viernes, 29 de agosto de 2014

Bailando en la pastora

Hace una pila de años estuve de vacaciones en Caracas, pero realmente
fui a hacer lobby para ingresar a la universidad y asistir a una fiestecita en el barrio de la pastora.

Era un sábado por la tarde y todo era alegría, pues los amigos desbordaban entusiasmo y además era en la casa de una noviecita bien linda que pretendía, que no llegaba a los 18 años y parecía,- la nenita-, un capullito de azucena, casi listo  para hacer su apertura al mundo y mostrar toda su belleza.

La casa era muy bella, de esas que abundan en el sector, que tienen más de cien años;
con su frente  de columnas cuadradas, su jardín a los lados y una caminería larga
de mosaicos portugueses que conducían a la puerta principal, para llegar a una amplia sala  donde estaba la gente bailando, animadamente, frente a un picó que sonaba
los acordes de una guaracha-sin duda-, interpretada por la Billo en un ambiente sabroso y familiar, que ustedes se pueden imaginar fácilmente; con un grupo bebiendo ron con coca cola, o güisqui con hielo y soda, dependiendo del gusto de la gente.

Efectivamente, Cheo García tenía loca a la gente con su voz pegajosa: “…yo quiero ser como Ariel / yo quiero ser como él / que escribe, canta, diseña /  y hasta le baila ballet…” Y en eso, sale la nenita para hacerme pasar, mientras se comía un perro caliente, yo entré mientras saludaba y conocía a la gente, incluida a la mamá de la nenita que me dejó tuerto de entrada: Era una mujer bellísima como de 40 años,
con unos ojazos matadores, una cabellera de azabache, unos pechos  llamativos,
unas piernotas hermosas debajo de una faldita que estaba de moda y entonces me dije:
“No jile,  la vieja está más bonita que la nenita” Así que la dejé comiendo perro caliente
y me fui a bailar con la viejita.

El descabezado

El descabezado
Fueron las vacaciones más largas que pasamos en el pueblo, porque antes habíamos llegado en temporada alta y los días se nos iban tan rápido, que solo nos dábamos cuenta a la hora de empacar para regresar a Caracas.
Entonces durante esas largas vacaciones, tuve oportunidad de compartir con los otros niños que vivían en el pueblo; con “el culiso” y conocer su casa y su familia; con Rosalía, una negrita muy linda con cabellera indomable que parecía un erizo; con Sebastián quien era muy ágil pescando y manejando el bote de su papá y con el gordo Esteban, quien compartía conmigo, el amor por el baseball.

En las noches me visitaban todos y nos sentábamos en el porche de la casa de la prima Higinia, de esa manera se invitaba un refresco o una torta casera a los muchachos, mientras echábamos cuentos e historias de acontecimientos pasados.

Una noche me hablaron del “descabezado”, que era un jinete sin cabeza-por supuesto- que aparecía debajo de una mata de mango a mitad de la calle y te hacía correr por andar tarde en la noche.

-“Ahora, si se pasaron de cuento-les dije-, se pasaron de mentirosos. ¿Ustedes creen que yo me voy a comer ese cuento?”
“Si es verdad”-me decían con sus vocecitas de coro de iglesia-.

¿A ver tú lo viste?-le pregunté a uno, quien moviendo la cabeza, me respondía que no lo había visto-. ¿Y tu lo viste?-le pregunté a otro, quien me respondió que tampoco, pero le habían contado que era verdad-.

“Bueno díganme una cosa. ¿Qué pasa si el fulano descabezado agarra a un niño por esas calles?”-le pregunte a la pandillita de cuentistas-. “Bueno,-me respondió “el culiso”-, lo más seguro es que le corte la cabeza.”

¡Ah, con razón nadie lo ha visto, porque a la menor caída de una hoja de mango, la corrida que se echan es de espanto y brinco!-les dije-.

jueves, 28 de agosto de 2014

Agua, mucha agua.


Esas vacaciones la pasamos recorriendo el estado Yaracuy, el cual impresionaba por su vivo verdor por los cuatro costados, quizás porque estábamos inmersos en pleno invierno.

Conocí muchos pueblos con historias interesantes como Cocorote con su gran cerro al frente como un homologo Ávila; me bañé en el río Yurubí, en la parte norte de San Felipe dentro de un parque nacional hermoso, que nos hace pensar en las bellezas naturales que tenemos donde quiera que uno meta la cabeza. Conocí el pueblito de Guama, con su samán centenario en la entrada del pueblo; estuve en Chivacoa rindiendo homenaje al gran maestro Don Lino Valle, que descansa en su camposanto. Y en cada sitio probaba una divina cachapa yaracuyana procesada en el sitio, con la frescura del jojoto o una espectacular sopa de gallina con su arepa infaltable.

Precisamente, en Cocorote presencié un entierro humilde que iba saliendo caminando rumbo a San Felipe. Al muerto lo llevaban lentamente en medio de relámpagos y centellas que alumbraban como corrientazos en un cuarto oscuro, seguidos de ese sonido estruendoso que se expandía en la montaña. Era un humilde agricultor que en vida no le gustaba bañarse con regularidad. Si acaso, lo hacía dándose un chapuzón en un manantial en lo escondido de la vegetación, mientras buscaba hierbas medicinales para los curanderos.

Cuando el entierro llegó a San Felipe, el aguacero era realmente intenso y las calles que bajaban hacia el centro buscando el río Yaracuy parecían afluentes sobre el pavimento. Había tanta agua que la gente parecía estar en medio de un río.

 Yo estacioné el carro a un lado de la vía, detrás de tanta gente que despedían al muerto, para esperar que escampara un poco y bajaran las aguas, pero pude ver el preciso instante, que los seis cargadores del féretro fueron arrastrados y el muerto salió despedido como un bote en las corrientes del mismo Orinoco…todos decían “…que eso debió pasar  … para que llegara bien limpio al cielo, el hombre que con el agua siempre, pero siempre, peleado había vivido.”

El gatito Mota


Una mascota efimera: El gatito, Mota.
Durante mis primeras vacaciones escolares, tuve un gatito. De eso hace tiempo, fue por allá, por el año 1965. Se llamaba "mota" y era atigrado de color gris y grandes ojos verdes. Nada cariñoso, al contrario, era muy belicoso, agresivo, arañaba y a todo el mundo le pelaba los dientes en son de ataque. Lo peor del asunto es que orinaba en todas partes y mi mamá lo comenzó a mirar con cierto rechazo. Para colmo se escondía debajo de los muebles y hasta debajo de las camas, lo cual hacía muy difícil amaestrarle. Era un verdadero sujeto insociable. Yo le defendía todos los días porque mi mamá lo amenazaba con dejarlo flotando en El río Guaire. Un día algo pasó como a las dos semanas de estar en casa. Algo comió el ingrato gato, pues defecaba hediondisimo y la casa permanecía con un hedor aborrecible, el cual inundaba todo y sobretodo cuando mamá llegaba del trabajo y respiraba esa fetidez desagradable, entonces preguntaba: ¿Dónde está ese gato hediondo y no se qué cosa, ese gato despreciable? Yo supe que sus días estaban contados. Y efectivamente, una mañana bien temprano, la orden estaba dada después de descubrir que el gatito había defecado como nunca, arriba de la cama de mi madre. “Lo dejaron bien lejos-me dijo mi hermano-, pero por lo menos no le lanzaron al río Guaire.”. Ni modo, me quedé sin mascota y aquellas vacaciones las recuerdo como una breve pasantía de “mota” en la casa, un huésped que hizo lo imposible por vivir en un parque o, a orillas del río Guaire.

Peregrinación con la virgen del Carmen.

Peregrinación con la virgen del Carmen.
LUIS ALFREDO RAPOZO

Fue en 1978 que decidimos irnos de mochileros a la costa barloventeña. En los morrales llevábamos muchos enlatados con buen atún y sardinas de primera; galletas, bebidas deshidratadas, algo de vino y muchos deseos para vivir una aventura frente al mar por tres o cuatro días. Las necesidades que se nos presentaran serían cubiertas con dinero efectivo, que llevabamos en una carterita con una estampita de la virgen del Carmen.

Éramos dos solamente, pero parecíamos como una decena porque las encomendaciones que nos hizo la mamá de Ramón antes de salir, dieron oportunidad  a que nos acompañaran muchos santos y vírgenes en la travesía.

Salimos bien temprano del Terminal “nuevo circo” en un autobús Mercedes Benz rumbo a Río Chico. A mitad de camino desayunamos unos deliciosos golfeados con queso de mano a orilla de carretera y al mediodía estábamos caminando por las calles del pueblo saludando a los niños que nos seguían como si fuéramos Alejandro de Humboldt y compañía. Nos ofrecían alojamiento en casas humildes, pero nosotros insistíamos en que dormiríamos a cielo abierto. Una señora nos dijo que tuviésemos cuidado con las culebras y con uno más que otro malandrito foráneo que nunca falta.

Igualmente, notificamos al puesto policial frente a la plaza “que estaríamos por allí” y entonces emprendimos el camino hacia la laguna de Tacarigua donde pernoctamos debajo de tres cocoteros.

Pasamos tres días estupendos frente al mar, compartiendo con las muchachas del lugar y con muchos turistas que llegaron en carpas; era como un pueblito multicolor. En las noches nos íbamos al pueblo para bailar frente a una rocola con las muchachas  que conocíamos durante el día y luego regresábamos a nuestros tres cocoteros. Una noche, la marea subió de una manera impresionante y nos rebasó violentamente, llevándose todos nuestros peroles. Perdimos muchas cosas que el mar se llevó y no volvimos a ver.

Al día siguiente, descubrimos que en la cartera no había ni un centavo, solo la virgen del Carmen. En ese momento, decidimos regresar en una travesía de largas caminatas y colas, que nos daban los transeúntes de buena fe. Pero, llegamos a Caracas en la noche como si hubiésemos hecho una peregrinación cargando una virgen.

jueves, 21 de agosto de 2014

¿Y dónde meto mi ropa?

