El caso del berebere
Llegaron treinta minutos antes que comenzara el seminario en el Diario y habían tantos vehículos estacionados alrededor del edificio nuevo, que se hacía muy difícil estacionarse y conseguir puesto. No había más alternativa que aparcar a riesgo en la calle y rogar a los cielos que ningún ladronzuelo sin escrúpulos se enamorara del carrito con 20 años encima.
Los demás vehículos eran de modelos recientes y costaban 10 o 15 veces más que su carro. Alejandro, le puso la tranca palanca a la manilla de cambios, conectó el cortacorriente, cerró bien las puertas y encendió la alarma, que hizo un sonido de polluelo de gavilán pidiendo comida a las seis de la mañana.
Inmediatamente, un sujeto que parecía un aldeano berebere de una tribu árabe en pleno desierto, salió de la nada como sale un conejo de una chistera de manos de un mago, y con su cara inexpresiva de vendedor ambulante le dijo “que le cuidaría el carro por 50,00 Bs.”.
-¿Qué? -exclamó Alejandro sin pensarlo, totalmente sorprendido- ¿Usted cree que yo le voy a pagar 50 Bs. por cuidarme el carrito un ratito?
-Si -le respondió el berebere-, eso es lo que paga todo el mundo aquí.
-Pero, si estamos en la vía pública y esto no es estacionamiento.
Entonces, le dio la espalda al cuidador de carros y se dirigió al edificio. Allí estaba un policía y Alejandro lo puso al tanto sobre el cuidador de carros con precios exagerados y el gendarme le contestó: “Es verdad por allí roban muchos carros a toda hora”.
Inmediatamente, Alejandro se devolvió, consiguió al berebere y le dio los Bs 50, y le dijo:
- Lo pensé bien. Creo que usted debe cobrar lo justo por su trabajo.
Los demás vehículos eran de modelos recientes y costaban 10 o 15 veces más que su carro. Alejandro, le puso la tranca palanca a la manilla de cambios, conectó el cortacorriente, cerró bien las puertas y encendió la alarma, que hizo un sonido de polluelo de gavilán pidiendo comida a las seis de la mañana.
Inmediatamente, un sujeto que parecía un aldeano berebere de una tribu árabe en pleno desierto, salió de la nada como sale un conejo de una chistera de manos de un mago, y con su cara inexpresiva de vendedor ambulante le dijo “que le cuidaría el carro por 50,00 Bs.”.
-¿Qué? -exclamó Alejandro sin pensarlo, totalmente sorprendido- ¿Usted cree que yo le voy a pagar 50 Bs. por cuidarme el carrito un ratito?
-Si -le respondió el berebere-, eso es lo que paga todo el mundo aquí.
-Pero, si estamos en la vía pública y esto no es estacionamiento.
Entonces, le dio la espalda al cuidador de carros y se dirigió al edificio. Allí estaba un policía y Alejandro lo puso al tanto sobre el cuidador de carros con precios exagerados y el gendarme le contestó: “Es verdad por allí roban muchos carros a toda hora”.
Inmediatamente, Alejandro se devolvió, consiguió al berebere y le dio los Bs 50, y le dijo:
- Lo pensé bien. Creo que usted debe cobrar lo justo por su trabajo.
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