes. Ese día, parece que los muertos andan revueltos y salen con permiso a visitar gente. En el pueblo hay una ancianita vestida de negro que aparece todos los lunes y los días de los santos inocentes, es una fija, que se le vea caminando a altas horas de la noche por las calles solitarias. Tiene como cien años apareciendo y caminando rápido por esas calles; camina tan rápido, tan rápido, que parece que volara y nadie la alcanza- . Hace como tres años, Chicho Ramírez  y Olguita Borotoche-quienes no creen en pajaritos volando- trataron de perseguirla y se le pegaron atrás como una garrapata, pero la  vieja no se dejaba ver la cara; bajó caminando del barrio “Machado”, que queda del otro lado de la carretera, la persiguieron por la calle principal del pueblo-como a las doce de la noche-, atravesó la plaza Bolívar y siguió al cementerio. Allí entró con desesperación y prendió una velita en una tumba, luego se devolvió sobre sus pisadas, regresando nuevamente al pie de montaña, ante la mirada de piedra de Chicho y Olguita y de repente, la vieja se convirtió en pájaro y se fue volando, dejando un chillido espantoso detrás de ella, que el pobre Chicho se orinó los pantalones y Olguita cayó de largo a largo, como si fuera un coco que cae de lo alto.

Con el canto del gallo

Con el canto del gallo
Yo le tengo mucha devoción a las ánimas, porque siempre me han protegido ante cualquier momento ingrato que me ha tocado vivir. Mi mamá y mi abuelo eran iguales con esa afinidad espiritual y siempre tuvieron demostraciones ante muchos momentos que vivieron en su vida. Siempre le rezaban e iluminaban como algo más que sagrado.
La última vez que viví una experiencia paranormal con las ánimas fue la vez que me quedé accidentado por el pueblo de “El clavo” en el Estado de Miranda. Entonces, se me aparecieron mis bisabuelos en medio de una carretera desierta: en plena madrugada, me ayudaron a empujar el carro, que prendió inmediatamente y de un solo aceleramiento, transité como cien kilómetros sin ver para atrás, hasta llegar a mi casa, justo cuando el gallo cantaba montado en lo alto de un palo.

Yo, me voy para la playa

Yo, me voy para la playa
Por nada del mundo, yo voy al cementerio el día de los muertos. Eso es horrible, pues va mucha gente, entonces todo es más caro. Los taxistas quieren hacer su agosto en las cercanías del cementerio, además que hay que caminar mucho, porque las calles se llenan de mucha gente y eso parece una procesión sin santo. Los muchachitos que buscan el agua para las flores y limpian las tumbas se sienten que son unos especialistas, y creo que cobran más caro que un médico especializado en hacer “las lolas”. Entonces, yo voy al cementerio el viernes en la mañana y “arreglo” a mis muertos ese día. Naturalmente, les rezo y pido por ellos donde quiera que me encuentre, no sin dejarles bien claro que el domingo no iré como hace todo el mundo, para no pasar trabajo y les prometo-cosa que cumplo rigurosamente-,  ponerle su velón desde mi casa y hasta les pongo un vino a mi mamacita y un roncito a mi marido para que la mesa quede bien servida. Y como el muerto va al hueco y el vivo al bollo, ese día… yo, me voy para la playa con mis hijas y mis nietos, me como un arroz con atún y ensalada, que llevo en una cavita y de regreso vengo “sarataca” después de degustar unas tres o cuatro espumosas, mientras pienso lo bella que es la vida, aunque se vaya como un suspiro y a veces, hasta sin aviso.

¿Quién sabe?

¿Quién sabe?
Cuando llega el día de los muertos, o sea el 2 de noviembre, yo me preparo. Entonces, con antelación invierto una plata comprando flores; contrato a mis cuñadas que me ayudan a preparar ramos en una especie de combo. Procuro que el precio sea solidario y de esa manera, ya el sábado, como a las tres de la mañana, estamos preparados para tomar nuestros puestos estratégicos en el cementerio y acomodar las cosas para que la venta se de en armonía. El río de gente que acude el sábado y el domingo, al camposanto es tan grande, que la venta es segura. Este año, también venderé velas, fósforos, misales y sahumerios. Y para que el negocio me quede redondo y todo me salga bien he mandado a hacer nueve misas a las ánimas benditas en la iglesia de mi parroquia. Y es, que el año pasado no me acordé de las ánimas y entonces se me perdió una plata de una manera inexplicable. Por ello, no pienso caer en el mismo hueco dos veces. ¿Quién sabe, si este año, me devuelven la plata que se me perdió el año pasado?
Yo he sabido de ánimas mañosas que andan por allí haciendo juegos a la gente, empezando con la pícara de mi suegra, q.e.p.d. a quien le haré su misa y le llevaré sus flores, bien tempranito… ¿Quién sabe, si así no se me vuelve a perder plata, ni me pasa nada desagradable? “Yo digo que con a suegra hay que tener mucho cuidado, incluso después de muerta”

sábado, 11 de octubre de 2014

Mi cara de ponche , sin tirarle


Mi cara de ponche sin tirarle
Clemente Alcaraván estuvo de viaje como un mes por varios países de Europa aprovechando que la empresa donde trabaja le había mandado en plan de estudio y labores para Alemania. “Lamentablemente -me dice Clemente-viajé con dólar libre porque no pude conseguir las divisas en el sicat, entonces parecía un “mochilero” sin capacidad de compra. Nada que ver de aquellos años gloriosos cuando nuestra moneda pesaba como un kilo”. Entonces, llegué a hoteles baratos-me contaba Clemente-, comí sin nada de exquisiteces, tan solo me compré unos zapatos que usé en todo el viaje y llegué al aeropuerto de Maiquetía con una maleta de ropa sucia, barbudo, con llaveros para regalar a los amigos y unos chocolatitos de obsequio para mi familia y muchos amigos se quedaron con cara de ponche.

Estaba escrito

Estaba escrito

El día que lo mataron, él parecía que presentía su fin -me contaba el señor Carlos que vende periódicos en el quiosco de la esquina-. “El gordo -me contaba el señor Carlos-, estuvo dando vueltas como un perro necesitado de desahogarse y entonces todo sudoroso y agitado caminaba por todos lados repitiendo constantemente “que no lo hicieran; que no se atrevieran a agredirlos, que eran la misma gente, que ellos no se merecían una masacre.” Todos los comerciantes cerraron sus negocios por temor a quedar envueltos en un conflicto, incluyendo al señor Carlos quien cerró su quiosco cuando vio al helicóptero dando vueltas en la zona.

Pero lo que sucedió fue algo terriblemente difícil de parar, como si su destino estuviese escrito en la misma Biblia. Aunque él pensaba que no sucedería nada fatal. Una señora que vivía en el edificio bajó a decirle que se fuera; bajó a decirle que se escondiera, bajó a decirle que marcara las de villa Diego, pero el gordo le dijo que “…no le harían nada, que él confiaba que no pasaría nada…”

Luego, en menos de treinta minutos llegó la policía; un comando apertrechado con mucho armamento, entonces, tomaron el edificio y tan pronto vieron al gordo, accionaron sus armas y le metieron como 40 balazos. Fue algo dantesco, porque el gordo con el primer tiro en la cabeza, ya estaba muerto. Fue el primer hombre que murió ese día como si fuera una película gringa donde nadie queda vivo, salvo unos súper policías que nunca mueren. “Si –me dijo el señor Carlos-, ese día todo estaba escrito y no se pudo cambiar el destino del gordo”.

