viernes, 29 de agosto de 2014

El descabezado

El descabezado
Fueron las vacaciones más largas que pasamos en el pueblo, porque antes habíamos llegado en temporada alta y los días se nos iban tan rápido, que solo nos dábamos cuenta a la hora de empacar para regresar a Caracas.
Entonces durante esas largas vacaciones, tuve oportunidad de compartir con los otros niños que vivían en el pueblo; con “el culiso” y conocer su casa y su familia; con Rosalía, una negrita muy linda con cabellera indomable que parecía un erizo; con Sebastián quien era muy ágil pescando y manejando el bote de su papá y con el gordo Esteban, quien compartía conmigo, el amor por el baseball.

En las noches me visitaban todos y nos sentábamos en el porche de la casa de la prima Higinia, de esa manera se invitaba un refresco o una torta casera a los muchachos, mientras echábamos cuentos e historias de acontecimientos pasados.

Una noche me hablaron del “descabezado”, que era un jinete sin cabeza-por supuesto- que aparecía debajo de una mata de mango a mitad de la calle y te hacía correr por andar tarde en la noche.

-“Ahora, si se pasaron de cuento-les dije-, se pasaron de mentirosos. ¿Ustedes creen que yo me voy a comer ese cuento?”
“Si es verdad”-me decían con sus vocecitas de coro de iglesia-.

¿A ver tú lo viste?-le pregunté a uno, quien moviendo la cabeza, me respondía que no lo había visto-. ¿Y tu lo viste?-le pregunté a otro, quien me respondió que tampoco, pero le habían contado que era verdad-.

“Bueno díganme una cosa. ¿Qué pasa si el fulano descabezado agarra a un niño por esas calles?”-le pregunte a la pandillita de cuentistas-. “Bueno,-me respondió “el culiso”-, lo más seguro es que le corte la cabeza.”

¡Ah, con razón nadie lo ha visto, porque a la menor caída de una hoja de mango, la corrida que se echan es de espanto y brinco!-les dije-.

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