Jugando chapitas
“Mortadela” era el líder del grupo y esa tarde estaba entusiasmado con jugar “chapitas” en el fondo del callejón donde no molestábamos a nadie, en todo el frente de una escalera que conducía a la calle principal y donde quedaba la peluquería de la señora Ramona, quien era experta desrizando el cabello a toda negra que vivía en el barrio, incluyendo a la mamá de “Mortadela”.
Todos queríamos jugar, entonces propusimos que cada juego fuera de tan solo tres entradas para dar oportunidad a todos. “Muy bien”-dijo “Mortadela”, con su aire de mandamás y entonces, asignó tareas como barrer el sitio que se transformaría en cancha y mandó igualmente a visitar las bodeguitas para solicitarle a los dueños que nos regalaran las chapas de los refrescos, que después de destaparlos con un artificio que estaba clavado en el mostrador con el símbolo de una marca de refrescos, la bendita chapita caía en un perol, para evitar que el piso se llenara de las mismas-. A mi me tocó visitar tres bodeguitas que quedaban en las casas de mis vecinos y a todos los conocía por su nombre, razón por la cual no se me hizo difícil pedir el favor.
Entonces, yo mismo entraba al negocio y vaciaba el perol cargado de chapitas de chicha, malta, refrescos de tamarindo, mandarina, naranjas, colita y cervezas; para luego vaciaras en un pote grande de plástico, que usábamos como envase de chapitas para el pitcher.
Nos faltaba el bate que era un palo de escoba moderna, el cual se desenroscaba y que era de la señora Ramona, la mamá de “Mortadela”. Jugamos toda la tarde, como hasta las cinco cuando, salió la señora Ramona buscando su escoba y gritando improperios contra el pobre “Mortadela”, quien finalmente, quedó castigado todo el fin de semana, a ver los juegos desde su ventana.
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