Mi amiga Vilma

Mi amiga Vilma
Mi amiga Vilma es una mujer muy combativa. Ella se mete en cuanta actividad social hay en su barrio y en cuanto templete se monta para hacer algo, aparece como un súper héroe, que no se pela un llamado de ayuda. A mi me encanta como es Vilma, porque logra muchas cosas; de esa manera, con sus gestiones se desmaleza las áreas verdes, se limpian las calles, se arregla el parque infantil, consigue ayuda para gente necesitada y defiende la actividad cultural como “gato pata arriba.”
El otro día, mi amiga Vilma se fue al cine para ver la película “Libertador” y vino encantada; estuvo hablando que la gente es muy “pichirre”, que prefieren tomarse unas bebidas refrescantes, antes de apoyar al cine nacional. ¡Caramba amiga -le dije- yo voy a ver la película con toda mi familia!
Entonces, saqué cuentas para ver cuánto necesitaba para llevar a mis hijas y mis nietos, pagar entrada, pasaje y chucherías-ustedes saben- y la cuenta era abultada. No tuve otra alternativa que comprar un cd pirata que venden en cualquier “tarantín”, que si bien no se aprecia la película en su máxima expresión, toda mi prole pudo ver en casa “El libertador” para poder opinar con la terrible Vilma, mientras le ofrezco una bebida refrescante con su arepita de chicharrón con queso.

¡Corre abuela, corre!

¡Corre abuela, corre!
¡Abuela, abuela, la señora Evarista le manda a decir que están vendiendo harina de maíz en el supermercado; “que se ponga las pilas, abuela”, para que no se quede contando pajaritos! gritaba mi nieto, mientras me llenaba de una desesperación muy grande, por temor a perder la oportunidad de comprar la harina para las arepas. Entonces, en menos de lo que canta un gallo, me vestí corriendo; me puse unas lycras muy cómodas que tengo, una chemise, unas sandalias y mi pañueleta para ganar tiempo; agarré los reales y salí corriendo como si fuera una competencia de formula uno, porque delante de mi y detrás de mi, iban muchísimas amas de casa, que también habían escuchado el alerta que había mandado la Evarista. Entonces, salí de la calle con la velocidad de un rayo, cruce la avenida  como un bólido pero me estrellé como Pastor Maldonado, porque la harina se había acabado.

miércoles, 8 de octubre de 2014

Robaron un cochino (Nemesio, responde)

Robaron un cochino
Sobre el asunto de los gallos de pelea que me robaron en aquel tiempo, tengo que contarles algunas cosas que nadie sabe. La verdad es que nunca se había visto en el pueblo y sus alrededores, que alguien  estuviese robando gallos de pelea. No solamente se robaron un gallito -que es bastante-, sino que se llevaron en un solo incidente, cuatro gallos hermosos de pelea, que son costosos y además se los comen en un sancocho, después de matarlos malamente; retorciéndoles el pescuezo como si fueran unos vulgares pollos de engorde.
Desde que tenemos uso de memoria hemos visto que algunos zagaletones se roban una mano de topochos; se roban unas patillas, una pala, un pico  o un mecate, pero cuatro animalitos finos, nunca se había visto por estos lares.
“Yo tuve que poner la denuncia para tratar de llamar la atención de las autoridades –recuerdo que le dije a la madre del muchacho acusado-, y obligarles a accionar contra “el ratero en serie” que andaba causando perjuicios, además de dejar un precedente ante la población de que esa pillería era intolerable.”
Después que se llevaron al sospechoso a Píritu para interrogarlo, yo me di por servido porque  en el pueblo no se hablaba de otra cosa.  Entonces, fui a la delegación de la policía judicial y retiré la denuncia junto a la madre del muchacho: Pensaba que el hambriento ratero se asustaría y se dejaría de andar saqueando animalitos en cualquier corral. Pero cuando llegamos a Uchire, nos enteramos que al viejo Demóstenes Maracapana, que tiene una granjita en lo alto de la montaña, le habían robado un cochino.

Los gallos de Nemesio (Colaboracion de Estelita Guarapana)

·          Voy a echarles el cuento de la vez que le robaron los gallos a nuestro amigo Nemesio Paraqueima. Resulta que Neme pensó que sería su último día, cuando descubrió como a las cinco de la mañana que habían desaparecido sus mejores gallos de pelea -importados de Puerto Rico-, en su criadero.
Cuatro de sus animales no estaban en el gallinero. Y la verdad no sabía qué había pasado. Entonces, Jesús Guaicara –su primo- se ofreció para hacer una inspección extraoficial para tratar de ver cómo había sido el secuestro. No había rastro de nada y no se hallaban respuestas que explicaran el acto criminal.
Pasaron cuatro días y en las orillas de la Laguna de Unare, a escasos 800 metros de su parcela, se consiguieron los rastros claros de un sancocho improvisado sobre la tierra, donde un tumulto de carbón quemado daba muestras del hecho y además, Jesús descubrió un volumen apreciable de plumas, las cuales fueron reconocidas por el propietario de los gallos, como prueba precisa que estos, habían sido sacrificados y puestos en la olla como a un vulgar pollo brasileño de esos que se venden muy baratos, en cualquier operativo de venta de alimentos que hace el gobierno.
Así que Nemesio, inmediatamente se dirigió a la policía del Estado en la avenida principal del pueblo para pedir ayuda en la averiguación. El comandante de azul, se declaró impotente –cual Poncio Pilatos- para darle curso a la investigación, pero le recomendó al doliente que se dirigiera a Puerto Píritu, para poner la denuncia ante el cuerpo técnico judicial, porque el caso era muy complicado.
A la pregunta de quién cree usted que es el posible indiciado en el hecho, Nemesio acusó a un muchacho amante de los gallos de pelea y que se interesaba en aprender los rudimentos en la cría de estas aves y además dijo que éste muchacho le tenía envidia. De esa manera, un detective con cara de hambre se apareció en la casa del muchacho y se lo llevó a la delegación a 40 kilómetros de distancia.
Lo que si sabe es que han aparecido otras evidencias de sancochos de lebranches, catácos, róbalos con camarón en la costa de la Laguna y quizás hay un inocente hombre “sancochero” deambulando por esas tierras, que no distingue entre gallinas y gallos de pelea, a la hora de saciar el hambre.

martes, 7 de octubre de 2014

Pajarote

Pajarote

Linda Guarecuco era una linda mujer descendiente de la nación kariña; una jovencita muy hermosa con su cabellera negrísima y larga hasta la cintura; parecía una princesa india con buen talle, unos ojos grandes y claros, rostro perfilado y un color de piel cobre claro, que le hacían resaltar su mirada de esmerada. Era mi prima lejana y vivía muy cerca del casco central del pueblo de Uchire.

Yo le conocí hace más de cuarenta años, cuando ella debería tener unos diez y siete años aproximadamente y era muy aventurera, amante del excursionismo junto a otros jovencitos de su generación Un fin de semana se aventuró a meterse en el cerro “El morro”; que es un sitio encantado por un viejito, que se le aparece a las personas que se internan en la montaña, para dejarlos precisamente encantados y más nunca salen de allí; por más que sus madres prenden velas, hagan misas y rueguen a los cielos para que sus seres queridos retornen salvos y sanos.

Lo cierto, es que Linda Guarecuco nunca regresó y muchos dicen desde entonces, que se quedó encantada en una cueva que brilla de noche y de día, pero que nadie puede encontrarla, porque se pierde en la montaña. Sin embargo, mi amigo Juancito  Calma me dijo en una oportunidad, que  hace como treinta años le pareció verla caminando por las calles de pueblo de “Río Chico”,  tomada de la mano de un negro barloventeño, que mide como dos metros y que mientan “pajarote”.