-¿Y dónde meto mi ropa?-le pregunté a mi mamá, la primera vez que nos íbamos a oriente de vacaciones para conocer el pueblo donde había nacido ella y dónde vivían sus familiares, quienes yo no conocía, ni en foto.

-“La metes en tu morralito rojo y azul-me dijo- y no vayas a meter ni carritos, ni soldaditos, ni nada que no haga falta. Solo tu ropa.” Yo me molesté un poco porque debía dejar mi bicicleta.

Salimos de Caracas a las once de la noche en un autobús  de lujo-según decían, pero estaba muy lejos, de eso- y estuve pegado al vidrio de la ventana tratando de ver todo lo que pudiera en el camino, pero inmediatamente al comenzar las curvas que nos llevarían a las poblaciones de Guatire y Guarenas, mi estómago comenzó a hacer movimientos extraños y poco faltó para expulsar la cena, sino es por la habilidad de mi mamá en el exprimido de limones en mi boca, por un largo trecho.

Tuve que “dormir a juro” para evitar vomitar. Afortunadamente, no me perdí de nada porque todo era oscuro, mucha vegetación, como si estuviéramos atravesando una inmensa selva; adornada con muchos carteles, avisos, letreros y más pancartas que anunciaban hoteles, playas y taguaras con mujeres sonreídas, en bikinis y con lentes oscuros, que hacían pensar en una actriz de cine como Marilyn Monroe.

A las seis de la mañana estábamos entrando a la ciudad de Cumaná y yo me encontraba maravillado viendo la península de Araya; las isletas entre la bruma y un mar de ensueño, que mecía botecitos multicolores de pescadores a lo lejos.

Cuando llegamos al pueblito de Mariguitar, retrasé mi desayuno, porque no me cansaba de detallar las casitas de bahareque, los cochinos y los burros que circundaban la casa de la prima Higinia y eso que no había descubierto el mar, que solo estaba al voltear la esquina.

La misión

La misión
LUIS ALFREDO RAPOZO

En esas vacaciones de 1968 a mi mamá se le ocurrió la brillante idea de mandarme a dónde mi tía-su hermana mayor-, para que con ella pasara unos días de descanso -a mis ocho años- y le acompañara, pues estaría solita en casa, ya que su hija y sus nietos se habían ido de viaje por más de quince días a un pueblito, por los andes.

Protesté bastante como si fuera un excelso diputado de brillante oratoria; brinqué bastante en el piso casi a nivel de llorantina, debido a que mi tía era muy brava y yo no me imaginaba compartiendo con ella ni siquiera durante el almuerzo. Pero nada: mis lágrimas no consiguieron nada.

-“¡Es una misión que te impongo y te suplico-dijo mi mami-, para que mi hermana no esté sola!”.

 Total, que fui a parar a donde mi tía con mis trapitos nuevos y dos libros para leer de noche, que eran “Pulgarcito” y “Platero y yo”, para darle uso a la imaginación-según consejo de mi mamá-.

Un domingo de aburrimiento mi tía se apiadó de mi y me mandó con un bolívar al cine-que quedaba a ocho cuadras- y pude ver “El conde de Montecristo” por tan solo 0,50 bolívares, mientras  me devoraba dos paqueticos de maní tostado envueltos en un cono de papel periódico, que me alegraron por un día, aquella misión de mandados a la bodega; de compra de periódicos y de llevar dulces a donde las vecinas, quienes visitaban a mi tía de noche para echar cuentos, en el porche.

miércoles, 20 de agosto de 2014

Cosas que se le ocurren a uno

Cosas que se le ocurren a uno
Cuando se cumple años.


UNO
En un centro comercial,
El otro día,
Me encontraba yo,
En una panadería
Comiendo un cachito de jamón
Acompañado de un café grande
Mientras pensaba:
“Como haríamos para mejorar la situación
Que por poco veré a algún compadre...
Como a un perro:
ladre que ladre”.

Entonces, al frente mío
Se encontraba un mujerón,
Un ejemplar precioso de caballota
Como esas modelos que aparecen en televisión.
Ciertamente,
Me quedé estupefacto y ensimismado
Como ido en el limbo
Observando cada detalle
Que tenía la mujer
Y que llamó su atención
Al punto que me preguntó:
¿me está usted velando la tartaleta?
¿quiere que le brinde un heladito?
Yo le respondí un tanto avergonzado:
“De ninguna manera, señora,
Perdone usted mi indiscreción.
Yo no deseo su tartaleta
Simplemente,
Me la imaginaba sin pantaleta
Al punto que hasta la baba se me ha salido
Como caimán pescando en un río”


DOS
El otro día
Me conseguí a una mujer
En un terrible estado emocional;
la pobre no quería seguir viviendo
porque su marido se había ido con una carajita
sin el menor respeto, ni recato.

Si.
la mujer se quería lanzar
del piso donde vivo;...
quedaría hecha un guiñapo,
no se salvaría,
moriría en el acto
-pensé, mientras trataba
De encontrar una solución,
Una especie de camino
Que me permitiera
Hacerla entrar en cordura
Para que respetara su vida-.

Entonces,
Estuve detallándola:
Era una mujer hermosa, madura
Buena moza por todos lados.
Recuerdo que le dije:
¿Como es posible,
Que una mujer tan bella,
se sienta como un centavo?
Todo porque su marido,
En un momento de locura
la abandonó por una nenita
y se fue para el carajo.

Mejor estimada señora
-le dije-
En vez de lanzarse al vacío
Y quedar como una muñeca de trapo
Toda espernancada, rota y ensangrentada
¿Porque no entra a mi casa,
Se toma un te de tilo
Y reconsidera su decisión?

La mujer se me quedó mirando
Como si un ángel le estuviese hablando
Directamente en su conciencia,
Y entonces me respondió:
-señor, tiene usted razón,
Tengo 50 años
Y ahora es que estoy bien buena.
Voy a vivir mi vida,
“Que se pudra ese viejo maricón
y que la carajita con quién se fue
le monte los cachos
Y que parezca el santo cachón”
-dijo-.
Así se habla señora
-le dije-
Y si regresa algún día a pedirle cacao
Mándelo a freír monos
y dígale que ahora usted tiene un amigo
que no pela gallina vieja
para hacer un buen caldo.
¡qué vaina, la vieja se lanzó por el balcón!

TRES
Yo no tenia conciencia
Que me estaba poniendo pure.


Siempre he tenido buena salud
Y como soy de contextura fuerte,
Pues
Pasaba agachado
Ante muchas cosas,
Que afectan a cualquier cristiano
Que va rumbo a los sesenta.

Fue recientemente,
Que empecé a preocuparme
De lo que comía,
Entonces,
Cuido el azúcar,
Duermo lo mejor que puedo,
No agarro arrecheras por casi nada,
Así me digan hijo de bicha
O cualquier coñodemadrada
Que en otros tiempos
-Con toda seguridad-
Terminaba en un incidente
Con cualquier borracho
O impertinente,
Que abundan en cualquier lado
Como la verdolaga.

Pero,
lo que más me puso en mi lugar,
con todo el dolor de mi alma
es que las chamitas,
o sea, las pavitas,
me decían don
o señor,
y hasta de broma no me daban un puesto
en cualquier autobusete,
o en el metro
cuando quiero andar de pata caliente.

De esa manera,
No miro muchachitas en la calle
Así estén muy guapas:
Ya eso es una norma
Y para no pasar trabajo,
Me conformo con una peor es nada
Que supere los cuarenta y siete.

CUATRO
Ausente
yo siempre andaba ausente
En cuanto sarao
Inventaba mi compadre Juan Vicente.

No me invita en navidad
Ni siquiera a probar un trago de aguardiente;
No me invita el día del padre
A probar sancocho
Mientras vemos un juego de baseball
Entre Cleveland y Detroit;
No se acuerda de mí en ningún cumpleaños
Para celebrar el día de mi ahijado,
Y nunca aparezco en la lista de invitados
De cualquier celebración familiar
Que aparece en el calendario.

Todo comenzó
En su fecha de aniversario
Cuando me consiguió
viéndole el trasero a su mujer
Detrás de un armario.
 

miércoles, 13 de agosto de 2014

Lindos versos

Lindos versos negroides,
para ser leídos
mientras se viaja en camioneta,
 o después de agarrar una rabieta

UNO
El otro día cruzando la Av. fuerzas armadas
Me atropelló un chofer borracho
Y me dio duro en una pierna.
Yo me dije:
 “-coño, me jodió este maricón, carajo”

Entonces, unos policías
Que para mi suerte
Estaban comiendo unas empanadas
En la esquina de San Luís,
Detuvieron al hombre
-quizás pensando en un negocio-
Y a mi rápidamente
 Me llevaron al hospital Vargas
Pues, se presumía una fractura
Por el dolor extremo
 y eso que yo no soy llorón.

Cuando llegamos a “emergencia”
Una doctora morena
Con cara de barloventeña
Dijo: “desnúdenlo” -como si yo participara
En un certamen de belleza-.

“Yo protesté inmediatamente
-Porque me acordé de un pequeño percance-”
La doctora decía que eran las normas
¿O, es que acaso quería que me picaran el pantalón?

Yo le dije a la matasanos:
“pique el pantalón doctora
Porque me acabo de acordar
Que tengo el interior roto
Y lo que tengo guindando
 se me va a salir, sin ser invitado”

Entonces, la negra me dijo
con su voz de madre amorosa:
“en este hospital mando yo”,
Ordenando nuevamente:
“Para fuera el pantalón
Salga quien salga,
Así sea un degenerado,
Feo o maloliente”

DOS
El fin de semana pasado
El ocioso de José Antonio
Se tomó como 15 viagras
Detrás de un palo de ron
Y le rompió a la mujer la pantaleta.

Se pasó toda la noche
Sin poder dormir
Dando en el rancho pura voltereta
...
Salía un ratito al patio
Se tomaba otro palito de aguardiente,
Miraba la luna
Y regresaba
A brincar como un mono
detrás de la pobre Casilda
Que parecía una pandereta.

