viernes, 8 de agosto de 2014

Almorzando en la escuelita

Almorzando en la escuelita
La mañana transcurrió tan rápido que no pude terminar de completar unas cuatro líneas de primeras letras escritas sin orden, una debajo de otra como si fuera la carretera Caracas-La Guaira. Al mediodía, algunas madres fueron llegando para retirar a sus niños y la mía no aparecía por ningún lado. Luego, me enteré que yo me iría más tarde porque estaba semi-internado junto a un grupo grande de niños. La maestra María nos pasó a un cuarto inmenso como una sala de fiestas, donde había una mesa grande con sus banquetas. Allí se almorzaba y a un costado había una pila de colchonetas para descansar posteriormente. También había un televisor grande en blanco y negro donde estaban pasando un capitulo de “El llanero solitario.” Una señora gorda y negra con una pañueleta blanca en la cabeza y un delantal de cuadritos rojos y blancos nos mandó a lavar las manos para poder sentarnos a la mesa y almorzar. Allí estaba el plato de caraotas negras -que me había dicho mi hermano Carlos-, que no faltaba todos los días. Pero, para mi disgusto, parecía una sopa de cebollas con caraotas y si hay algo que yo no pasaba de la garganta a esa tierna edad, era precisamente la cebolla. Iban acompañadas de arroz y me parece que revoltillo. Me tardé mucho en comer, sobre todo separando en la periferia del plato los pedazos de cebolla que le dieron al mismo un aspecto artístico que no le cayó bien ni a la maestra, ni a la cocinera. De esa manera, me mandaron a dormir dándole la espalda a todos, sin ver televisión y viendo la pared en una especie de tortura china. Estuve pensando mucho sobre mi desgracia. Pero no perdí el tiempo y entonces dibujé casitas, carritos y muñequitos en la pared con un clavito que habría conseguido en alguna parte y guardaba en los bolsillos de mi braga. Como a las dos de la tarde nos metieron nuevamente en el salón para seguir con las planas y yo me estuve cayendo de sueño en medio de un fastidio jamás vivido por un niño y me quedé dormido sobre el escritorio hasta que mi hermano Carlos me fue a buscar, como un caballero que andaba intrincado en una selva salvando a inocentes y protegido por alguna hada madrina.

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