Un día de San Pedro.
Juan Velásquez dejó de trabajar al mediodía de aquel 28 de junio. Todo estaba minuciosamente planeado desde hacía veinte días, cuando le dijo a la negra Mercedes Flores: “…que se verían en Guatire en la parranda de San Pedro”, fecha en que quería una respuesta definitiva, de si ella quería irse a vivir con él, a su finquita establecida en el pie de monte del cerro “Zamurito”, donde sembraba hortalizas, criaba pollos en cantidades respetables para la venta y tenía unas pocas cabezas de ganado para obtener la leche y hacer queso.
Entonces, recogió sus implementos de labranza y los guardó en un depósito, luego se fue al río; se dio un baño rezado con la señora Dolores, para que “sus caminos se abrieran” y pudiera obtener el sí de la negra. Luego, se fue al pequeño altar y le puso una vela a San Pedro, junto con un vaso de licor de caña, haciéndole la petición de conseguir como compañera a la bella Mercedes y a cambio le ofrecía 1.000 luces de velas encendidas en una noche con mucho licor de caña todos los 29 de junio por siete años, como promesa.
Cargó su camión de varias panelas de papelón ofrecido a la mujer de su compadre Chuo, licores para festejar, queso hecho en su finquita, chicharrones, dos mudas de camisas que se había comprado en el pueblo de Petare para la ocasión y un vestido de dibujos floreados, que le regalaría a la negra Mercedes. De esta manera, se puso su sombrero de pajilla y condujo el vehículo hacia el pueblo, bordeando el río y atravesando la plantación de caña, para luego buscar la casa de su compadre Chuo Colmenares y comenzar la vigilia al santo; cantarle, improvisarle unos versos durante toda la madrugada y parrandear por las calles del pueblo; animando a la gente y compartiendo con los amigos de siempre: Especialmente con Justo Guevara, donde estuvo el santo guardado por un año.
Efectivamente, así terminó de pasar aquel día, entre amigos, parrandeando; tocando el cuatro, comiendo un mondongo que había preparado la familia González y terminando donde su compadre Chuo todo hediondo a licor de caña, manufacturado clandestinamente, muy cerca del trapiche de la hacienda “El ingenio”. Guindado en una hamaca lo consiguieron los primeros rayos del sol del día siguiente, arrullado por el trinar de azulejos, paraulatas y un ruidoso cristofué, que parecía estar en lo alto de un inmenso apamate detrás de la casa de Chuo, despertando a la gente para que no dejaran de ir a misa. Como a las cinco de la mañana, ya la mujer de su compadre tenía las arepas montadas en el budare, entonces sacaron el chicharrón con mucha carne y también lo pusieron en la plancha para que se calentara, cuestión de desayunar y seguir a la misa que se daría en la iglesia “Santa Cruz de Pacairigua”, con su inmensa plaza -donde la estatua de “El Libertador” nunca fue erigida-, al frente, dispuesta para seguir la parranda de aquel día, abundante de sol y mucho calor.
Desayunaron rápidamente, para evitar que el tiempo los dejara atrás y se fueron a la iglesia, donde estaba todo el pueblo. La iglesia se encontraba completamente llena y el padre Camilo Iturrieta, ejecutó la misa limpiamente, en un ambiente de alegría, que él estaba conociendo después de venir del viejo continente, encontrándose con la magia que flotaba en los aires; en las miradas multi expresivas y en las costumbres de un pueblo mestizo, que se escapaba de la rigidez del sacramento, como imponiendo su propia interpretación de la eucaristía. Al terminar la misa, afuera de la iglesia, el ambiente de alegría era simplemente desbordante. Los parranderos, vestidos con levita y pumpá, parecían un batallón del mismo ejército acantonado en Guatire, formados para el baile; uno de ellos llevaba la imagen del santo, otro llevaba una bandera amarilla y roja; acompañados por músicos populares que interpretaban el cuatro y las maracas, que comenzaban a dar los acordes de la parranda.