Así estuvo toda la madrugada
Hasta que salió el sol
Y el José Antonio se quedó dormido
Con el asta de la bandera
 mirando para arriba,
Ondeando la pantaleta
Y la negra Casilda
Toda ojerosa
Preparó su maleta
Y se fue a donde su mamá
En el pueblo de Río Chico
A tomar hervido de lebranche
Y a lavar en el patio
Todas sus pantaletas.
TRES
El otro día en una buseta
Una negra gorda y tetona llevada guindando
Un negrito llorando
-Parece que quería teta-
Pero, la negra soltó un vozarrón
Diciéndole:
“cuando llegue a casa
Te meto en la poceta”
CUATRO
El otro DIA me pasó una hembra bien bonita por delante,
caminando rapidito, con mucho apuro,
sin embargo, no por eso
detallé a la linda mujer
con unas piernotas
y amplia cadera
con una boca carnosa y unos ojazos grandotes,
que le llamaban la atención a cualquiera.

Detrás venía el marío...
Que se me quedó mirando
Sin yo haberle dicho nada al mujerón
Y me preguntó en son de pelea
“Que si algo se me había perdío”
Yo le respondí por la calle del medio
Ante el nerviosismo de la mujer
“que nada se me había perdío,
Pero lo que me consiga en la calle,
Es mío”
CINCO
los tiempos están cambiando
a paso rápido y con mucho desconcierto,
como si el apuro despejara
las costumbres y los modos
guindados en un palo
donde las gallinas duermen la siesta
en una tarde de caminatas,
baños y jumentos.

El otro DIA se me atravesó una chama...
en la esquina de cipreses, en la Av. lecuna
y me lanzó un piropo extraño
que me dejó turuleco:
“Adiós viejito lindo
Si fueras naranja
Te sacara el jugo…”

Yo no miré para atrás,
No quise ver su cara
Y me sentí intimidado
Por lo que apreté el paso

Si me agarra en un callejón oscuro
Me sacan en camilla
Porque la carajita me haría papilla
Creyendo que soy papa, con leche y  mantequilla
SEIS
La bachaca Marisol Espíritu Santo
Anda de lo más presumida
Desde que se metió a vivir
Con el negro Matías “Pajarote”.
Casi no saluda a nadie
Y camina diferente
Con el culo parao
luciendo su pantaloncito caliente
y eso que el negro la tiene viviendo
en rancho “desbaratado”
con techo de cinc
y puerta de cartón
donde no llega el agua corriente
SIETE
La negra María Encarnación
Me tenía bailando como un majarete
En aquellos años
De cuando uno no creía en nadie 
y tenía que amarrar el machete.

Un fin de semana
la fui a visitar
-a escondidas-,
En el caserío donde vivía,
Con su taita y sus siete hermanos
Que parecían como diez y siete,
y
Quienes me miraban feo
Como si yo fuera un roba gallinas
Dándole vueltas
A su gallinero
Con intenciones
De hacer hervido,
Escondido a orillas del río,
Usando
Todo  recogido en el camino
Y con ocumo silvestre.

Total, que me llevé a la negrita
Al fondo de un platanal
Para darle unos besos
Y ver si tanteaba su yuca
Y le meneaba el florete,
Pero no hice nada
porque la negra era muy inocente,
estaba muy jojota,
demasiado inocente.

Sin embargo, me preguntó
“¿que tienes tan duro en el pantalón?”
Yo le dije “es un plátano grande
Que arranqué de aquella mata

Y me lo llevo
Para hacer tostón más tarde”
A lo que la negrita me respondió
“Esta muy bien, porque se nota que está verde”

domingo, 10 de agosto de 2014

Hotelito en Macuto

Una joven pareja y su bebé de un año compartían frente al mar, sentados en sus sillitas de extensión y conversaban con sus vecinos sobre su experiencia de pasar un fin de semana en un hotelito de Macuto.
“Llegamos el viernes como a las 11 de la mañana-decía el hombre-, y no conseguíamos habitación. Ya, a esa hora, todo estaba copado. En el hotelito, nos decían que por ser temporada de vacaciones de los muchachos, mucha gente baja a pernoctar a la playa...” Entonces, su esposa interrumpió la queja del hombre y decía que “…al final, conseguimos una habitación en el hotel “Chupulum”, después de caminar bastante. Nos cobraron 600 Bs. diarios y aceptamos el negocio hasta el lunes en la mañana”. Al principio todo me parecía bien, pues en la recepción había información que tenían aire acondicionado, agua caliente y fría, TV, cable, etc., y entonces, me sentí que estaba en un hotel 4 estrellas. Entonces, pagamos con gusto y nos dispusimos a pasar un fin de semana agradable como lo deseamos desde que salimos de Caracas añorando pasar un buen tiempo de ocio en nuestra costa del litoral varguense.-dijo la mujer como si recitara el poema de Justo Brito y Juan Tabare-.
“Pero, cuando llegamos a la habitación, nos conseguimos otra cosa-dijo el hombre, con una extraña mueca y un tono de su voz, en el cual uno no sabía si reírse o acompañarlo en su tristeza-.”
“El baño es feo, tiene un hedor bien desagradable, la cortina que separa la ducha del resto del sanitario es fea, mohosa, de mal aspecto-decía la mujer, mientas arrugaba la nariz-. Parece que esos hoteles no son fiscalizados por nadie.”
“Cuando prendimos el aire acondicionado, de broma soplaba un aire tibio que francamente nos volvió locos con ese calorón-dijo el hombre- y cuando tratamos de abrir las ventanas panorámicas, éstas se encontraban como selladas o pegadas por falta de mantenimiento” Entonces, fuimos a la recepción a quejarnos decentemente y el recepcionista nos dijo que “eso es lo que hay”.
“Total-dijo la mujer-, que nos quedamos tranquilos porque no teníamos otra opción. Espero que limpien la habitación y nos boten la basura, aunque no vi por ningún lado el personal de mantenimiento en acción”.
“Y te digo una cosa-dijo el hombre-, no hay agua caliente, la señal de TV es malísima y el cable tampoco se ve bien. Uno se siente, que metió a su familia en un hotelito del centro de Caracas, que cobra por horas y pasa un momentito a calmar las necesidades del hombre con una mujer desconocida, sin importar que se encuentre en un chiquero”.

    Los pantalones largos de Che Maria

    Los pantalones largos de Ché María Los años habían pasado tan rápido que no atinaba a entender que ya no podía seguir aceptando cuentos de mamá sobre el Niño Jesús que llegaba a media noche, entraba por la ventana cargado de juguetes y los dejaba al pie de su cama, mientras él dormía plácidamente, con la esperanza de abrir los ojos y encontrarse algo bonito como siempre había sido desde que estaba seguramente en la cuna.

    Este año quería recibir un guante de baseball con un bate y una pelota. Sin embargo, a pesar de que pasó toda la semana revisando los cuartos y los escaparates de la casa, no consiguió nada que se asemejara a un bulto grande de regalos metidos en una gran bolsa con dibujos navideños por fuera. Nada de eso.

    Su madre no le había hecho ninguna insinuación que el Niño Jesús había recibido su carta y que igualmente sería complacido debido a su buen comportamiento estudiantil y familiar.

    Todo se veía normal la noche de la cena de Navidad; su madre se veía muy contenta y radiante como siempre, pues disfrutaba intensamente las horas tradicionales sobre la mesa adornada con manjares de lechosa, dulces secos, ensaladas, vinos y la esperada hallaca que ya emitía su olor inconfundible en la olla hirviendo. Fue después de cenar cuando su madre le dijo que ya estaba muy grande para recibir al Niño Jesús y que también debía usar sus pantalones largos a sugerencia de su padre: Sintió como si el corazón se le volteaba de una manera difícil de expresar, pero a la mañana siguiente estaban sus regalos al pie de la cama con una tarjeta de su mamá.



    Leer más en: http://www.ultimasnoticias.com.ve/noticias/ciudad/echa-tu-cuento-(1).aspx#ixzz3A3GTdxW8

    Un día de San Pedro.

    Un día de San Pedro.
    Juan Velásquez dejó de trabajar al mediodía de aquel 28 de junio. Todo estaba minuciosamente planeado desde hacía veinte días, cuando le dijo a la negra Mercedes Flores: “…que se verían en Guatire en la parranda de San Pedro”, fecha en que quería una respuesta definitiva, de si ella quería irse a vivir con él, a su finquita establecida en el pie de monte del cerro “Zamurito”, donde sembraba hortalizas, criaba pollos en cantidades respetables para la venta y tenía unas pocas cabezas de ganado para obtener la leche y hacer queso.

    Entonces, recogió sus implementos de labranza y los guardó en un depósito, luego se fue al río; se dio un baño rezado con la señora Dolores, para que “sus caminos se abrieran” y pudiera obtener el sí de la negra. Luego, se fue al pequeño altar y le puso una vela a San Pedro, junto con un vaso de licor de caña, haciéndole la petición de conseguir como compañera a la bella Mercedes y a cambio le ofrecía 1.000 luces de velas encendidas en una noche con mucho licor de caña todos los 29 de junio por siete años, como promesa.

    Cargó su camión de varias panelas de papelón ofrecido a la mujer de su compadre Chuo, licores para festejar, queso hecho en su finquita, chicharrones, dos mudas de camisas que se había comprado en el pueblo de Petare para la ocasión y un vestido de dibujos floreados, que le regalaría a la negra Mercedes. De esta manera, se puso su sombrero de pajilla y condujo el vehículo hacia el pueblo, bordeando el río y atravesando la plantación de caña, para luego buscar la casa de su compadre Chuo Colmenares y comenzar la vigilia al santo; cantarle, improvisarle unos versos durante toda la madrugada y parrandear por las calles del pueblo; animando a la gente y compartiendo con los amigos de siempre: Especialmente con Justo Guevara, donde estuvo el santo guardado por un año.