La cama de Pedrito Guarache (Colaboracion de Estelita Guarapana)


La cama de Pedrito Guarache

Habían pasado siete años desde que nos habíamos ido a vivir a Caracas. Yo era una adolescente y cuando retornamos nuevamente al pueblo, llegué directamente a estudiar segundo año de bachillerato en el único liceo que teníamos y que queda cerca del stadium de baseball.  Como podrán imaginar, allí estaban mis amiguitos de la infancia  y entre todos sobresalía Pedrito Guarache, quien era como un hermano y además amiguito de toda la vida de mi hermano Joaquín. Ellos se la pasaban para arriba y para abajo juntos: Cuando Pedrito andaba montado en una mata cogiendo ciruelas, usted puede tener la seguridad, que más arriba estaba Joaquin; si Pedrito jugaba fútbol, entonces Joaquín era el portero; si Pedrito era pitcher en un juego de béisbol, Joaquín era el catcher. Sencillamente eran inseparables.

Un día mi papá le dijo a Pedrito: “… lo que faltaba era que se quedara durmiendo en la casa…”  Entonces, sucedió. Joaquín le dio su cama y desde entonces comenzó a dormir en una hamaca al lado de Pedrito.  Papá no tuvo otra alternativa que comprar una cama para Pedrito y si bien no le pudo dar su apellido, lo trataba como  a un hijo, hasta que se hizo hombre…

lunes, 6 de octubre de 2014

Libre como un pajarito *Colaboracion de Estelita Guarapana


Libre como un pajarito
Muchos años pasaron hasta que cumplí mis 14 años. No me sentía feliz en Caracas. Siempre escuchaba a la gente decir que “Caracas es Caracas y lo demás es monte y culebra…” pero ya teníamos en la capital como siete años y yo me moría por regresar a mi pueblo y ver las aves volar libremente por todas partes con su bullicio y su trinar de vida; disfrutar del sol cuando sale en la mañana por el este, ver la inmensidad de una luna llena que sale del mar y alumbra toda la noche como un inmenso farol, comer mis cachapas hechas con jojoto tierno y queso lechoso, comer un buen pescado ahumado,. Eso era vida.
Por ello cuando mi papá me dijo que si era capaz de regresar con él al pueblo para vivir en su casa materna, yo no pude disimular mi gozo y alegría que me permitió reencontrarme con mis amigas de niña; con la música llanera, con la música oriental y con la pureza del aire que el viento lleva para todas partes como un símbolo de vida, que se renueva permanentemente, cada verano y cada invierno.

Eran otros tiempos *Colaboracion de: Estelita Guarapana

Eran otros tiempos.
La primera vez que vine a Caracas fue a finales de la década de los sesenta. Era una niña y no le soltaba la mano a mi papá para donde quiera que fuéramos.  Tenía un inmenso temor a perderme. Mamá siempre me explicaba cómo llegar a casa desde el centro de la ciudad teniendo como referencia las torres del Centro Simón Bolívar y mi papá me decía “…esta es la calle Bolívar de Catia; esta es la Av. Sucre, esta es la Av. Urdaneta…” y por todos esos lugares pasaba el autobús, que prácticamente le daba la vuelta a la ciudad en una gran circunferencia. Yo estaba atenta a cada detalle y siempre pensaba que si me llegaba a perder solo tenía que encontrar la ruta del autobús y montarme, aunque sea en una “colita” pedida a un chofer con cara de drama y esperar pasar frente a mi casa para salvarme del mal rato.
En una oportunidad me tocó el momento de hacer una diligencia con tan solo 8 años en pleno centro de Caracas. Mi papá me montó en el autobús y le dijo al chofer: “…déjamela en la esquina de “gato de negro, por favor, que ella se defiende hasta la casa”. Efectivamente, yo estaba pendiente de cada detalle, ya que me conocía las calles y avenidas que vigilaba desde el primer asiento detrás del chofer, quien estaba pendiente, viendo por el retrovisor y cuando llegamos a la esquina de “gato negro”, el chofer dijo: “…esta es la esquina de “gato negro”, mija”. Yo lo sabía, entonces me bajé, no sin antes darle las gracias al chofer, como me habían enseñado mi mamá y mi papá cada vez que alguien me hacía un favor. Eran otros tiempos.

!Vamos burrito, que la cena espera!




¡Vamos burrito que la cena espera!
La carretera fue construida durante el gobierno del General Gómez. Traían a los presos con sus grilletes y entonces le daban picos y palas para que trabajaran abriendo el camino. Era un trabajo muy duro con mucha fuerza humana y hasta de caballos que “jalaban” troncos amarrados con mecates porque no había gran maquinaria como en estos tiempos. Muchos hombres no aguantaban el trabajo y caían en el suelo, agotados por el cansancio y los latigazos de sol ardiente que le quemaban los rostros y las espaldas sudorosas. Mi abuelo llegó a socorrer a muchos hombres picados de culebras que nunca habían agarrado un machete en su vida. Poco a poco, vimos crecer la carretera de asfalto con sus puentes y sus curvas peligrosas que serpenteaban entre los grandes árboles. Atrás se iba quedando el camino polvoriento cruzado por riachuelos que hacían una aventura transitar hasta Caracas. Poco a poco quedaron atrás los asaltantes de caminos, aunque yo seguí por un tiempo montando mi burro y usando nuestra carreta para cargar los víveres y las cestas que guardaban el pescado salado destinado para la venta. Hasta el sol de hoy tenemos burros, que nos pasean por la montaña y se mojan sus patas a la orilla del mar como en una fotografía vieja viviente, que se niega a perderse en el tiempo.

Camarón, mucho camarón


Camaron, mucho camaron
En el pueblo de El Hatillo que es vecino de Uchire se dan los mejores camarones. Los pescadores los recolectan; los meten en sus cavas y se vienen a Uchire para venderlo al mejor precio posible. En una oportunidad hubo bastante camarón. Había tanto que salían por el chorro de la batea, por la regadera y hasta regando las matas. Yo me compré tres kilos de camarones a buen precio y los guardé en mi nevera para esperar a toda la familia que pasaría esos días en mi casa. Pero, resulta que no llegaron. Cambiaron de planes y mi nevera quedó repleta de camarones, lebranche y mucho atún. “Yo me dije-recuerdo- que esa comida no se perdería y tan solo me molesté porque la familia no llegaría a disfrutar de nuestras playas y el ambiente que se da en la zona”.

Entonces comencé mi semana comiendo mucho camarón. Desayunaba arepas con camarones, almorzaba espagueti con camarones, cenaba sopa de camarones y sándwiches de camarones. En eso me la pasé como tres días. Ya sentía que me estaba poniendo colorado y orinaba con olor a camarón.

Como bueno es cilantro, pero no tanto; de tanto comer camarón agarré una intoxicación terrible que me llevó al hospital por ocho días. Los médicos no entendían lo que yo tenía, hasta que me acordé de mi dieta de camarones y entonces, me mandaron a mi casa, después de múltiples exámenes de sangre, de orina y de un hospedaje forzado en el Hospital tipo II de Uchire.

Un día, llegó la carretera


Un día, llegó la carretera

“En un tiempo -contaba mi abuelo Dámaso Paraqueima-  la zona donde yo nací era muy conocida y era referencia de la provincia de Venezuela, porque el río Uchire significaba un punto de frontera. Siempre fue así, incluso, luego fue una zona de disputa entre los estados Miranda y Anzoátegui, aunque la gente no hacia nada con eso, porque no afectaba en lo absoluto la vida de los pobladores. Tenía un puerto importante desde donde se sacaba mercadería y productos de la tierra: Hoy en día no hay restos de ello. Solo una pequeña nota en la novela “La balandra Isabel llego esta tarde” de Guillermo Meneses. Mi papá siempre me echaba cuentos para tratar de guardar la memoria de ciertos hechos que pasaron y de las costumbres de los pescadores, de los agricultores y ciertas anécdotas que suceden en cualquier pueblo aislado sin electricidad, ni agua potable, ni vías, ni nada, hasta que un día llegó la carretera y Caracas se comenzó a ver más cerca.”