La negra Mercedes estaba allí radiante de alegría, con su falda de flores rojas, sus alpargatas nuevas y su blusa blanca, confeccionada por la señora Encarnación, con telas traídas de Holanda, en alguna embarcación jugando al contrabando. Juan se le acercó y le dio un beso vigilado por la madre de Mercedes, que cuidaba al extremo la dignidad de la negra como si fuera el santo niño de Atocha. Al frente de los parranderos, bailaban los tucusitos, dos niños vestidos de amarillo y rojo, imitando dos arlequines, al son de una percusión alegre que hacían los cueros amarrados a las cotizas y un hombre vestido de mujer, bailaba incesantemente, cargando su muñequita de trapo; que recordaba la promesa hecha por María Ignacia y su marido, a San Pedro, por la salud de su hija Rosa Ignacia.
Entonces, los parranderos comenzaron a cantar y a caminar por las calles del pueblo haciendo oír estos versos: “Buenas tardes, doy señores, Buenas tardes, vengo a dar. La Parranda de San Pedro, Que les vengo aquí a cantar. Baila, Baila, María Ignacia Como tu sabes bailar Baila, Baila, María Ignacia Como tu sabes bailar Un pasito, para`lante Y otro paso para`atrás Un pasito, para`lante Y otro paso para`atrás Y se me ponen de frente Porque los voy a llamar, Y se me ponen de frente Porque los voy a llamar.
En esta vuelta y la otra, Voy a cambiar de toná. En esta vuelta y la otra, Voy a cambiar de toná Guachi, guachi pasó por aquí, Guachi, guachi, Pasó por aquí. Con una pequeña tinaja de anís Lala Lara larala Lailai larai larai Lara Lara lalala lalara lalara lalara Lara rarala Lalala lalara lalara Lara rarala Gue! Dos cosas tiene Guatire, Que no las tiene otro pueblo. Dos cosas tiene Guatire, Que no las tiene otro pueblo La rica conserva e sidra, y la parranda de San Pedro La rica conserva e sidra, Y la parranda de San Pedro Baila baila tucusito como tu lo sabe´ hacer, baila baila tucusito como tu lo sabe' hacer moviendo bien las banderas pal' derecho y al revés, moviendo bien las banderas pal´ derecho y al revés, Y se me ponen de frente porque los voy a llamar en esta vuelta y la otra voy a cambiar la toná, y se me ponen de frente porque los voy a llamar en esta vuelta y la otra voy a cambiar la toná, pégale Pedro, pégale Juan, Pégale Pedro, pégale Juan, Pasa pa' dentro que 'ta en el zaguán, vuélvelo polvo sin compasión. Lala Lara larala Lailai larai larai Lara Lara lalala lalara lalara lalara Lara rarala Lalala lalara lalara Lara rarala Gue! El San Pedro de mi tierra es un santo milagroso juega chapa con los negros y descubre a los tramposos" Baila, baila coticero, Como tú lo sabes hacer. Baila, baila coticero, como tú lo sabes hacer que si se rompe la cotiza, Yo lo vuelvo a componer.
Que si se rompe la cotiza, Yo lo vuelvo a componer Y se me ponen de frente, Porque lo voy a llamar. Y se me ponen de frente, Porque lo voy a llamar En esta vuelta y la otra, Voy a cambiar la toná. En esta vuelta y la otra, Voy a cambiar la toná Pégale Pedro, pégale Juan, Pégale Pedro, pégale Juan, Lala Lara larala Lailai larai larai Lara Lara lalala lalara lalara lalara Lara rarala Lalala lalara lalara Lara rarala Gue!” En medio de ese jolgorio, Juan no le quitaba la mirada a la negra Mercedes y juntos se sentaron alrededor de una mesa para almorzar y compartir el tropezón, el teretere, la cafunga y la conserva de sidra, que abundaba en cada mesa. Allí estuvieron conversando y tomando una guarapita por horas, entre amigos y familiares, como si estuviesen celebrando por adelantado un gran acontecimiento.
Entonces la negra Mercedes le dijo al oído a Juan, con un susurro de pajarito tímido:”Sí me voy contigo”. Esa tarde, antes de que el sol terminara de esconderse, Juan tenía en su camión un catre matrimonial, un bojote inmenso con los trapos de Mercedes, varios paquetes que contenían mil velas, mucho licor de caña y condujo por la carretera de tierra, con destino a su finquita, acompañado de la bella Mercedes.
También, la señora Tomasa -la madre de Mercedes-, se fue con ellos, para recordarles todos los días que "…se tenían que casar, así San Pedro les haya echado la bendición”.
