viernes, 8 de agosto de 2014

A CLASES

¡A clases!
Fue el sábado, cuando mi mami me dijo que el lunes comenzaría en la escuela. Yo no tenía idea de nada; no sabía dónde quedaba y tampoco tenía idea de cómo era. Entonces, ni pendiente. El domingo, me probaron una braguita azul, unos zapatitos de goma y una franelita. También me compraron un lápiz, un sacapuntas, una goma de borrar, la cartilla “Mantilla” que era amarilla, una cajita de 6 creyones y todo eso fue a parar a una bolsa de tela, que hacía las veces de bulto escolar. Mi hermano Carlos, que ya tenía como 11 años, fue quién me dio una orientación de lo venía. “Mañana –me dijo-, vas a la casa de la señora María-quien le había enseñado sus primeras letras-, es una bruja, que te maltrata, te regaña si no le haces caso, te da de comer caraotas todos los días, te pone a dormir y te vuelve a levantar para ponerte a hacer las planas y si no la haces, o te pones gracioso, pues te da un palmetazo en la mano y te castiga arrodillado en un rincón”. La forma como mi hermano pronunciaba las palabras, me puso como un erizo y por poco me orino del miedo. Entonces, fui inmediatamente donde mi mamá y le pregunté que si sabía dónde me estaba metiendo, porque yo pensaba que no viviría para contarlo. Llegó el día lunes y pasamos por una bodeguita donde me compraron una galletita salada para la merienda, que acompañaría mi provisión con un cambur previamente metido en el bolso. Cuando llegamos a la escuelita, la señora María estaba recibiendo a sus alumnos. Yo estaba cundido de terror, me temblaban las piernas, me dolía el estómago, sudaba las manos y no quería soltar la mano de mi mami. Entonces, mamá me dijo con su voz de mando: ” No me hagas pasar pena aquí, que ya tu eres un hombrecito de 4 años, así que se me pone duro, entra a clases y le hace caso a la maestra”.

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