jueves, 28 de agosto de 2014

El gatito Mota


Una mascota efimera: El gatito, Mota.
Durante mis primeras vacaciones escolares, tuve un gatito. De eso hace tiempo, fue por allá, por el año 1965. Se llamaba "mota" y era atigrado de color gris y grandes ojos verdes. Nada cariñoso, al contrario, era muy belicoso, agresivo, arañaba y a todo el mundo le pelaba los dientes en son de ataque. Lo peor del asunto es que orinaba en todas partes y mi mamá lo comenzó a mirar con cierto rechazo. Para colmo se escondía debajo de los muebles y hasta debajo de las camas, lo cual hacía muy difícil amaestrarle. Era un verdadero sujeto insociable. Yo le defendía todos los días porque mi mamá lo amenazaba con dejarlo flotando en El río Guaire. Un día algo pasó como a las dos semanas de estar en casa. Algo comió el ingrato gato, pues defecaba hediondisimo y la casa permanecía con un hedor aborrecible, el cual inundaba todo y sobretodo cuando mamá llegaba del trabajo y respiraba esa fetidez desagradable, entonces preguntaba: ¿Dónde está ese gato hediondo y no se qué cosa, ese gato despreciable? Yo supe que sus días estaban contados. Y efectivamente, una mañana bien temprano, la orden estaba dada después de descubrir que el gatito había defecado como nunca, arriba de la cama de mi madre. “Lo dejaron bien lejos-me dijo mi hermano-, pero por lo menos no le lanzaron al río Guaire.”. Ni modo, me quedé sin mascota y aquellas vacaciones las recuerdo como una breve pasantía de “mota” en la casa, un huésped que hizo lo imposible por vivir en un parque o, a orillas del río Guaire.

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