Fue la señora Dolores quien dijo que Juancito había pedido una mujer a San Pedro y se lo habían concedido, pero también le mandaron la “ñapa” y ese fue el sobrenombre que le pusieron a la señora Tomasa por los lados del cerro “Zamurito”.
Entonces, recogió sus implementos de labranza y los guardó en un depósito, luego se fue al río; se dio un baño rezado con la señora Dolores, para que “sus caminos se abrieran” y pudiera obtener el sí de la negra. Luego, se fue al pequeño altar y le puso una vela a San Pedro, junto con un vaso de licor de caña, haciéndole la petición de conseguir como compañera a la bella Mercedes y a cambio le ofrecía 1.000 luces de velas encendidas en una noche con mucho licor de caña todos los 29 de junio por siete años, como promesa.
Cargó su camión de varias panelas de papelón ofrecido a la mujer de su compadre Chuo, licores para festejar, queso hecho en su finquita, chicharrones, dos mudas de camisas que se había comprado en el pueblo de Petare para la ocasión y un vestido de dibujos floreados, que le regalaría a la negra Mercedes. De esta manera, se puso su sombrero de pajilla y condujo el vehículo hacia el pueblo, bordeando el río y atravesando la plantación de caña, para luego buscar la casa de su compadre Chuo Colmenares y comenzar la vigilia al santo; cantarle, improvisarle unos versos durante toda la madrugada y parrandear por las calles del pueblo; animando a la gente y compartiendo con los amigos de siempre: Especialmente con Justo Guevara, donde estuvo el santo guardado por un año.
Efectivamente, así terminó de pasar aquel día, entre amigos, parrandeando; tocando el cuatro, comiendo un mondongo que había preparado la familia González y terminando donde su compadre Chuo todo hediondo a licor de caña, manufacturado clandestinamente, muy cerca del trapiche de la hacienda “El ingenio”. Guindado en una hamaca lo consiguieron los primeros rayos del sol del día siguiente, arrullado por el trinar de azulejos, paraulatas y un ruidoso cristofué, que parecía estar en lo alto de un inmenso apamate detrás de la casa de Chuo, despertando a la gente para que no dejaran de ir a misa. Como a las cinco de la mañana, ya la mujer de su compadre tenía las arepas montadas en el budare, entonces sacaron el chicharrón con mucha carne y también lo pusieron en la plancha para que se calentara, cuestión de desayunar y seguir a la misa que se daría en la iglesia “Santa Cruz de Pacairigua”, con su inmensa plaza -donde la estatua de “El Libertador” nunca fue erigida-, al frente, dispuesta para seguir la parranda de aquel día, abundante de sol y mucho calor.
Desayunaron rápidamente, para evitar que el tiempo los dejara atrás y se fueron a la iglesia, donde estaba todo el pueblo. La iglesia se encontraba completamente llena y el padre Camilo Iturrieta, ejecutó la misa limpiamente, en un ambiente de alegría, que él estaba conociendo después de venir del viejo continente, encontrándose con la magia que flotaba en los aires; en las miradas multi expresivas y en las costumbres de un pueblo mestizo, que se escapaba de la rigidez del sacramento, como imponiendo su propia interpretación de la eucaristía. Al terminar la misa, afuera de la iglesia, el ambiente de alegría era simplemente desbordante. Los parranderos, vestidos con levita y pumpá, parecían un batallón del mismo ejército acantonado en Guatire, formados para el baile; uno de ellos llevaba la imagen del santo, otro llevaba una bandera amarilla y roja; acompañados por músicos populares que interpretaban el cuatro y las maracas, que comenzaban a dar los acordes de la parranda.
La negra Mercedes estaba allí radiante de alegría, con su falda de flores rojas, sus alpargatas nuevas y su blusa blanca, confeccionada por la señora Encarnación, con telas traídas de Holanda, en alguna embarcación jugando al contrabando. Juan se le acercó y le dio un beso vigilado por la madre de Mercedes, que cuidaba al extremo la dignidad de la negra como si fuera el santo niño de Atocha. Al frente de los parranderos, bailaban los tucusitos, dos niños vestidos de amarillo y rojo, imitando dos arlequines, al son de una percusión alegre que hacían los cueros amarrados a las cotizas y un hombre vestido de mujer, bailaba incesantemente, cargando su muñequita de trapo; que recordaba la promesa hecha por María Ignacia y su marido, a San Pedro, por la salud de su hija Rosa Ignacia.