    Efectivamente, así terminó de pasar aquel día, entre amigos, parrandeando; tocando el cuatro, comiendo un mondongo que había preparado la familia González y terminando donde su compadre Chuo todo hediondo a licor de caña, manufacturado clandestinamente, muy cerca del trapiche de la hacienda “El ingenio”. Guindado en una hamaca lo consiguieron los primeros rayos del sol del día siguiente, arrullado por el trinar de azulejos, paraulatas y un ruidoso cristofué, que parecía estar en lo alto de un inmenso apamate detrás de la casa de Chuo, despertando a la gente para que no dejaran de ir a misa. Como a las cinco de la mañana, ya la mujer de su compadre tenía las arepas montadas en el budare, entonces sacaron el chicharrón con mucha carne y también lo pusieron en la plancha para que se calentara, cuestión de desayunar y seguir a la misa que se daría en la iglesia “Santa Cruz de Pacairigua”, con su inmensa plaza -donde la estatua de “El Libertador” nunca fue erigida-, al frente, dispuesta para seguir la parranda de aquel día, abundante de sol y mucho calor.

    Desayunaron rápidamente, para evitar que el tiempo los dejara atrás y se fueron a la iglesia, donde estaba todo el pueblo. La iglesia se encontraba completamente llena y el padre Camilo Iturrieta, ejecutó la misa limpiamente, en un ambiente de alegría, que él estaba conociendo después de venir del viejo continente, encontrándose con la magia que flotaba en los aires; en las miradas multi expresivas y en las costumbres de un pueblo mestizo, que se escapaba de la rigidez del sacramento, como imponiendo su propia interpretación de la eucaristía. Al terminar la misa, afuera de la iglesia, el ambiente de alegría era simplemente desbordante. Los parranderos, vestidos con levita y pumpá, parecían un batallón del mismo ejército acantonado en Guatire, formados para el baile; uno de ellos llevaba la imagen del santo, otro llevaba una bandera amarilla y roja; acompañados por músicos populares que interpretaban el cuatro y las maracas, que comenzaban a dar los acordes de la parranda.

    La negra Mercedes estaba allí radiante de alegría, con su falda de flores rojas, sus alpargatas nuevas y su blusa blanca, confeccionada por la señora Encarnación, con telas traídas de Holanda, en alguna embarcación jugando al contrabando. Juan se le acercó y le dio un beso vigilado por la madre de Mercedes, que cuidaba al extremo la dignidad de la negra como si fuera el santo niño de Atocha. Al frente de los parranderos, bailaban los tucusitos, dos niños vestidos de amarillo y rojo, imitando dos arlequines, al son de una percusión alegre que hacían los cueros amarrados a las cotizas y un hombre vestido de mujer, bailaba incesantemente, cargando su muñequita de trapo; que recordaba la promesa hecha por María Ignacia y su marido, a San Pedro, por la salud de su hija Rosa Ignacia.

    Entonces, los parranderos comenzaron a cantar y a caminar por las calles del pueblo haciendo oír estos versos: “Buenas tardes, doy señores, Buenas tardes, vengo a dar. La Parranda de San Pedro, Que les vengo aquí a cantar. Baila, Baila, María Ignacia Como tu sabes bailar Baila, Baila, María Ignacia Como tu sabes bailar Un pasito, para`lante Y otro paso para`atrás Un pasito, para`lante Y otro paso para`atrás Y se me ponen de frente Porque los voy a llamar, Y se me ponen de frente Porque los voy a llamar.

    En esta vuelta y la otra, Voy a cambiar de toná. En esta vuelta y la otra, Voy a cambiar de toná Guachi, guachi pasó por aquí, Guachi, guachi, Pasó por aquí. Con una pequeña tinaja de anís Lala Lara larala Lailai larai larai Lara Lara lalala lalara lalara lalara Lara rarala Lalala lalara lalara Lara rarala Gue! Dos cosas tiene Guatire, Que no las tiene otro pueblo. Dos cosas tiene Guatire, Que no las tiene otro pueblo La rica conserva e sidra, y la parranda de San Pedro La rica conserva e sidra, Y la parranda de San Pedro Baila baila tucusito como tu lo sabe´ hacer, baila baila tucusito como tu lo sabe' hacer moviendo bien las banderas pal' derecho y al revés, moviendo bien las banderas pal´ derecho y al revés, Y se me ponen de frente porque los voy a llamar en esta vuelta y la otra voy a cambiar la toná, y se me ponen de frente porque los voy a llamar en esta vuelta y la otra voy a cambiar la toná, pégale Pedro, pégale Juan, Pégale Pedro, pégale Juan, Pasa pa' dentro que 'ta en el zaguán, vuélvelo polvo sin compasión. Lala Lara larala Lailai larai larai Lara Lara lalala lalara lalara lalara Lara rarala Lalala lalara lalara Lara rarala Gue! El San Pedro de mi tierra es un santo milagroso juega chapa con los negros y descubre a los tramposos" Baila, baila coticero, Como tú lo sabes hacer. Baila, baila coticero, como tú lo sabes hacer que si se rompe la cotiza, Yo lo vuelvo a componer.

    Que si se rompe la cotiza, Yo lo vuelvo a componer Y se me ponen de frente, Porque lo voy a llamar. Y se me ponen de frente, Porque lo voy a llamar En esta vuelta y la otra, Voy a cambiar la toná. En esta vuelta y la otra, Voy a cambiar la toná Pégale Pedro, pégale Juan, Pégale Pedro, pégale Juan, Lala Lara larala Lailai larai larai Lara Lara lalala lalara lalara lalara Lara rarala Lalala lalara lalara Lara rarala Gue!” En medio de ese jolgorio, Juan no le quitaba la mirada a la negra Mercedes y juntos se sentaron alrededor de una mesa para almorzar y compartir el tropezón, el teretere, la cafunga y la conserva de sidra, que abundaba en cada mesa. Allí estuvieron conversando y tomando una guarapita por horas, entre amigos y familiares, como si estuviesen celebrando por adelantado un gran acontecimiento.

    Entonces la negra Mercedes le dijo al oído a Juan, con un susurro de pajarito tímido:”Sí me voy contigo”. Esa tarde, antes de que el sol terminara de esconderse, Juan tenía en su camión un catre matrimonial, un bojote inmenso con los trapos de Mercedes, varios paquetes que contenían mil velas, mucho licor de caña y condujo por la carretera de tierra, con destino a su finquita, acompañado de la bella Mercedes.

    También, la señora Tomasa -la madre de Mercedes-, se fue con ellos, para recordarles todos los días que "…se tenían que casar, así San Pedro les haya echado la bendición”.

    Fue la señora Dolores quien dijo que Juancito había pedido una mujer a San Pedro y se lo habían concedido, pero también le mandaron la “ñapa” y ese fue el sobrenombre que le pusieron a la señora Tomasa por los lados del cerro “Zamurito”.

    sábado, 9 de agosto de 2014

    A golpe de cuatro de la tarde

    A golpe de cuatro de la tarde

    No lo hacíamos siempre. Solamente cuando estábamos muy fastidiados y queríamos hacer algo diferente y contribuir de alguna manera con el saneamiento ambiental de la comunidad, que estaba a merced de las ratas y los ratones. Era horrible. “…Que levante la mano aquel cristiano que no tenga problemas de ratas en su casa…”-solía decir, para convencer a los muchachos e ir...nos al paredón, al lado de la casa de la negra Celina y la flaquita de Coromoto, donde las ratas, que eran grandes como conejos se paseaban a placer, a golpe de cuatro de la tarde.

    Si, esa era la hora, que por alguna razón jamás descubierta, las ratas bajaban la guardia y no podían evitar salir de sus madrigueras a sabiendas, que siete u ocho de nosotros estábamos parados con varias “guarataras” en mano como un escuadrón de fusilamiento, preparados para lanzarles una lluvia de ellas , buscando aniquilarlas.

    Recuerdo una rata inmensa, gorda con unos ojos negros, muy negros; que sacaba la cabeza por su hueco, para mirarnos como retándonos y la volvía a meter. De repente, salía corriendo y recorría como tres metros y se metía en otro hueco esquivando piedras con una destreza impresionante, a pesar de lo gorda que era. Esa era la que yo quería dejar en el sitio de un solo peñonazo. Después de unos doce intentos lo logré: la rata quedó en el sitio de un guaratarazo, rodeada como de 20 piedras, que no habían logrado su cometido…hasta que ese día, a golpe de cuatro de la tarde, se acabaron sus días asustando mujeres indefensas.

    Choque con una ventana


    Choque con una ventana
    LUIS ALFREDO RAPOZO

    -“Hijo, vaya corriendo a donde el señor Vincenzo y le dice que le venda un paquete de galletas americanas-me explicaba mi mamá, pero eso es urgente, corriendo, rápido, volando-y entonces me chasqueaba los dedos para dar a entender que tenía que volar como el viento-.

    -¿Guau, galletas americanas…y son dulces, mami?-le pregunté a mi mamá con una vocecita ...muy fina de un niño de seis años-.

    No pregunte más nada, que el señor Vincenzo sabe.-me respondió, sin dar detalles-, le paga con este billete de diez bolívares y espera el vuelto y que le entregue las galletas en una bolsa y se me viene rápido, sin ponerse a jugar, ni distraerse en el camino, que yo se que tu das mucha vuelta a esa imaginación, vaya pues…

    De esa manera, sentí que estaba cumpliendo una misión muy importante, que yo era el indicado para volar por toda la segunda calle de los robles, que mide como trescientos metros, doblar la esquina y casi al final de la cuadra, conseguir la bodeguita del señor Vincenzo, que estaba repleta de vegetales y frutas y decirle todo lo que me había dicho mi mamá. Pan comido, “hoqui, doqui” y entonces salí corriendo, prendí el carro- que está vez, era un hermoso deportivo rojo como los que usa James Bond- y hundí el acelerador con mis dos piernitas flaquitas.

