Chucho, en navidad
Chucho, vino en navidad. Solo cuando iba llegando a la estación del metro de Caricuao, caí en cuenta que no recorría esa vía desde finales de la década de los años 80, cuando hice el recorrido por primera vez para visitar una empresa, en cuestiones de trabajo. En lo que salía del metro, me consigo con su mirada triste y su semblante demacrado. Estaba tirado en un rincón como si allí esperara la muerte o la benevolencia de un alma caritativa, que le tendiera la mano, en una actitud samaritana, como hizo alguna vez el mismo Cristo, sanando enfermos con su mano y su oración. Sinceramente me conmovió el espíritu. Tenía un trapo amarrado en una de sus extremidades, que hacía las veces de curetaje, hecho como si estuviese en medio de una guerra. Entonces, llamé a mi hermano para que me ayudara a socorrerlo y efectivamente, se presentó en menos de una hora con su maletín de primeros auxilios. Mientras mi hermano le descubría su herida y lo limpiaba, extrayéndole más de 50 gusanos e inyectándole antibióticos, yo me limitaba a darle de beber agua y precisando su demacrado rastro con un hambre contenida. No decía una sola palabra. No expresaba un solo sonido. Solo su mirada de agradecimiento le brotaba espontáneamente. Entonces, decidímos cargarlo delicadamente y llevarlo a casa esa noche de navidad, a lo cual no hizo ninguna resistencia y mi hermano decía que estaba muy débil, pero no fallecería con un poco de suerte. Tenía posibilidades de salvarse. De esa manera, en casa, le bañamos; le dimos de comer y hasta le hidratamos con suero, además de recuperarle con vitaminas y mucho afecto para tratar de que olvidara su situación de calle. Era un bello perrito pequinés en situación de calle y esa noche de navidad durmió muy cerca del pesebre. Por ello, mi hermano le rebautizó con el nombre de Chucho.
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