Recuerdo que una vez le pregunté a mi abuelo “si Bolívar había estado en Uchire” y entonces el viejito se levantó de su silla de cuero de chivo, se acomodó su sombrero y señalando con el dedo hacia la costa a orillas del mar dijo: “si mijo. ¿Por dónde no pasó ese hombre? Bolívar estuvo por esta zona con mucha gente rumbo a Píritu, cuando huía de Boves. Muchos huesos quedaron enterrados por esas arenas de gente que no pudo llegar con vida, tratando de llegar a Barcelona, en 1814”

Un travieso Caricari

Un travieso caricari.

La laguna de Unare es preciosa. No solo es el paisajismo que atrae la mirada de la gente, que pasa fugazmente por su rivera transitando hacia oriente o hacia el centro del país: A cualquier hora se puede disfrutar de los colores verdes y azules como un cuadro de Luis López Méndez; sus cocoteros en el istmo y las aguas  de un mar caribeño que es cruzado por los botes pesqueros buscando su sustento.

 También se puede apreciar en la zona un espectacular mundo, donde las aves muestran su belleza y variedad. Más de 240 especies de aves viven allí o pasan -en su vida migratoria-, haciendo un breve hospedaje en la laguna para recobrar fuerzas y seguir su camino. Alli fue donde vi por primera vez una manada inmensa de gruyas retozando como un solo cuerpo de color melocotón, que semejaban una inmensa alfombra y también alli fui victima de un gavilán caricari que entró al patio de mi casa y se llevó un pollo entero, que estaba listo para ponerlo en la brasa.

Menos mal que teníamos un lebranche en la nevera, el cual picamos en ruedas, le salamos y lo pusimos a la brasa para degustarlo acompañado de unas arepas. Esa noche dormimos bien, pero siempre recuerdo al travieso Caricari.


Cada vez que llega la semana santa, los carnavales o las navidades, la gente del pueblo de Uchire se prepara para recibir a los turistas internos; que llegan para pasar varios días en sus casas vacacionales o en las posadas. Entonces, todos los negocios procuran estar bien surtidos empezando por las ferreterías, los supermercados, los restaurantes y especialmente las ventas de pescado que llenan sus neveras  de atún, róbalo, lebranches, camarones, etcétera.


martes, 30 de septiembre de 2014

¡Fue un chinkungunyazo!

¡Fue un chinkungunyazo!
¡Fue un chinkungunyazo! Hace quince días me fui a oriente, al pueblito dónde nació mi mamá, para vivir de cerca los preparativos que hacían los parroquianos frente al Golfo de Cariaco para celebrar el día de “La Virgen del Valle”. Mi abuelita, que es muy sabionda me dijo: “Hijo, mucho cuidado con el zancudo y te traes una chinkungunya”.

Yo tenía mucho cuidado y andaba con los “ojos pelados”, pues las palabras de la abuelita resonaban constantemente en mi pensamiento como chorro goteando agua, pero ¿Cómo se puede evitar que un zancudo se enamore de uno y le pique malamente para llevarlo derechito a la cama con dolores, fiebre y pasando trabajo? Ni modo, dormí con un mosquitero, tenía el cuarto de habitación en un solo sahumerio, quemé concha de coco seco para alejar la plaga y hasta mandé a fumigar la casita familiar y desmalezar el monte, cuestión de alejar cualquier bichito que me diera un susto y me echara a perder mis días en el pueblito donde mi sangre baila tambores, bajo un sol caliente y un olor intenso a mar, que provoca comer el coro coro frito con una buena arepa.

Total que la pasé muy bien y hasta me encariñé con una negra buenamoza, que me tenía como loco, quien vive en el pueblo vecino y si bien le di a la bella mujer afectos de amor a plazo, les digo que debajo de unos cocoteros me dieron mi chinkungunyazo. Entonces, me vine a Caracas todo enfermo y dolorido por culpa de un zancudo o una zancuda, que en algún lugar, me dejó un rosetón, gracias a Dios tengo a mi abuelita, que con sus manos tiernas me prestó toda su atención y su voz de viejita me dijo: ¡Fue un chikungunyazo!

El exterminio

El exterminio
Esa tarde del 22 de septiembre de 2009, no será olvidada fácilmente en las comunidades que existen en lo alto de los cerros ubicados entre El Valle y El Cementerio, en Caracas, donde la clase humilde que vive en los ranchos y casas del sector, sobrevive “contra la pared” sometida por los hampones.

Como a las 2 y media de la tarde fue confirmada la presencia de una banda de delincuentes que tenía un currículum impresionante de más de 40 asesinatos en un período de año y medio, fuera de innumerables violaciones, atracos, robos y una lista de delitos que no vamos a mencionar en estas líneas. Lo cierto, es que eran sujetos de alta peligrosidad armados hasta los dientes con Fal, metralleta, armas automáticas y otros artefactos más ordinarios, pero no desdeñables para causar muertes y desgracias a decenas de ciudadanos.

Una llamada telefónica alertó a la policía, quienes se apersonaron en el sector inmediatamente, cosa rara por cierto, pero casualmente estaban en un operativo cercano,  y fueron recibidos a balazos con armas de guerra, ocasionando sus primeras bajas al ser herido un funcionario con arma de Fal en el estómago. Naturalmente, aquello se convirtió en una lluvia de plomo entre bando y bando que hacía saltar los techos de los ranchos; balas que atravesaban las paredes, la gente no levantaba la cara del piso y el humo con olor a pólvora se adueñó de todo en un tiempo interminable.

Los hampones ganaban la contienda como si pisaran una cucaracha y los policías metropolitanos se vieron en la angustiante necesidad de pedir auxilio a la guardia nacional, policía de Caracas , al mismo CICPC y hasta a la brigada canina. Entonces, la guerra se convirtió en una operación de exterminio con 10 hampones muertos, varios “bichitos” heridos que combatieron contra las autoridades, dejando en el ambiente una sensación de guerra. Tan pronto, se pudo levantar la gente del piso y comienza a sacar la cabeza por las rendijas, se consiguen con ese espectáculo (que ustedes se pueden imaginar fácilmente, de cuerpos regados por todas partes en un charco de sangre), pero, percibiendo el alivio que deja el trabajo de acabar con una plaga, que amenazaba la vida y seguridad de los demás, en lo cotidiano. Hasta una madre de un muchacho de 16 años, caído en la refriega, respiró tranquila, reconociendo que su hijo era un ser irrecuperable –para decir algo suave-, y que ella tenía culpa de su fin.

Carnavales del 2010, nueva era

Carnavales del 2010, nueva era
Yo me quedé en Caracas y entonces decidí visitar el paseo Los Próceres para pasar una tarde de Carnaval con mis primas Isabel y “Chochó” de Cumaná, que deseaban ver no sé qué cosa y lucir los disfraces de los niños, para que yo tomara unas fotos que quedaran para la historia. Les cuento que pasado unos tres minutos de recorrido saliendo de la estación del metro de” Los Símbolos” vía al monumento, ya estaba arrepentido de no quedarme en mi casa viendo una película en DVD de John Wayne “El Álamo”, la cual tenía pendiente sobre el TV. Aquello era patético y la verdad es que no quería arruinar a mis compañeras de paseo su tarde de tertulia, pero lo cierto es que las carrozas deprimían a cualquiera. No había imaginación ni creatividad y el paseo se convirtió en una marcha política sin distracción para los niños. Las carrozas comenzaron a pasar como salidas de una cueva fantasmagórica: la primera que vi fue la de la parroquia San José, que era un camión luciendo una pantalla azul que simulaba una computadora “canaima” y uno no pensaba qué hacer, si llorar o qué. No entendíamos qué tenía que ver con el carnaval y supusimos que era una vulgar propaganda como si estuviéramos viendo el canal 8. Luego. Comenzamos a ver otras carrozas de las parroquias que parecían salidas del mercado mayor de Coche listas para vender plátanos en cualquier esquina. La de la parroquia Altagracia tenía una Panteón Nacional con Bolívar resucitado tirando papelillos. Ni siquiera caramelos como cuando yo era un niñito y bastante que recogí “saca-muelas” al lado de mis primos, viendo espectaculares carrozas con lindas muchachas que parecían reinas de belleza. Lo cierto, es que los muchachos estaban aburridísimos en ese mar de gente que buscaba alegría sin encontrar nada. Afortunadamente encontramos un parque infantil con un tobogán y allí los niños se lanzaron apretujados llevando empujones y golpes. Pero, por seguridad optamos por devolvernos entre la muchedumbre con la misma “cara de ponche sin tirarle”. Al final del cuento, les digo que asistimos a una multitudinaria propaganda gubernamental cargada de elementos ideológicos, que descubrieron el fastidio colectivo que tiene la gente hasta en sus pequeños momentos de ocio. De todas maneras tomé algunas fotos, rogándole a los niños que se rieran y hasta tuve que abrir sus labios y pelarles los dientes a juro. Ni modo, de esa manera salieron en la foto.