    En pocos segundos, había hecho el recorrido, apuré al señor Vincenzo, quien no dejaba de sonreír buscando las benditas galletas, pero de regreso tomé la curva demasiado cerrada y me estrellé contra las rejas de las ventanas que sobresalían demasiado, ganando un ojo morado, sin embargo, recuperé inmediatamente las galletas y llegué a casa cumpliendo la misión, pero con medio carro desbaratado.”

    Cuando la tierra tembló

    Cuando la tierra tembló
    Luis Alfredo Rapozo

    Nosotros vivíamos en una casa de dos pisos con entradas independientes. Abajo estábamos nosotros, una familia relativamente corta compuesta por mi mamá y todos mis hermanos, que eran cuatro, pues los dos mayores no estaban con nosotros, sino ocasionalmente; uno estaba en la armada y el otro parecía un judío errante viviendo sus veinte años como un muchacho feliz para acá y para allá sobre su moto roja, como si fuera un jinete solitario, que andaba de pueblo en pueblo como en esas películas que pasaban en el cine.

    Mamá trabajaba en el hospital universitario y a veces debía hacer guardia nocturna, como suele suceder en  ese servicio. Cuando ocurrió el terremoto de 1967, ella se encontraba de guardia y quedó atrapada en los ascensores por un largo tiempo hasta que fue rescatada.

    Eso lo recuerdo y nunca se me olvida a la señora Julia que vivía con su hijo en la parte alta de la casa, quien salió al medio de la calle arrodillándose y con sus brazos extendidos pidiendo misericordia de una manera tan impetuosa, que nunca se me podrá olvidar su expresión cuando decía que “…éramos unos pecadores y que el mundo se iba a acabar.”
    Yo casi me despedía de este mundo a mi corta edad, en medio de la desesperación, las velas encendidas, la oscuridad y el miedo por todo; miedo escuchando a la gente con sus cuentos, miedo a la furia de Dios que pregonaba la señora Julia, miedo a no saber de mamá hasta que llegó a casa en la madrugada, miedo a estar solo con mis hermanos y miedo a que se nos cayera la casa encima si volvía a temblar la tierra.

    Esa noche pernoctamos en la calle hasta la madrugada temiendo una replica, hasta que llegó mamá y entramos a la casa. Al día siguiente compramos “Utimas Noticias” bien temprano y pudimos ver las horribles fotografías que recogían los derrumbes en Caracas, en La Guaira y leímos una y otra vez las crónicas sobre edificios hundidos, casas derrumbadas, muertos y heridos por todas partes.

    -¿Y tú que estaban haciendo cuando tembló?-me preguntó alguien una vez-.
    -¿Yo? –respondí- “Yo estaba jugando “a policía y ladrón” y tuve que soltar a Juan José cuando me lo llevaba preso a la guarimba., por causas mayores.”

    El terraplen


    El Terraplén
    LUIS ALFREDO RAPOZO

    El terraplén era un inmenso terreno, casi virgen que quedaba a unos pocos centenares de metros de la Av. Sucre. Era inmenso. Quedaba una casita al lado de una mata de mango y otro casita muy lejos al borde de la quebrada, que bajaba de el cerro El Ávila y que en otros tiempos era cristalina, pero debido al crecimiento poblacional de las últimas dos décadas se estaba tiñendo de negro, de marrón y hasta de verde, dependiendo de las lluvias, de la sequía y de lo que la gente lanzaba a sus aguas indiscriminadamente.
     Yo llegué a ver desde la casa donde vivía la catira  Nilyen, perros muertos hinchados flotando en sus corrientes, cerdos y hasta una vaca que murió ahogada durante  un terrible invierno, que no nos dejaba dormir, ni ir a la escuelita.

    Pero, en esos días cantábamos bajo la lluvia “que llueva, que llueva, la  vieja está en la cueva, los pajaritos cantan…” y gozábamos un mundo viendo la furia de la corriente pasar cargando cosas; a las aves buscando refugio en las matas del terraplén y tratando de descubrir si era un gavilán, un zamuro, un perico, un azulejo, un cristofué o un pájaro negro “arranca pelos” que nunca faltaba.

    Un día llegó una caravana de camiones, rojos, amarillos, verdes, anaranjados; cargados de láminas, barras y muchas cajas de hierro para instalarse en el terraplén. Estuvieron como una semana limpiando, aplanando e instalando sus estructuras. Luego, vinieron más camiones con carpas, elefantes, tigres, osos, perritos y muchas personas, enanos, gordos, gigantes, barbudos, bailarinas, además de casas rodantes, caballitos, carritos chocones, patos, pájaros que volaban dando vuelta y muchas taquillas, quioscos: era un circo en nuestro terraplén.

    Un día se fueron, pero los niños no nos pusimos a llorar ni a lamentar su despedida, porque recuperamos nuestro terraplén, justo en el momento en que empezaban a llegar las mariposas y entonces, nosotros salíamos a cazarlas con una bolsa echa de papel periódico y en ese tiempo gané el honor de conseguir la mariposa más grande con cara de búho, si señor…

    Jugando chapitas

    Jugando chapitas

    “Mortadela” era el líder del grupo y esa tarde estaba entusiasmado con jugar “chapitas” en el fondo del callejón donde no molestábamos a nadie, en todo el frente de una escalera que conducía a la calle principal y donde quedaba la peluquería de la señora Ramona, quien era experta desrizando el cabello a toda negra que vivía en el barrio, incluyendo a la mamá de “Mortadela”.


    Todos queríamos jugar, entonces propusimos que cada juego fuera de tan solo tres entradas para dar oportunidad a todos. “Muy bien”-dijo “Mortadela”, con su aire de mandamás y entonces, asignó tareas como barrer el sitio que se transformaría en cancha y mandó igualmente a visitar las bodeguitas para solicitarle a los dueños que nos regalaran las chapas de los refrescos, que después de destaparlos con un artificio que estaba clavado en el mostrador con el símbolo de una marca de refrescos, la bendita chapita caía en un perol, para evitar que el piso se llenara de las mismas-. A mi me tocó visitar tres bodeguitas que quedaban en las casas de mis vecinos y a todos los conocía por su nombre, razón por la cual no se me hizo difícil pedir el favor.


    Entonces, yo mismo entraba al negocio y vaciaba el perol cargado de chapitas de chicha, malta, refrescos de tamarindo, mandarina, naranjas, colita y cervezas; para luego vaciaras en un pote grande de plástico, que usábamos como envase de chapitas para el pitcher.


    Nos faltaba el bate que era un palo de escoba moderna, el cual se desenroscaba y que era de la señora Ramona, la mamá de “Mortadela”. Jugamos toda la tarde, como hasta las cinco cuando, salió la señora Ramona buscando su escoba y gritando improperios contra el pobre “Mortadela”, quien finalmente, quedó castigado todo el fin de semana, a ver los juegos desde su ventana.

    El dia del Sputnik

    El día del Sputnik 5
    Ese 19 de agosto de 1960, el satélite artificial Sputnik 5 de la Urss fue lanzado al espacio en medio de un gran alboroto comunicacional en el mundo y las naciones más desarrolladas se batían en duelo diario, en plena guerra fría como si fueran dos espadachines furiosos del siglo XVIII, luchando por el amor de una doncella.



    En Caracas, la vida marchaba apaciblemente y cualquier cristiano podía transitar por sus avenidas despejadas, las cuales lucían un tráfico amigable y los parroquianos caminaban por sus calles disfrutando del cielo primaveral y un sol que acariciaba con sus rayos que se filtraban entre los grandes árboles que daban sombra por doquier.



    Solo una ambulancia rompía la tranquilidad de la tarde, abriendo camino con la urgencia necesaria hacia la moderna maternidad en la avenida San Martín. Aparatosamente, bajaron a la mujer embarazada, que tenía una inmensa barriga. La auscultaron rápidamente y la llevaron a la sala de partos. Pero, todo fue tan rápido, que al colocarla sobre una camilla, entre sus piernas, ya venía saliendo el niño, pero lamentablemente ahorcado por su propio cordón umbilical. Toda una tragedia, que paralizó al personal mientras la mujer lloraba inconsolablemente la muerte prematura del bebé.



    Cuando estaban por culminar el proceso de parto, una enfermera descubre que había otro niño luchando por salir y entonces, el personal se activó como si hubiesen explotado fuegos artificiales en un pueblo del llano o como si el Sputnik 5 lograra con éxito su misión.

    El bollo de mi vecina

    La hallaca que prepara mi vecina

    Después que pasó el proceso electoral, caí en cuenta que mi apartamento necesitaba un cariño de fin de año y entonces decidí ponerme en acción; para limpiarlo, poner orden –como siempre-, pintarlo, atender las maderas de las puertas , ventanas, biblioteca y darle un toque general navideño, para cuando vengan los amigos a visitarme y tener buen ambiente. Empecé con el pasillo y mi puerta principal. Allí me conseguí con mi linda vecina, quien no me habla casi, porque ella apoya el proceso socialista y no me puede ver ni en pintura.


    Ella estaba con la misma intención, atendiendo su casa y entonces coincidimos pintando el pasillo, las ventanas de la cocina y colocando-ambos- luces y adornos navideños, que alegraron el espacio. Estuvimos todo el día en esa actividad, lo cual nos permitió socializar y acercarnos como vecinos de varias décadas.


    Mi vecina es una mujer hermosa y ese día lucía un pantaloncito cortito, muy cortito que estimulaba la imaginación de un demócrata baboso y ella, derrochaba una simpatía sin límites, que casi nunca se le ve, cuando su linda boca se llena de palabras y comentarios políticos. Decidimos no hablar de política, ni de elecciones, ni del plan de la patria y entonces, escuchamos música navideña, compartimos una sopa que hice, sacando mi sapiencia oriental y así llegamos a las primeras horas de la noche, cuando le obsequié un vinito tinto que tenía en la nevera y una rueda de pan de jamón. Entonces, mi bella vecina me preguntó: “que si quería probar su bollo”.


