Se fue volando como un pajarito
Nadie sabía explicar de dónde venía ni a dónde iba. Tampoco ella sabía decir de dónde era.
La encontraron deambulando de un lugar a otro de la calle, pidiendo cualquier cosa para comer.
Entonces, algunas mujeres le daban agua, comida y ella se iba caminando lentamente, viendo para todos lados y se sentaba en le plaza por horas y hasta dormía sentada por las tardes, en un banco de madera verde, que queda debajo de una mata de mango, que solo carga en mayo y dura echando frutos por treinta días y que son la delicia de pájaros carpinteros, azulejos, maiceros, paraulatas y hasta canarios silvestres que van y vienen, en parejitas de enamorados y que trinan todo el tiempo como si se llamaran a cada instante.
Isidora, la mujer del español Jacinto Aguirre, que tiene una bodega de víveres en la esquina de la plaza, se le acercó un día y le preguntó: “-¿Qué hacía sola pasando trabajo en la calle? ¿Es que no tienes familia?” Entonces, Evarista le contestó que si tenía familia, que tenía haciendas, que tenías animales y que tenía árboles sembrados en sus tierras, pero nadie le creía; nadie la tomaba en cuenta con sus palabras que se las llevaba el viento como si nunca hubiesen sido pronunciadas.
Una mañana Isidora, fue a la plaza a llevarle un café y no la vio por ninguna parte. Nadie supo decir algo sobre su destino. Ni el señor José que vendía periódicos en la esquina; ni el señor Raúl que vendía hortalizas y flores que llegaban temprano desde Galipán. Nadie supo decir nada.
Y más nunca Evarista portó por esos lados como si hubiese trasmutado en pájaro y se hubiese ido volando con el cielo como destino.
La encontraron deambulando de un lugar a otro de la calle, pidiendo cualquier cosa para comer.
Entonces, algunas mujeres le daban agua, comida y ella se iba caminando lentamente, viendo para todos lados y se sentaba en le plaza por horas y hasta dormía sentada por las tardes, en un banco de madera verde, que queda debajo de una mata de mango, que solo carga en mayo y dura echando frutos por treinta días y que son la delicia de pájaros carpinteros, azulejos, maiceros, paraulatas y hasta canarios silvestres que van y vienen, en parejitas de enamorados y que trinan todo el tiempo como si se llamaran a cada instante.
Isidora, la mujer del español Jacinto Aguirre, que tiene una bodega de víveres en la esquina de la plaza, se le acercó un día y le preguntó: “-¿Qué hacía sola pasando trabajo en la calle? ¿Es que no tienes familia?” Entonces, Evarista le contestó que si tenía familia, que tenía haciendas, que tenías animales y que tenía árboles sembrados en sus tierras, pero nadie le creía; nadie la tomaba en cuenta con sus palabras que se las llevaba el viento como si nunca hubiesen sido pronunciadas.
Una mañana Isidora, fue a la plaza a llevarle un café y no la vio por ninguna parte. Nadie supo decir algo sobre su destino. Ni el señor José que vendía periódicos en la esquina; ni el señor Raúl que vendía hortalizas y flores que llegaban temprano desde Galipán. Nadie supo decir nada.
Y más nunca Evarista portó por esos lados como si hubiese trasmutado en pájaro y se hubiese ido volando con el cielo como destino.
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