La cuchara de Estelita Guarapana

La cuchara de Estelita Guarapana
El día lunes al mediodía todos estábamos reunidos haciendo un semicírculo frente a la morgue, para retirar los restos de mi compadre Pedrito Guarache. Todos estaban sorprendidos de la muerte trágica del amigo y muchos no sabían por qué lo habían asesinado, pero como Pedrito fue toda su vida tan servicial y ayudó a mucha gente en ocasiones similares, entonces cada quien sin ponerse de acuerdo con nadie, se dirigió al necrocomio para colaborar en lo que hiciera falta y no dejar al pobre hombre expuesto a la muerte y al frío, en la soledad del lugar, como si hubiese sido una mala persona. ‘Todo sucedió muy rápido’ nos contaba Jacinto Guarapana, que era como un hermano de Pedrito y se habían criado juntos al sur de Anzoátegui donde fueron a la escuela y se cansaron de cazar pajaritos para venderlos a escondidas en época de semana santa, a los turistas que pagaban muy bien por cualquier pajarraco vistoso que cantara bonito. “Resulta que el marido de Estelita, mi cuñado Julián Guaicara era muy celoso y sabia que Pedrito suspiraba por su mujer desde tiempos infantiles e incluso yo lo sabía y hasta le decía cuñado desde siempre, debido a esos amores no afortunados en cincuenta años de amistad.-decía Jacinto-. Pero, quién iba a pensar que Pedrito estaría en esa larga lista de venezolanos que perdieron la vida en este fin de semana y mucho menos de manos de mi cuñado, Julián Guaicara. Nadie se le hubiese imaginado un solo momento”. Jacinto y elocuentemente echó el cuento, recordando que ambos hombres estaban bien tomados mientras jugaban dominó con otros dos vecinos, hasta que Pedrito ganó la partida y comenzó a celebrar como si hubiese ganado el Magallanes un juego de pelota al Caracas. Ya Julián andaba de mal humor semejando un vaquero en el lejano oeste dispuesto a desenfundar el revólver y vaciarlo sin pensar sobre la humanidad de Pedrito”. “Lo cierto es que Pedrito se puso meloso con Estelita -dijo Jacinto- y en eso se apareció Julián y lo capturó “in fragante” con la cuchara en la mano, desencadenándose la tragedia pasional”. “-Por eso es que en la lista de fallecidos aparece Pedrito con la frase: “por la cuchara de Estelita”, en vez de homicidio o ajuste de cuentas” –dijo el inspector Yaguaracuto, dejando claro que la inseguridad ni el gobierno, ni el proceso socialista tiene nada que ver con ese caso”.

El Judas de este año

Chicho Ramírez fue quién me dijo que “…ya todo estaba listo para la quema de Judas” de este año. Yo me encontraba compartiendo en la tasca de Don Tulio José Acosta, en Boca de Uchire, cuando Chicho me dio la noticia. Eso me alegró mucho porque todo el proceso se vuelve un desastre para escoger al personaje, que debe arder el domingo, como si fuera la quema de una bruja en plena Edad Media. Yo tan solo tenía cabeza para comprar los ingredientes, que deben estar en la nevera y en la despensa, para preparar mi pastel de chucho tradicional y unos bollitos especiales de calamares, camarones y atún, envueltos en hoja de plátano, topocho o cambur, que pienso inventar para esta Semana Santa. Me alegró, porque no es gratificante ver quemarse a un Judas inocente o que no llene las expectativas. Aunque Chicho dice que todo Judas es culpable, por lo tanto, cualquier sujeto que aparezca en esa nefasta lista, debe ser reconocido como si fuera nominado a un premio de la Academia del Cine, en Hollywood y recibir todos los honores y reconocimientos, según sea el caso. “La comisión designada preparó la celebración, para el domingo de resurrección, cuando este pobre Judas, salido de un escaparate arda, explote y sea quemado por mamarracho y jalamecate”. Durante los años anteriores, los organizadores de la quema, se han vuelto un rollo muy serio para ponerse de acuerdo y la proclama es elaborada a última hora, tan rápidamente, que cojea por algún lado y si es cierto que siempre hay algún poeta salido al ruedo, para parapetar la cosa, también es cierto que queda todo como agarrado por los pelos. Y a pesar que los muchachos gozan un puyero con el pobre Judas ardiendo y soltando tumbarranchos y traquitraquis en su final fatal, lo más interesante es que la lectura de su sentencia sea picante, denuncie y exprese ese humor necesario; para no parecer un sacrificio salvaje, como si fuera un linchamiento común y corriente: de esa manera, uno disfruta del muñeco ardiendo como si fuera realmente el personaje aludido. “No fue fácil ponernos de acuerdo -me dijo Chicho-, porque habían muchos candidatos y problemas, y lo más sorprendente, fue que todos los personajes eran del gobierno y como la mayoría de los miembros del comité eran oficialistas, entonces el juego se trancaba para elegir y vestir al pobre Judas, quien pasó varios días desnudo esperando la decisión.”

¡Me han botado…!

Todas las mañanas es de lo más normal, ver como las columnas de pelícanos vuelan, sobre la orilla del mar hacia el oeste. Tienen su rutina. Luego, al atardecer se puede ver nuevamente, intermitentes líneas de formación de esas aves, que regresan hacia el este a buscar sus sitios para dormir. Una mañana uno de los pelícanos andaba solo. El pobre -me parece- cambió de ruta y aterrizó en la carretera que me lleva a Boca de Uchire. Allí estaba parado, desconcertado, sin saber qué hacer. Yo le vi desde lejos y entonces bajé la velocidad del vehículo, hasta pararme totalmente y poder detallar al animalito. Inicialmente pensaba que podía estar enfermo o muriendo. ¿Cómo saberlo? Me bajé lentamente del carro y me le fui acercando para observarlo. El pelicano me miraba con sus tristes y grandes ojos, sin pestañear. No le vi golpeado, ni ensangrentado; se veía sano y no se inmutaba con mi presencia. Entonces, pensé en voz alta ¿Qué le habrá pasado a este pelicano? Ustedes no me lo van a creer, pero el ave me respondió inmediatamente con una extraña voz, que parecía la de un niñito regañado: ¡Me han botado! Yo me quedé estupefacto y sentí que flotaba en el aire, razón por la cual traté de fijar mis pies con fuerza sobre el pavimento, para sentir que estaba despierto y que aquello era real. “¿Te han botado?”, le pregunté inmediatamente, porque no se me ocurrió más nada. “Sí” -me dijo-, mis compañeros me echaron como a un perro enfermo de sarna. Todo porque quería internarme más en el mar, que es tan lindo frente al pueblo de El Hatillo. Rompí la incondicional formación que traíamos y de manera violenta me gritaron: ¡Fuera pajarraco! Entonces, no tuve otra opción que aterrizar porque no sabía qué hacer con ese desprecio”. Yo le dije que conocía una historia parecida. Sé, que a cada rato, se ven casos similares. Y por eso, nadie debe echarse a morir-le dije, tratando de consolarle-. Sin decir más palabras, el joven pelicano abrió sus alas y se fue correteando como una avioneta en una pista, para luego remontar el azul cielo y perderse en el horizonte mañanero, sobre los manglares verdes, que bordean la laguna, libre como el viento y dueño de su destino.