    “Yo ni corto ni perezoso, le dije que si” y de allí pasamos a bailar unas piezas de Billo's en un ambiente pre-navideño, que nos permitió acordar una fiestica para nochebuena, cuando ella me daría a probar la hallaca de su mamá, que, según, es muy buena.

    Agarren a esa loca

    Agarren a esa loca
    Ese lunes en la mañana, los estudiantes de la Universidad Santa Rosa en La Pastora habían comenzado sus labores estudiantiles sin ninguna novedad, en medio de varias semanas de conflictos universitarios a escala nacional donde el gobierno y los gremios universitarios andaban agarrándose por los moños, como dos mujeres peleando en un barrio por el amor de un hombre.

    Dos jóvenes muchachas ataviadas con sus blue jeans desteñidos, sus blusas de color pastel como si se hubiesen puesto de acuerdo, y sus sandalias de cuero sin tacones, decidieron bajar caminando, rumbo al centro, pasando por el puente de Guanábano y buscando la Av. Baralt cuando iban pasando por la sede del TSJ, otra mujer que caminaba con la rapidez de una caminadora olímpica se les acercaba con velocidad inusitada, mientras cargaba una inmensa cartera de los años sesenta repleta de papeles, trapos y hasta un gato que asomaba la cabeza y miraba los autobuses que pasaban repletos de gentes hacia el sur.

    Tenía la mujer un turbante bien grande como los que usa Piedad Córdova y caminaba hablando sola, mientras daba sablazos al aire como si estuviese peleando con molinos de viento, cual Quijote.

    Las muchachas se quedaron paralizadas literalmente hablando, al ver que la mujer se le encimaba , lo cual inusitadamente ocasionó una reacción violenta de la “Piedad Córdova”, que directamente procuró planear a las muchachas con su machete de palo, pero las estudiantes, emprendieron una veloz huida, corriendo un maratón desesperante sin sospechar que la mujer correría también como un gato tras un ratón, pero el miedo pudo más que la cazadora improvisada, que no escuchaba los gritos de la gente que le decían: ¡Agarren, a esa locaaaaaaaaaaaaa!

    Agradecer el milagro

    Agradecer el milagro
    La mañana que le robaron Bs 3.000 saliendo del banco, Juan Cazorla nuncó se hubiera imaginado que los facinerosos antes de huir por la Av. principal, iban a sacar esa inmensa pistola que recordaba al mismísimo Harry “El Sucio” batiendo delincuentes sin compasión en pleno centro de la ciudad de San Francisco.

    La humillación que sentía era tan grande, que pensaba “moriría de indignación”, hasta que el hombre que iba en la parrilla de la moto le apuntó con su cañón de guerra y dejó escapar más de 20 balazos salvajes contra su persona, pero tan solo 15 de ellos, impactaron su humanidad, bañando de sangre la calzada, tiñéndola de un rojo intenso. Afortunadamente, vivió para contarlo, porque su ángel guardián no estaba de descanso, después de convulsionar cerca de una hora bajo el sol de las 10 am; bajo la mirada de curiosos y transeúntes, quienes no hallaban qué hacer en aquel rebullicio de peatones y cornetazos escandalosos de automovilistas desesperados por llegar a algún sitio, atrapados en un tráfico insoportable que hacía recalentar los vehículos y respirar mucho humo; que echaban las camionetas destartaladas, que transportaban pasajeros al centro.

    Tres meses después de aquel día, Juancito pudo poner un pie en el piso, tratando de levantarse y reconocer que estaba vivo, aunque su madre ya había dado gracias al Dr. José Gregorio, a la Virgen del Carmen, al Todopoderoso, a la Virgen de Coromoto y para todos había una velita, que Juan debía prender para agradecer el milagro…

    El caso del berebere

    El caso del berebere
    Llegaron treinta minutos antes que comenzara el seminario en el Diario y habían tantos vehículos estacionados alrededor del edificio nuevo, que se hacía muy difícil estacionarse y conseguir puesto. No había más alternativa que aparcar a riesgo en la calle y rogar a los cielos que ningún ladronzuelo sin escrúpulos se enamorara del carrito con 20 años encima.

    Los demás vehículos eran de modelos recientes y costaban 10 o 15 veces más que su carro. Alejandro, le puso la tranca palanca a la manilla de cambios, conectó el cortacorriente, cerró bien las puertas y encendió la alarma, que hizo un sonido de polluelo de gavilán pidiendo comida a las seis de la mañana.

    Inmediatamente, un sujeto que parecía un aldeano berebere de una tribu árabe en pleno desierto, salió de la nada como sale un conejo de una chistera de manos de un mago, y con su cara inexpresiva de vendedor ambulante le dijo “que le cuidaría el carro por 50,00 Bs.”.

    -¿Qué? -exclamó Alejandro sin pensarlo, totalmente sorprendido- ¿Usted cree que yo le voy a pagar 50 Bs. por cuidarme el carrito un ratito?

    -Si -le respondió el berebere-, eso es lo que paga todo el mundo aquí.

    -Pero, si estamos en la vía pública y esto no es estacionamiento.

    Entonces, le dio la espalda al cuidador de carros y se dirigió al edificio. Allí estaba un policía y Alejandro lo puso al tanto sobre el cuidador de carros con precios exagerados y el gendarme le contestó: “Es verdad por allí roban muchos carros a toda hora”.

    Inmediatamente, Alejandro se devolvió, consiguió al berebere y le dio los Bs 50, y le dijo:

    - Lo pensé bien. Creo que usted debe cobrar lo justo por su trabajo.

    El caimancoy

    El caimancoy, un animalito muy raro
    El caimancoy, un animal muy raro.Fue en diciembre de 1998 cuando encontré como cien animalitos, recién salidos de sus huevos, en las riveras del río Uchire, mientras caminaba cual excursionista buscando llegar a la represa "La Tigra" en lo alto de la montaña. Los animalitos eran bien raros con cuerpo de caimán y cabeza de morrocoy. Los baquianos les decían caimancoy porque eran el extraño cruce de un caimán macho con un morrocoy; eran totalmente inofensivos, pues no tenían esos dientes de caimán, y además muy sumisos a la mano del hombre. Yo me quedé con la boca abierta al encontrar un animal tan raro, pero los campesinos de la zona están acostumbrados a ver de vez en cuando este fenómeno poco usual. El caimáncoy es un animalito que engorda como un cochino, tiene una carne muy apetecida que sabe a pollo de primera y da unos huevos espectaculares, como una naranja California, y con mucha proteína. Lamentablemente, es como la mula que no da cría, es decir, es infértil, pero algunas veces es la delicia de los infantes que lo usan como un perrito, ya que le ponen una correa al cuello y lo pasean por el pueblo como mascota. Algunos ociosos que nunca faltan lo usan como atractivo para ganar dinero en época de vacaciones cuando los turistas pagan para verlo con foto incluida al lado del extraño animal. Lo único malo es que defeca muy hediondo y la misma no sirve ni para abono, pero orina una sustancia tan repugnante, que muchas viejas “sabiondas” dicen que es lo mejor para espantar hombres “pegostosos” que se ponen insoportables detrás de una mujer. Entonces-dicen las viejas rezanderas-, que se agarra la orina y se le salpica al pegoste en referencia pronunciando una oración de cuatro versos transmitida de generación en generación que es muy efectiva: El asunto es conseguir la orina. Entonces queridos amigos, no se extrañen para nada cuando vean a un muchachito en un pueblo de esos paseando su camancoy agarrado por el pescuezo con una cabulla.

    Lla iguana de Chucho Parica

    La iguana de chucho Parica
    La iguana de Chucho Párica se salvó de un linchamiento feroz aquella mañana, después que el ministro Alí Rodríguez Araque informó a la Nación “que un saurio-palabras más, palabras menos-, fue el culpable para que una gran falla eléctrica paralizara el país, debido a las mordidas que ésta realizó a un cableado de alta tensión. De esa manera, una turba de uchireños cansados de los repetidos cortes eléctricos que se dan en Anzoátegui; los cuales no dejan dormir a la gente, exponiéndoles al calor y a la molestia de los zancudos, iniciaron la persecución de los animalitos. La iuana de Chucho Párica mide dos metros, es grande y tiene un hermoso color verde, que oculta su ancianidad. Se alimenta de flores, hojas tiernas del manglar y lagartijas a la orilla de la laguna. Suele salir de vez en cuando a tomar sol, montada sobre una gran piedra, que reposa a orillas de la carretera que bordea el istmo y es el momento que aprovechan los turistas y observadores de animales, para tomarse fotos con ella. Se da un baño antes de terminar la tarde y luego, se devuelve a la carretera, cruzándola rápidamente y entra a la parcela de Chucho, para encaramarse vertiginosamente en un inmenso árbol de mango donde pernocta hasta el amanecer. Afortunadamente para la iguana, aquel día se salvó –porque Dios es muy grande-, gracias a su instinto de conservación, que le permitió correr y huir rápidamente, refugiándose en el verdor de los manglares y dejando en el camino, piedras y palos lanzados con furia por la turba enardecida.

    !Voy jugando a Rosalinda!