Entonces, los parranderos comenzaron a cantar y a caminar por las calles del pueblo haciendo oír estos versos: “Buenas tardes, doy señores, Buenas tardes, vengo a dar. La Parranda de San Pedro, Que les vengo aquí a cantar. Baila, Baila, María Ignacia Como tu sabes bailar Baila, Baila, María Ignacia Como tu sabes bailar Un pasito, para`lante Y otro paso para`atrás Un pasito, para`lante Y otro paso para`atrás Y se me ponen de frente Porque los voy a llamar, Y se me ponen de frente Porque los voy a llamar.
En esta vuelta y la otra, Voy a cambiar de toná. En esta vuelta y la otra, Voy a cambiar de toná Guachi, guachi pasó por aquí, Guachi, guachi, Pasó por aquí. Con una pequeña tinaja de anís Lala Lara larala Lailai larai larai Lara Lara lalala lalara lalara lalara Lara rarala Lalala lalara lalara Lara rarala Gue! Dos cosas tiene Guatire, Que no las tiene otro pueblo. Dos cosas tiene Guatire, Que no las tiene otro pueblo La rica conserva e sidra, y la parranda de San Pedro La rica conserva e sidra, Y la parranda de San Pedro Baila baila tucusito como tu lo sabe´ hacer, baila baila tucusito como tu lo sabe' hacer moviendo bien las banderas pal' derecho y al revés, moviendo bien las banderas pal´ derecho y al revés, Y se me ponen de frente porque los voy a llamar en esta vuelta y la otra voy a cambiar la toná, y se me ponen de frente porque los voy a llamar en esta vuelta y la otra voy a cambiar la toná, pégale Pedro, pégale Juan, Pégale Pedro, pégale Juan, Pasa pa' dentro que 'ta en el zaguán, vuélvelo polvo sin compasión. Lala Lara larala Lailai larai larai Lara Lara lalala lalara lalara lalara Lara rarala Lalala lalara lalara Lara rarala Gue! El San Pedro de mi tierra es un santo milagroso juega chapa con los negros y descubre a los tramposos" Baila, baila coticero, Como tú lo sabes hacer. Baila, baila coticero, como tú lo sabes hacer que si se rompe la cotiza, Yo lo vuelvo a componer.
Que si se rompe la cotiza, Yo lo vuelvo a componer Y se me ponen de frente, Porque lo voy a llamar. Y se me ponen de frente, Porque lo voy a llamar En esta vuelta y la otra, Voy a cambiar la toná. En esta vuelta y la otra, Voy a cambiar la toná Pégale Pedro, pégale Juan, Pégale Pedro, pégale Juan, Lala Lara larala Lailai larai larai Lara Lara lalala lalara lalara lalara Lara rarala Lalala lalara lalara Lara rarala Gue!” En medio de ese jolgorio, Juan no le quitaba la mirada a la negra Mercedes y juntos se sentaron alrededor de una mesa para almorzar y compartir el tropezón, el teretere, la cafunga y la conserva de sidra, que abundaba en cada mesa. Allí estuvieron conversando y tomando una guarapita por horas, entre amigos y familiares, como si estuviesen celebrando por adelantado un gran acontecimiento.
Entonces la negra Mercedes le dijo al oído a Juan, con un susurro de pajarito tímido:”Sí me voy contigo”. Esa tarde, antes de que el sol terminara de esconderse, Juan tenía en su camión un catre matrimonial, un bojote inmenso con los trapos de Mercedes, varios paquetes que contenían mil velas, mucho licor de caña y condujo por la carretera de tierra, con destino a su finquita, acompañado de la bella Mercedes.
También, la señora Tomasa -la madre de Mercedes-, se fue con ellos, para recordarles todos los días que "…se tenían que casar, así San Pedro les haya echado la bendición”.
Fue la señora Dolores quien dijo que Juancito había pedido una mujer a San Pedro y se lo habían concedido, pero también le mandaron la “ñapa” y ese fue el sobrenombre que le pusieron a la señora Tomasa por los lados del cerro “Zamurito”.
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