VUELA, VUELA ZAMURITO PORTEÑO

¡Vuela, vuela zamurito porteño!
Esa mañana de junio de 2010, era hermosa debajo del azul cielo y frente a las aguas marinas de Puerto Cabello. Hilario se apresuraba a llegar antes de las siete de la mañana a su trabajo para recibir la guardia en el “Bolipuertos”, empresa centralizada, administrada por una sociedad cubano-venezolana, sucesora por orden presidencial del INP, instituto fallecido de un estacazo expropiador un domingo cualquiera. Quedó asombrado –Hilario- con la inmensa cantidad de zamuros que sobrevolaban como aviones de combate de la segunda guerra mundial, la cantidad de contenedores apiñados uno sobre otro como simulando un rancherío de un cerro de Caracas. Hilario tomó su radio y apertrechado con su gorra roja y su chaqueta acolchada de revolucionario uniformado, se apersonó al encuentro de los contenedores que no podían ocultar la inmensa cantidad de gusanos y gorgojos que salían arrastrándose unos y corriendo otros; gordos y sobrealimentados de carnes putrefactas importadas, leche pasada, arroz viejo, granos perforados por animalitos felices que salían al exterior para conocer y respirar aires de la costa apacible de Puerto Cabello. Ciertamente, eran cantidades de alimentos importados a diestra y siniestra, que ahora se perdían como si se quemaran en una fogata 2.000 millones de dólares, sin el mínimo asombro; para supuestamente alimentar al pueblo y arruinar a una burguesía agropecuaria anti-gobierno. Entonces Hilario respiró profundamente mientras observaba la desesperación de los zamuros atraídos por los gases y los olores nauseabundos de la descomposición y decidió dar el primer parte de la mala noticia: Mas de 70.000 toneladas de alimentos descompuestos almacenados en más de 2.300 contenedores que no podían seguir ocultos bajo el vuelo de los zamuros: ¡Una pelusa! Esa tarde, Hilario salió del Puerto revisando lo ocurrido ese día y se dijo, “que la próxima vez no lo pensará dos veces para llevarse a casa algo de carne, de leche, de arroz, de granos, así tenga que merodear de contenedor en contenedor, como zamuro cazando pollos, en ésta Venezuela del bochinche y del ‘vivo’ rojo, azul, blanco o negro como el zamuro”.

Botaron al pobre Hilario

Botaron al pobre Hilario
Hilario comentaba con su mujer que la empresa donde trabajaba lo había botado por denunciar el descubrimiento de los alimentos perdidos, podridos realmente, en esa gran cantidad de contenedores. “Eso te pasa por bocón, –le decía su mujer- porque tú debías quedarte callado y conservar tu empleo. Pero no. Te la distes de Batman con tu bocota y mira todo el revuelo que se creó en el país con ese asunto y ahora estás desempleado como un escuálido cualquiera que está contra el gobierno”. “¿Me puedes decir qué bicho te picó, mijo?”-le preguntaba la mujer a Hilario. “Yo nunca pensé que este sería el resultado…”, respondió él. “Te vas a volver creyón”, le decía su mujer, mientras meneaba la cabeza negativamente y se llevaba los puños a la cintura como si fuera una jarra. “Primero me hostigaban por teléfono con llamaditas anónimas amenazándome y diciéndome que me callara, que me dejara de vainas y ahora me botan como a un saco de papas podrido en cualquier almacén inmundo de esos donde dejan perder la comida”, decía Hilario. “Ya no te lamentes más chico, –dijo la mujer tratando de encontrar un camino inmediato-, ahora debemos saber qué vamos hacer para comer”. “¡Ay mi amor -dice la mujer-, los únicos que van a salir mal de todo esto, somos nosotros!”.

jueves, 18 de septiembre de 2014

La suerte que tiene mi tío

La suerte que tiene mi tío

El viejo alegre de mí tío, me llamó bien temprano en la tarde del sábado, desde una taguara donde bebe aguardiente y escucha música vieja, por los lados de la parroquia San José, donde se encontraba con una amiguita bien simpática que conoce desde sus tiempos juveniles.

Me pidió expresamente que fuera con diligencia a buscarle un medicamento, que necesitaba con premura. “Caramba mi tío, en qué problema me pone usted –le dije- de buscarle un medicamento con urgencia, en estos momentos tan difíciles que vive la patria, cuando no se consigue ni una pastillita para el dolor de cabeza”.

“Por eso te pido sobrino querido -me dijo con una voz de desesperación- que te muevas en tu carrito, como un peso pluma y busques el medicamento, luego me lo traes a mi sitio predilecto-que tu sabes dónde es-, porque hoy es un día muy especial para compartir con “la china”-así se llama su amiga querida- y no quiero tener inconvenientes por lo imprevisto de este encuentro amistoso.”

Dicho y hecho, salí como alma que se lleva el viento y busqué en la primera farmacia, donde sin ningún inconveniente conseguí el medicamento-que por cierto había como  granos de arroz en una bolsa de a kilo- y me apersoné al encuentro con mi tío, quien me dijo muy orondo: ¡Santo Dios bendito, aceite para mis bisagras! Y entonces me dio un abrazo y se fue con su amorcito, mientras al fondo se escuchaba la melodiosa voz de Bienvenido Granda, acompañado de “la sonora matancera”. Es todo un galán, mi tío.

LA BUENA NOTICIA

LA BUENA NOTICIA
LUIS ALFREDO RAPOZO

El flaco Cesar tiene un año con su carro estacionado por falta de batería.

 Es increíble. Le conté esta historia a mi hermano que vive fuera de Venezuela y me dijo: “…hermano usted nació mamador de gallo y morirá siendo un mamador de gallo”, luego le dio un ataque de risa y no pudimos seguir conversando, porque pensaba que le estaba echando un chiste y se quedó atragantado  por las carcajadas.

“Caramba César, ¿Cómo es posible que estés viviendo esa tragedia, mi hermano querido?”-le pregunté al pobre flaco-.

“Te cuento –me dijo con su voz de hombre sufrido- …El sábado pasado fui a una distribuidora que queda en la subida de Maripérez, que vende baterías, pues me habían dicho que ellos tenían en la misma. Entonces, me dijeron que tenía que llevar la batería vieja para poder venderla”.

-Qué bueno flaco, entonces ¿Conseguiste la batería?-le interrumpí-. “Te cuento-me respondió nuevamente con la velocidad de un latigazo-. El Lunes me fui tempranito en un taxi cargando mi batería y resulta que no me la vendieron, porque tenía que llevar el carro también y eso que les dije que mi carro está parado. Total que me no pude comprar la bendita batería.

-Eso es insólito flaco -le dije-, cuando vayas a prender el carrito, seguramente te conseguirás con un problema, por tenerlo tanto tiempo sin uso.

 “Entonces-me siguió contando el flaco-, un amigo me dijo que podía conseguirla en una distribuidora que queda en “Los Ruices”. Fui allá-me seguía contando el flaco- para averiguar la cosa. En el negocio me dieron la buena noticia,  que sí tenían baterías, pero debía llegar como a las tres de la mañana para hacer  la cola, porque entregan cincuenta números por día.”