    Voy jugando a Rosalinda
    El tipo era un botarata que andaba realengo por esas llanuras, seguramente de parranda en parranda y en una de esas juergas se consiguió a la hermosa Rosalinda. Ella era una mulata de ensueño –según nos relata el poeta Guariqueño Ernesto Luis Rodríguez-, quizás una virgen con pocas primaveras, quien sucumbió ante la imagen de un cantador de corríos y al ceder ante la petición de amor, que nunca falta ante una muchacha bonita, ambos pasaron días de encuentros, de amores bañados de pasión, en cualquier parte de un descampado o bajo un romántico palmar. El tipo se prendó de Rosalinda con los ojos saltones ante tanto atractivo y esa belleza singular de la mujer joven, fresca, virginal, pícara y dulce que se encuentra en estas tierras de magia y trópico. Es decir, que se quedó pegado al olor del amor inesperado como perro maluco que no deja de acosar a su consorte, que a su vez atraviesa un momento difícil de olores hormonales. Entonces, el tipo le dice a Rosalinda, que recoja sus trapos y se la lleva montada en su caballo como si la muchacha fuera una fruta silvestre. Quizás la hermosa Rosalinda no tenía nada que perder y se atreve sin mirar hacia atrás en tomar la gran decisión de fugarse sin despedirse de nadie, dejando el jagüey a sus espaldas como un viento que se pierde sin retorno. Y se escapa con el hombre que aún no termina de conocer. Terminan una tarde metidos en un caney lleno de joropo y aguardiente, en aquellos tiempos perdidos de la memoria y el tipo -que no sabemos su nombre- comienza a apostar incontrolablemente, jugando hasta la cobija y quedando “tan pelao” que hasta el sombrero-seguramente, un hermoso pelo de guama-, había cambiado de manos. El indio que había ganado todos sus corotos, seguramente le miraba con la suerte en los labios y brindando aguardiente en medio de la celebración y de la paliza que le había dado al recién llegado jugando a los dados. En ese momento el tipo botarata, se da cuenta que aún tenía lo más preciado de sus pertenencias y no era otra cosa que la espectacular Rosalinda y entonces tomando a puño cerrado los dados levanta su mano y grita: ¡Voy jugando a Rosalinda! Cosa insólita nunca vista –como para que se le paren los pelos a uno- y entonces todo “guelefrito”, o sea los peones, se acercaron para ver el lance. ¿Se ha visto tamaña cosa, que un hombre se juegue a su mujer, en un acto desesperado? Pero, la suerte le mostró la sonrisa y el tipo no perdió a Rosalinda y recuperó sus corotos. Al final del cuento, el indio se quedó con las ganas de tener a la mulata, como si un sueño se desvaneciera dejando un sabor a frustración. El tipo se montó en su caballo con Rosalinda sujetada a su cintura: seguramente la hermosa mujer estaba molesta y recriminándole la osadía de jugarla como si fuera un perol. Este poema de nuestro ilustre cultor guariqueño nos pone a pensar muchas cosas y siempre los que se han detenido a reflexionar comparan a Venezuela con Rosalinda.:. ¡se le paran los pelos a uno!

    Una de vaqueros

    Una de vaqueros
    Ringo tenía como 4 años perdido en algún lugar de Colorado, con la mente extraviada por los momentos amargos de la guerra entre el norte y el sur, y había caído en manos de los yanquis estando preso, sin saber nada del mundo. Un día lo dejaron libre y se enteró que el sur había perdido con los yanquis.

    Entonces, decidió regresar a sus tierras donde era un rico terrateniente. Se tardó varias semanas en llegar, para descubrir que todo había sido arrasado y que su mujer vivía un amancebamiento con un sujeto sin escrúpulos; que la tenía como esclava sexual y no la dejaba asomar la cabeza por la ventana, en un sometimiento impresionante. Todos en el pueblo creían que él había muerto en algún combate o estaba loco, para colmo nadie lo reconocía, entonces se cambió el nombre por el de Landom, hasta recuperar sus bienes y su mujer.

    De esa manera, comenzó una verdadera lucha contra el Poder de Anderson quien se había apoderado de todo el pueblo; manejando la ley a su antojo y matando a cualquier cristiano o protestante que osara levantar la voz y sin pagar ningún homicidio como si el caído fuera un perro callejero. Afortunadamente, consiguió la colaboración de una linda prostituta que trabajaba en “el salón” del pueblo y lo animó suficientemente para enfrentarse contra 30 mexicanos que tenían el pueblo de cabeza, bajo el terror de sus pistolas y operaban bajo las órdenes de Anderson: ese fue el primer paso y a pesar que recibió un balazo en el brazo izquierdo, ese mismo día se dirigió bien apertrechado con una escopeta de dos cañones y su revolver cañón largo de seis tiros al cinto y montado en su caballo pinto, tomó el rumbo hacia el rancho de Anderson que estaba resguardo como por 300 pistoleros de malas pulgas.

    El enfrentamiento fue terrible, pero gracias a su buena puntería e inteligencia, estuvo echando plomo toda la madrugada y poco a poco fue exterminando a los bandoleros de diez en diez, hasta que al final en medio de un reguero de sangre, quedaba solamente él, el viejo Anderson y su mujer que estaba encerrada en un cuartucho de mala muerte. Entonces, tomó una cuerda que tenía en el caballo y la lanzó al segundo piso. Se subió rápidamente y se encontró con el viejo y a golpe limpio lo hizo comer tierra, hasta clavarle un puñal en el pecho después de forcejear un buen rato. No fue fácil, pero liberó a su mujer, aunque para nada, porque terminó fugándose con la prostituta del pueblo.

    !Encomendarse a Dios!

    ¡Encomendarse a Dios!
    La calle estaba desierta y los bandoleros se paseaban a ritmo de guapos de barrios, tongoneándose como si estuvieran desfilando encima de una pasarela, exhibiendo sus blue jeans llenos de polvo del camino, mientras sus otros compañeros procedían por segunda vez en el día a atracar un establecimiento de Mercal. Nadie asomaba la cabeza por las ventanas por temor a que un desadaptado procediera como loco a disparar inmediatamente, sin advertir; sin avisar y sin decir, por lo menos: “quítate que ahí va el plomazo”.

    Los malhechores, habían tenido un día duro, asaltando camionetitas atestadas de pasajeros, que venían de Barcelona, en la carretera Nacional y se habían apostado en las calles principales del pueblo a atracar a cuanto cristiano pasaba desapercibido y contando “pajaritos en el aire”. Por ello, nadie salía de sus casas y se preparaban para huir o escapar de un pueblo sin ley, donde hasta la Guardia Nacional es asesinada, cuestión de robarle el armamento. Antes, había una Policía Municipal que de alguna manera ponía el orden y el hampa no andaba con “el moño suelto”, pero a algún burócrata federal, se le ocurrió la idea de cerrarla, sin dejar otra opción que protegiera a los productores agrícolas, comerciantes, dueños de cantinas, a las diligencias, a los ganaderos, a las familias en los ranchos y hasta a la gente que vivía en las casitas, en pleno pueblo, para robarle cualquier cosita.

    Todo estaba desierto, ni siquiera había un pianista con un sombrerito gracioso de esos que popularizaron los caballeros ingleses a finales del siglo XIX y que siempre aparecen en una película americana del lejano oeste, que no despegara sus manos de las teclas, mientras los bandoleros hacían “desguase” en las licorerías, en cantinas en medio de balazos, golpizas y botellazos que se estrellaban por todas partes como si fuera una pelea callejera en un barrio de Petare. Hasta las prostitutas huyeron por temor a ser violadas impunemente, en una tarde de mala bebida, en el pueblo de Clarines.

    Cuando los hijos de Teresa Guaina estaban listos para huir del pueblo, su madre les dio el dinero del pasaje, el cual guardaron en los interiores y también les dio un dinero aparte, por si acaso los atracaban en el camino al Terminal de pasajeros y les dijo a los muchachos: -¡No queda de otra, hay que encomendarse a Dios! –les dijo y les echó la bendición con la esperanza de que nos lo mataran como perros sarnosos, en los juegos de tiro al blanco.

    La señora de la blusa amarilla

    La señora de la blusa amarilla
    La señora de la blusa amarilla estaba contando a su compañera de puesto en la camionetita: “…No quise mandar a mi hijo a la panadería porque en ese momento había un enfrentamiento a tiros entre dos malandros. Entonces, le dije: “Hijo esperemos un rato y yo misma te compro el pancito dulce”. Efectivamente, después que se calmó la cosa y sacaron del barrio a una niña herida, porque una bala entró a su cuarto, y se calmó la algarabía de la gente para ver quién era el hombre tirado en la calle en medio de un charco de sangre; me tomé mi tiempito y fui a comprar el pan dulce, para la merienda de las cuatro de la tarde de mis niños, que suelen mojarlo en leche mientras ven a la televisión, o una película en el DVD... Salí de mi casa rápido y crucé la calle bordeando al difunto; un jovencito con cara de pocas pulgas, quien era abrazado por su madre mientras lloraba y recogía la pistola 9 mm., que le había quedado debajo del cuerpo: Era el “Danielito” a quien yo le regalaba pelotas de goma para que me botara la basura hace como 8 años tan solo, quien aparentemente había recibido no menos de nueve balazos como si fuera una película mexicana, donde Antonio Aguilar decide caerse a tiros, por un simple despecho o porque perdió una apuesta en el juego de cartas en una taberna de mala muerte, después de cantar una ranchera con gritos y todo. De esa manera, aproveché el momento como es usual y le di una palmadita en la espalda a la joven madre, que mojaba el pecho del muchacho con sus lágrimas y le di mi sentido pésame, mientras yo exclamaba “tan bueno que era ese muchachito”. En ese momento, dos muchachitos armados hasta los dientes entraron en la camionetica, en plena Av. Baralt y la señora de blusa amarilla sacó un fajo de billetes de dos bolívares y se lo entregó a uno de los chamitos, para luego exclamarle a su vecina: “Yo siempre estoy preparada, mija…”

    Salomon Salado "come besitos"

    Salomón Salado come "besitos"
    “En Macuto se observa el mismo espacio destinado a balnearios desde que yo era niño”-decía el señor Salomón Salado, de 62 años, a un grupo de bañistas que se cambiaban al aire libre como si estuvieran haciendo necesidades en un monte en los años cuarenta.

    “Ahora hay más gente que viene a las playas con deseo de distracción y rápidamente se copa el espacio tanto en el agua como en la orilla-continuaba exponiendo el señor Salado como si diera una clase de demografía-.

    Cuando es época vacacional alta esto es horrible.

