A golpe de cuatro de la tarde
No lo hacíamos siempre. Solamente cuando estábamos muy fastidiados y queríamos hacer algo diferente y contribuir de alguna manera con el saneamiento ambiental de la comunidad, que estaba a merced de las ratas y los ratones. Era horrible. “…Que levante la mano aquel cristiano que no tenga problemas de ratas en su casa…”-solía decir, para convencer a los muchachos e ir...nos al paredón, al lado de la casa de la negra Celina y la flaquita de Coromoto, donde las ratas, que eran grandes como conejos se paseaban a placer, a golpe de cuatro de la tarde.
Si, esa era la hora, que por alguna razón jamás descubierta, las ratas bajaban la guardia y no podían evitar salir de sus madrigueras a sabiendas, que siete u ocho de nosotros estábamos parados con varias “guarataras” en mano como un escuadrón de fusilamiento, preparados para lanzarles una lluvia de ellas , buscando aniquilarlas.
Recuerdo una rata inmensa, gorda con unos ojos negros, muy negros; que sacaba la cabeza por su hueco, para mirarnos como retándonos y la volvía a meter. De repente, salía corriendo y recorría como tres metros y se metía en otro hueco esquivando piedras con una destreza impresionante, a pesar de lo gorda que era. Esa era la que yo quería dejar en el sitio de un solo peñonazo. Después de unos doce intentos lo logré: la rata quedó en el sitio de un guaratarazo, rodeada como de 20 piedras, que no habían logrado su cometido…hasta que ese día, a golpe de cuatro de la tarde, se acabaron sus días asustando mujeres indefensas.
No lo hacíamos siempre. Solamente cuando estábamos muy fastidiados y queríamos hacer algo diferente y contribuir de alguna manera con el saneamiento ambiental de la comunidad, que estaba a merced de las ratas y los ratones. Era horrible. “…Que levante la mano aquel cristiano que no tenga problemas de ratas en su casa…”-solía decir, para convencer a los muchachos e ir...nos al paredón, al lado de la casa de la negra Celina y la flaquita de Coromoto, donde las ratas, que eran grandes como conejos se paseaban a placer, a golpe de cuatro de la tarde.
Si, esa era la hora, que por alguna razón jamás descubierta, las ratas bajaban la guardia y no podían evitar salir de sus madrigueras a sabiendas, que siete u ocho de nosotros estábamos parados con varias “guarataras” en mano como un escuadrón de fusilamiento, preparados para lanzarles una lluvia de ellas , buscando aniquilarlas.
Recuerdo una rata inmensa, gorda con unos ojos negros, muy negros; que sacaba la cabeza por su hueco, para mirarnos como retándonos y la volvía a meter. De repente, salía corriendo y recorría como tres metros y se metía en otro hueco esquivando piedras con una destreza impresionante, a pesar de lo gorda que era. Esa era la que yo quería dejar en el sitio de un solo peñonazo. Después de unos doce intentos lo logré: la rata quedó en el sitio de un guaratarazo, rodeada como de 20 piedras, que no habían logrado su cometido…hasta que ese día, a golpe de cuatro de la tarde, se acabaron sus días asustando mujeres indefensas.
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