Mi abuela Pía

Mi abuela Pía, llegó con sus dos tacitas de café, colocó una sobre mi escritorio y se fue a sentar en su mecedora;  después de hojear un libro sobre Eleazar López Contreras, que tengo abierto con una ficha de texto; para extraer mis notas: Entonces, se me queda mirando y yo sé,  que sus pensamientos se fueron para alguna parte, porque el ruido de la mecedora “…ruiqui , ruiqui, ruiqui…”, tenía un compás de pensamiento viajero.

“Cuando murió el tirano General Gómez, llegaron a Venezuela tiempos de alegría- me dijo-, las cárceles -que estaban repletas- comenzaron a vaciarse; la persecución política bajó notablemente y los exilados retornaron a la patria: incluido tu abuelo que estaba en la isla de Trinidad”.

Si abuela-le respondí-, ya cuando el gobierno de Medina Angarita los avances hacia la democracia, llevaban pasos firmes, después de la larga dictadura gomecista. Podría decirse, que fue el período durante el cual, en Venezuela no teníamos exilados. También, en esos tiempos, se fundaron partidos políticos, la libertad de expresión caminó por las calles y el espíritu democrático se dejó ver con sus pasos de niño.

“…Yo estaba muy contenta-me dijo nuevamente-, porque la familia se unió de nuevo y a pesar que estábamos viviendo en una casita de bahareque frente al golfo de Cariaco; que vivíamos de la pesca, el conuco y el comercio; tu abuelo estaba con nosotros, y comenzó a tener vida política, trabajaba en la radio, militaba con sus ideas, escribía y nos fuimos a Caracas, para vivir los nuevos tiempos en un clima de esperanza…”

En esos tiempos, el paludismo, el mal de chagas y las carreteras de tierra estaban a la orden del día, en oriente-le dije-. “Si , es verdad, pero había comida y un clima muy grande, para sacar al país adelante. En esos tiempos parí mis últimos dos hijos-me dijo dejando escapar suspiros de enamorada-, en esos tiempos viví amores de reencuentro a las orillas del mar…”  

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Adivinen, qué pasó?

Este sábado fui a la Av. fuerzas armadas para pasearme donde están los libreros-ustedes saben- y buscar algunos libritos de historia de finales del sigo xix y si tenía suerte encontrar un material raro para leer y regalar a mis amigos.

 Inmediatamente, al momento de estacionarme frente a los quioscos me “salta encima” un sujeto con cara de borracho irrecuperable para decirme que me cuidaría el carro y que la tarifa era 50 bs. Yo le dije “…que muchas gracias, pero no estaba interesado en su servicio, además que estaría al frente de mi carrito con un vendedor que me guarda libros, que me gustan.”

 Mas vale que no. El hombre se puso como un energúmeno y hasta me sacó una ”pico de loro” que por poco  me manda al hospital Vargas. Afortunadamente, muchos libreros que me conocen salieron en mi ayuda y calmaron al tarzán para que no hiciera parrilla conmigo. Obviamente, la policía no se veía por ningún lado, así que yo me fui y el hombre siguió en su trabajito.

 Luego, en mi turismo sabatino, me fui a la plaza Bolívar estacionándome en la av. Urdaneta para encontrarme con unos amigos y me sucedió algo parecido. Pero, esta vez le pagué al hombre 20 bs. para no caer en provocaciones, ni llegar tarde a la cita. De allí, me fui a una  tiendita de CDS por la esquina de Santa Bárbara para comprar unas películas, que me entretuvieran el sábado por la noche ¿Y que se imaginan ustedes que pasó?  Pues, me intercedió otro jipato cobrándome estacionamiento nuevamente, pero el pobre quedó con los ojos blancos ante una señal de dedos –medio perversa-, que aprendí en mis tiempos de escuela.

Finalmente, me fui al parque los caobos a donde me encontraría con unos poetas trasnochados amigos míos e intercambiar textos y palabras ¿Y adivinen que pasó  tan pronto cerré la puerta del carro para buscar a los amigos?

!Hagan su apuesta, señores!

Ese viernes había sido fin de mes y la gente tenia en el bolsillo su quincena o su semana para comprar el mercado. Juan Ramón iba subiendo por la avenida Baralt de pasajero en una camioneta toda destartalada rumbo al barrio de “los mecedores”, donde vivía en una casita que  había quedado medio levantada de la terrible vaguada aquella, que dejó hasta cicatrices en El Ávila y había arrastrado grandes piedras montaña abajo en una  de las lluvias más intensas caídas en más de cincuenta años.

La camioneta llegó al  final de la avenida; pasó frente al barrio “El retiro”, luego cruzó por debajo del puente de “la cota mil” para seguir hacia el final de su ruta muy cerca de su casa y cuando llegó a la plaza Diego de Lozada, entonces, Juan decidió bajarse para ir a apostar caballos en el barrio “las torres” y tratar de ligar toda la buena suerte posible para llevar más dinero a su casa.

Al bajarse de la camioneta  se veía el inmenso súper bloque 2, que quedaba frente a la plaza y que –Juan-, debía atravesar por un costado para llegar al sitio de apuestas. A un costado estaba el destacamento de la Guardia Nacional que siempre parece que estuviesen atrapando moscas y no escuchan nada; ni ven nada, ni hacen nada como si fuesen entrenados para no atacar el vicio y la violación de las normas de convivencia ciudadana.

La adrenalina de Juan Ramón comenzó a subir rápidamente, precisamente cuando pasaba frente al comando, porque los gritos del motivador de apuestas llamando a apostar se escuchaban tan fuertemente, que el busto del conquistador temblaba desde el viernes hasta la última carrera del domingo; pasando por un sábado intenso de bebidas y peticiones a las patas de los caballos, que vuelan sobre la pista con la suerte echada, mientras los niños del barrio juegan en la calle y  sus padres se juegan el mercado de la semana entre gritos; escándalo y tanto ruido, que las palomas huyeron, para nunca más volver.

El piojito va para clases.

El piojito va para clases.

El piojito es mi vecino, y es un niñito, que ya cumplió cuatro años y su mamá está muy mona, porque el bichito-quien es su único hijito-, irá por primera vez a la escuelita.

La mona de su mamá-como dije- está tan contenta como el primer veinticuatro de diciembre, cuando el niño Jesús, le trajo sus primeros juguetitos; que por cierto usó realmente cuando tenía como tres añitos, pues les cuento, que el señalado “niño Jesús” le trajo un carro más grande que él y solo pudo usarlo, cuando lo pedía por su nombre.

La semana pasada lo sacaron de shopping, para comprarle unas franelitas rojas; unos pantaloncitos azules, unas botitas negras como si fuera un soldadito de plomo, varios juegos de medias, interiores nuevos y un morral más grande que él, con tantos dibujitos animados,  que llevará en la espalda una tienda de juguetes.

Ahora, la mona de su mamá dice “…que está preparando el bolsillo, para comprarle los útiles escolares, que parece una lista como si el piojito estuviese entrando en la academia militar, para salir como ingeniero.”

 La pobre “mona” se ha convertido en Gorzila al ver los precios de los útiles, pero está muy contenta y todo lo que compra son cosas muy “cuchis” para que el piojo estudie y se divierta botando sacapuntas, perdiendo creyones y rayando sus cuadernos como si fuera un pintor especializado en alguna tendencia cinética y haciendo esculturas de plastilina; no solo para darle flexibilidad a sus deditos , sino para adornar su cabello, pintar sus franelas con acuarela y volver su morralito un saco de pordiosero, si es que antes no lo pierde; por andar descuidado, saltando, jugando y pendiente del vuelo de una mosca, que se pierde en el rosal de un jardinero.

martes, 2 de septiembre de 2014

ESTAMPAS DE GALIPAN

ESTAMPAS DE GALIPAN
Uno: Le da de bruno

Mi compadre Juancito Caña
Alquiló una bella yegua,
En el pueblo de Galipán
Por media hora,
Para dar un paseo por la montaña.
Con ella remontó la colina
hasta perderse en un sembradío,...
no vieron a Juancito por dos horas
ni a la yegua tampoco.