    No cabe la gente y uno lo que hace es mojarse, porque para dar unas brazadas tienes que meterte aguas adentro, ya que en la orilla no se puede ni abrir las piernas” Otro cristiano llamado Juan Carite dijo que “…el gobierno no tiene imaginación porque no desarrolla nuevos proyectos de balnearios que descongestione las áreas de bañistas habiendo tanto espacio”.

    Y el señor Salado añadió que no hay inversión desde hace mucho tiempo, que los hoteles están muy deteriorados, que las infraestructuras antiguas se están cayendo de mengua, que no hay policía turística, que no hay muelle y que por eso se ven los botes que pasean gente atropellando a los bañistas cuando salen y llegan, que los pescadores arman su mercado libre en medio de la gente y que no hay orden por ningún lado como si se estuviera en un mercado persa.

    Una señora que tenía un inmenso sombrero que asemejaba un cangrejo gigante dijo que el paseo de Macuto está pudriéndose por el salitre, que no hay balnearios, ni duchas y que los buhoneros se pasean entre los bañistas como si estuvieran en el mercado de “Quinta Crespo”, que de esta manera, no tenemos como competir con República Dominicana, ni Cuba, ni Panamá, ni Cartagena, ni Aruba en materia turística y entonces, se pregunta ¿Qué turista español, francés, americano va a venir a vacacional a Macuto y ayudar al desarrollo de nuestro sector turístico? Ella misma se responde diciendo que ninguno y dijo que de broma viene la gente de los sectores más populares porque la clase media busca mejores opciones evadiendo el mal servicio y la inseguridad.

    El señor Salado dijo que “…no todo es malo porque hay unas negritas buhoneras que venden besitos y cucas muy sabrosas y eso no tiene precio.”

    El ocaso del Emperador.

    El ocaso del Emperador.
    ¡Arde, arde Roma! Gritaba el Emperador romano Nerón ante sus allegados, que le miraban expectantes, sorprendidos por el desbordamiento de su locura. El mismo Petronio, uno de sus más cercanos asesores, con su innegable inteligencia, procuró contener esa intención desbocada del mandatario por arrasar la ciudad, quemándola por los cuatro costados. Pero Petronio falló en su intento y se encaminó hacia el suicidio, no sin antes espetar al Emperador y decirle “que estaba loco de perinola”-en buen latín-, además de criticarle su ramplona escritura, su mala poesía, y su carencia de talento para las artes, lo cual habían soportado por obligación en el Imperio; algo terrible sin duda para el Emperador, que tenía un ego tan grande como si estuviese por encima del bien y el mal… No es usual ver a un subordinado renunciar a su cargo y menos a la vida misma.

    Muchos funcionarios cometen errores y los repiten incluso, a costa del patrimonio común con el mayor desparpajo y no les pasa por la mente rendir cuentas ante la historia... Quemar una ciudad para hacer una nueva, destruir las casas inmundas acabando incluso con la chusma paupérrima, sin importar en lo absoluto sus vidas, sentimientos y su futuro: Todo, para lograr su finalidad de construir un mundo nuevo, pasando por encima del ser humano y seguramente de la planificación estatal. No podría sino crear el caos, entre los muertos y la ciudad arrasada, quemada, chamuscada en la noche, en el día, por horas interminables. Un verdadero desastre que tuvo sus consecuencias. Todo imperio llega a su final-dijo alguien en algún momento-, pero primero lucha por sobrevivir al desplome -digo yo, en un momento de éxtasis poético-. Ya la gente hablaba a voces tildando de loco al Emperador y también su entorno en el Poder trataba de desmarcarse de la locura. Sin embargo, como es costumbre vieja, Nerón buscó un “chivo inocente” y culpó a los cristianos de la quema, dando cabida a una persecución mayor, llevando a esa gente al encarcelamiento; a la muerte en la arena, bajo las fauces de las fieras. La sangre de inocentes fue derramada por días en el teatro de la muerte, dirigido por el dedo del Emperador como si fuera la mayor fiesta patronal en el llano. La resistencia cristiana crecía ante la muerte inminente bajo las fieras. Un estoicismo ejemplar que con cánticos y oraciones ante el final quebraba las piernas del Emperador frente a una población participativa en la conglomeración del coliseo. ¿Qué podía esperarse ante la falta de elecciones y civilidad para salir ante el desorden político? Solamente un golpe de Estado por parte de hombres provenientes de las milicias y del Senado apareció en escena, para buscar el orden y la vuelta a la cordura, a falta de otro mecanismo de cambio. Nerón terminó desangrado después de un suicidio ayudado que puso fin a su locura y al caos perverso de su administración, devenida a menos desde las alturas del Olimpo. “Quo vadis domini” y entonces, siguió la historia y la vida.

    Cucarachita

    Cucarachita

    Ya había pasado la hora de la media noche y estaba haciendo más frío de lo usual. Realmente estaba haciendo bastante frío. El aire venía cargado del este un tanto húmedo, cuestión que se sentía en la piel, en los huesos.


    Ramoncito alcanzó la botella de aguardiente y tomó a boca de jarro un grueso trago que le quemó la garganta y le estremeció el estómago de abajo hacia arriba.No recordaba haber tomado licor anteriormente, pero lo hizo no por el frío, sino para que Cucarachita no lo viera como un niño. Conversaban de temas variados y en cada cuento, cada uno de ellos era un héroe; conversaban sin parar, moviéndose incesantemente de un lado para otro como cuidándose las espaldas.


    La brisa alborotaba el hedor de las aguas negras que bajaban por la quebrada y que dividía el barrio en dos. Esa quebrada que venía descendiendo del Ávila y al intrincarse en el caserío perdía su virgen frescura. Los parroquianos dormían al pie del monte verde, aunque algunas luces encendidas denotaban algún sonámbulo o trasnochado. El Gordo sacó la cartera de su bolsillo trasero y de allí extrajo una bolsita de papel transparente con unos gramos de cocaína.


    Cucarachita se aproximó estrepitosamente arrebatándole de las manos la droga, impregnándose la nariz hasta clausurarla, taconeándola con una ansiedad de sediento, de hambriento, casi de muerte. Paulatinamente, el otrora sigiloso murmullo de los muchachos comenzó a subir de tono, transformándose la conversación en un altisonante palabreo, marcado por las risotadas y las groserías repetidas y redundantes.


    La escena parecía una obra de teatro con luces azules delante de un fondo negro y tres personajes delgaduchos flotando en una atmósfera de pánico, de angustia, perdidos en un tiempo absurdo como si nada importara. Ramoncito comenzó a ponerse nervioso, casi podía ver al cerrar los ojos, las venas de su estómago, pulsantes, latiendo y comprimiéndolo fuertemente hasta hacerlo desaparecer.


    Por mero placer, Cucarachita sacó de su cintura un armamento negro, largo y pesado, el cual exhibía a las casas durmientes. Jugaba una ruleta rusa imaginaria disparando chasquidos de saliva bajo los ojos extraviados, la punta del armamento rozaba cabezas, rostros, piernas, brazos con la sádica presión del hierro frío sobre los muchachos. Ramoncito continuaba nervioso. Su madre le había advertido clara y repetidamente que se alejara de estas juntas; que recordara como murió su hermano, pero él sabía que ella no estaba en honda, que no sabía lo que era ser un hombre.


    En ese instante preciso, Cucarachita soltó dos disparos hermanos, que explotaron, perdiéndose en lo alto. El sonido se propagó por los callejones como un eco infinito. Los vecinos del barrio se estremecieron en la oscuridad, pero ninguna puerta ni ventana se abrió, ninguna luz partió la noche. Cucarachita celebraba la acción dando pasos de borracho, tambaleándose con un baile improvisado, sin ritmo, sin música.


    Tanto el Gordo como Ramoncito sudaban frío por temor a recibir un disparo de ese hierro sin control que zigzagueaba relampagueante por doquier, pero se mantenían firmes con una risita indómita, sin darle importancia a los acontecimientos y con el horror galopante por sus venas. Entonces, Cucarachita apuntó directamente entre los dos ojos de Ramoncito y soltó el disparo.

    El misterio de Florinda

    El misterio de Florinda
    “Ese día fue horrible -decía Juanito Liborio, cuando echaba el cuento de la tragedia que vivió Nemesio Paraqueima, la tarde que desapareció su burra “Florinda” del corral-, el compadre Nemesio, anduvo desesperado llamando a la burra y esta no aparecía por ningún lado, no había dejado rastros por ninguna parte y todo indicaba que se la habían robado”. No era usual que la bella burra se perdiera, al contrario, siempre regresaba a casa cuando Nemesio la soltaba en el pueblo y le daba unas palmaditas por las ancas como señal clara, para que retornara sola, por la carretera. “A mi casa, llegó mi compadre Nemesio, llorando como un hombre abandonado por su mujer, aquella misma noche" -dijo la señora Pascuala Reyes, quien es vecina de Nemesio y juntos tienen el negocio de papelón en el pequeño trapiche heredado de sus abuelos-. Incluso yo recuerdo que le dije, que “…no se angustiara, que es muy difícil que una burra se pierda en estas tierras…”, pero el compadre estaba como si se le hubiese muerto la misma madre.” “Así pasaron tres días terribles"-dijo de nuevo Juanito Liborio, mientras todos le escuchábamos atentamente- y el pobre de Nemesio cayó en cama por el dolor, hasta que apareció la “Florinda” muy oronda, sin un rasguño, serena y caminando como si fuera la reina de Inglaterra, bien alimentada y con los ojos más vivaces que nunca, como si nada”. “-¿Y qué fue lo que sucedió, dónde estuvo y con quién?”-preguntó mi amigo Johny Ascanio, quien vive del otro lado del río y le encanta saber de todo y hasta lo que no le conviene. -Bueno, eso fue un misterio por un buen tiempo-dijo la señora Pascuala, con voz de no querer decir qué había pasado-, hasta que los secuestradores contaron la cosa muchos años después. Lo importante, fue que el Nemesio vivió de nuevo, aunque duró como tres días sin hablarle una sola palabra a la “Florinda”.