sábado, 9 de agosto de 2014

!Voy jugando a Rosalinda!

Voy jugando a Rosalinda
El tipo era un botarata que andaba realengo por esas llanuras, seguramente de parranda en parranda y en una de esas juergas se consiguió a la hermosa Rosalinda. Ella era una mulata de ensueño –según nos relata el poeta Guariqueño Ernesto Luis Rodríguez-, quizás una virgen con pocas primaveras, quien sucumbió ante la imagen de un cantador de corríos y al ceder ante la petición de amor, que nunca falta ante una muchacha bonita, ambos pasaron días de encuentros, de amores bañados de pasión, en cualquier parte de un descampado o bajo un romántico palmar. El tipo se prendó de Rosalinda con los ojos saltones ante tanto atractivo y esa belleza singular de la mujer joven, fresca, virginal, pícara y dulce que se encuentra en estas tierras de magia y trópico. Es decir, que se quedó pegado al olor del amor inesperado como perro maluco que no deja de acosar a su consorte, que a su vez atraviesa un momento difícil de olores hormonales. Entonces, el tipo le dice a Rosalinda, que recoja sus trapos y se la lleva montada en su caballo como si la muchacha fuera una fruta silvestre. Quizás la hermosa Rosalinda no tenía nada que perder y se atreve sin mirar hacia atrás en tomar la gran decisión de fugarse sin despedirse de nadie, dejando el jagüey a sus espaldas como un viento que se pierde sin retorno. Y se escapa con el hombre que aún no termina de conocer. Terminan una tarde metidos en un caney lleno de joropo y aguardiente, en aquellos tiempos perdidos de la memoria y el tipo -que no sabemos su nombre- comienza a apostar incontrolablemente, jugando hasta la cobija y quedando “tan pelao” que hasta el sombrero-seguramente, un hermoso pelo de guama-, había cambiado de manos. El indio que había ganado todos sus corotos, seguramente le miraba con la suerte en los labios y brindando aguardiente en medio de la celebración y de la paliza que le había dado al recién llegado jugando a los dados. En ese momento el tipo botarata, se da cuenta que aún tenía lo más preciado de sus pertenencias y no era otra cosa que la espectacular Rosalinda y entonces tomando a puño cerrado los dados levanta su mano y grita: ¡Voy jugando a Rosalinda! Cosa insólita nunca vista –como para que se le paren los pelos a uno- y entonces todo “guelefrito”, o sea los peones, se acercaron para ver el lance. ¿Se ha visto tamaña cosa, que un hombre se juegue a su mujer, en un acto desesperado? Pero, la suerte le mostró la sonrisa y el tipo no perdió a Rosalinda y recuperó sus corotos. Al final del cuento, el indio se quedó con las ganas de tener a la mulata, como si un sueño se desvaneciera dejando un sabor a frustración. El tipo se montó en su caballo con Rosalinda sujetada a su cintura: seguramente la hermosa mujer estaba molesta y recriminándole la osadía de jugarla como si fuera un perol. Este poema de nuestro ilustre cultor guariqueño nos pone a pensar muchas cosas y siempre los que se han detenido a reflexionar comparan a Venezuela con Rosalinda.:. ¡se le paran los pelos a uno!

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