ESTAMPAS DE GALIPAN
DOS: PATACLOS

Mi amiga Rosalinda Manduca
Es una mujer cuarentona
De cabellos claros y ojos azules
Que desciende de los fundadores
Del bello pueblito.

Allá arriba,
Tiene una casita de bahareque
Y un terreno muy grande
Donde siembra girasoles.

Un día le pidió a mi primo Gustavo Rapozo
Que subiera un fin de semana
Para enterrar la semilla
Pero, la muergana no tenía girasoles,
Lo que tenía era yuca.

Y qué hizo Gustavito, mijo?
-me preguntó una señora,
Que es buena con la lengua
Y le encanta el chisme
Subido de tono-.

-Bueno, señora
-le respondí un tanto sonrojado-
Gustavito se quedó todo el fin de semana
Con la catira Manduca
“echando machete
Y –como usted supondrá.
Enterrando la yuca”

ESTAMPAS DE GALIPAN
TRES: AL REVES
La señora Maricarmen de Moñoño
Es una viuda muy linda
Que trabaja en un Ministerio como secretaria
desde los tiempos de la cuarta república.

Todos los días baja tempranito
En cualquier jeep de la línea hasta Cotiza,
O con cualquier vecino
Que solidariamente le da una colita.

Ella tiene un jeep
Del año de la pera
Que le dejó el finado Moñoño
Pero no está funcionando.

Su novio es un ex compañero de trabajo,
Que ya está jubilado
Y a quien le dicen “el zamuro”,
Un negro de dos metros
Que se enamoró de Galipán
Un día que subió a compartir en una fiestita
Y le da mucho cariño a su viudita…

-¿Cómo está la cosa Maricarmen
-le preguntan los amigos-
Arreglaste el jeep?
Y ella contesta con entusiasmo:
“Allá arriba tengo al zamuro
Metiéndole mano y poniéndolo bonito,
Cosa que hace de lunes a jueves
Porque de viernes a domingo
le mete mano a otra cosa.

-¡Caramba Maricarmen-le responden-,
Pero, tú también estás bonita!

-¡Al finado Moñoño yo lo adoraba-responde-,
Pero el zamuro me da lo que me faltaba,
Me construye en la casa, atiende un quiosquito
Donde vendo dulces, frutas, jugos y hasta mermelada;
Me arregla el jeep, me da cariño,
Me siembra una parcela
Con flores y a mi me da una ración
Bien completa,
Bien generosa,
De yuca, cochino y ensalada!

ESTAMPAS DE GALIPAN:
CUATRO: CONTRACULAZO

Jacinta Moñoño es comadre de la catira Manduca
Casi, no baja para Caracas
Porque le parece un fastidio

Pero, adora bajar a Macuto
Donde se echa un baño de playa
Y compra pescado fresco,
Bien temprano en la mañana
A los pescadores que llegan al balneario
En sus botes multicolores
Y a quien le ven cara de citadino
le pegan por el pecho el kilo de pescado
Como si los hubiesen criado
Con alimento importado…

Pero la Jacinta los conoce a todos
Y sabe muy bien, lo relamidos que son
Y entre conversa y conversa
Siempre ajusta el precio
Del pescado fresco
Que vende frito en su taguara.

Surte de pescado a los restaurantes
Que expenden comida en Galipán
Como si estuvieran en la Rue de Monparnase
Cobrando en dólares, en euros o libras esterlinas.

“Lo único malo de la Jacinta
-me contó un viejo agricultor
Que conoce de atrás
A la mujer-,
Es que se pelea con el agua y el jabón
Y Dicen las malas lenguas
Que es un trauma que tiene desde chiquita”.

lo malo del asunto-continúa contando el viejito-
Es que un día no tomó previsiones
Y agarró a la Jacinta medio borracha
Y le dio un consejo en el fondo de un conuco,
Cosa, que se arrepintió por mucho tiempo
Porque un animalito le pegó
Y anduvo, rasca que rasca
Por mucho, pero por mucho tiempo.

viernes, 29 de agosto de 2014

Bailando en la pastora

Hace una pila de años estuve de vacaciones en Caracas, pero realmente
fui a hacer lobby para ingresar a la universidad y asistir a una fiestecita en el barrio de la pastora.

Era un sábado por la tarde y todo era alegría, pues los amigos desbordaban entusiasmo y además era en la casa de una noviecita bien linda que pretendía, que no llegaba a los 18 años y parecía,- la nenita-, un capullito de azucena, casi listo  para hacer su apertura al mundo y mostrar toda su belleza.

La casa era muy bella, de esas que abundan en el sector, que tienen más de cien años;
con su frente  de columnas cuadradas, su jardín a los lados y una caminería larga
de mosaicos portugueses que conducían a la puerta principal, para llegar a una amplia sala  donde estaba la gente bailando, animadamente, frente a un picó que sonaba
los acordes de una guaracha-sin duda-, interpretada por la Billo en un ambiente sabroso y familiar, que ustedes se pueden imaginar fácilmente; con un grupo bebiendo ron con coca cola, o güisqui con hielo y soda, dependiendo del gusto de la gente.

Efectivamente, Cheo García tenía loca a la gente con su voz pegajosa: “…yo quiero ser como Ariel / yo quiero ser como él / que escribe, canta, diseña /  y hasta le baila ballet…” Y en eso, sale la nenita para hacerme pasar, mientras se comía un perro caliente, yo entré mientras saludaba y conocía a la gente, incluida a la mamá de la nenita que me dejó tuerto de entrada: Era una mujer bellísima como de 40 años,
con unos ojazos matadores, una cabellera de azabache, unos pechos  llamativos,
unas piernotas hermosas debajo de una faldita que estaba de moda y entonces me dije:
“No jile,  la vieja está más bonita que la nenita” Así que la dejé comiendo perro caliente
y me fui a bailar con la viejita.

El descabezado

El descabezado
Fueron las vacaciones más largas que pasamos en el pueblo, porque antes habíamos llegado en temporada alta y los días se nos iban tan rápido, que solo nos dábamos cuenta a la hora de empacar para regresar a Caracas.
Entonces durante esas largas vacaciones, tuve oportunidad de compartir con los otros niños que vivían en el pueblo; con “el culiso” y conocer su casa y su familia; con Rosalía, una negrita muy linda con cabellera indomable que parecía un erizo; con Sebastián quien era muy ágil pescando y manejando el bote de su papá y con el gordo Esteban, quien compartía conmigo, el amor por el baseball.

En las noches me visitaban todos y nos sentábamos en el porche de la casa de la prima Higinia, de esa manera se invitaba un refresco o una torta casera a los muchachos, mientras echábamos cuentos e historias de acontecimientos pasados.

Una noche me hablaron del “descabezado”, que era un jinete sin cabeza-por supuesto- que aparecía debajo de una mata de mango a mitad de la calle y te hacía correr por andar tarde en la noche.

-“Ahora, si se pasaron de cuento-les dije-, se pasaron de mentirosos. ¿Ustedes creen que yo me voy a comer ese cuento?”
“Si es verdad”-me decían con sus vocecitas de coro de iglesia-.

¿A ver tú lo viste?-le pregunté a uno, quien moviendo la cabeza, me respondía que no lo había visto-. ¿Y tu lo viste?-le pregunté a otro, quien me respondió que tampoco, pero le habían contado que era verdad-.

“Bueno díganme una cosa. ¿Qué pasa si el fulano descabezado agarra a un niño por esas calles?”-le pregunte a la pandillita de cuentistas-. “Bueno,-me respondió “el culiso”-, lo más seguro es que le corte la cabeza.”

¡Ah, con razón nadie lo ha visto, porque a la menor caída de una hoja de mango, la corrida que se echan es de espanto y brinco!-les dije-.