sábado, 9 de agosto de 2014

La señora de la blusa amarilla

La señora de la blusa amarilla
La señora de la blusa amarilla estaba contando a su compañera de puesto en la camionetita: “…No quise mandar a mi hijo a la panadería porque en ese momento había un enfrentamiento a tiros entre dos malandros. Entonces, le dije: “Hijo esperemos un rato y yo misma te compro el pancito dulce”. Efectivamente, después que se calmó la cosa y sacaron del barrio a una niña herida, porque una bala entró a su cuarto, y se calmó la algarabía de la gente para ver quién era el hombre tirado en la calle en medio de un charco de sangre; me tomé mi tiempito y fui a comprar el pan dulce, para la merienda de las cuatro de la tarde de mis niños, que suelen mojarlo en leche mientras ven a la televisión, o una película en el DVD... Salí de mi casa rápido y crucé la calle bordeando al difunto; un jovencito con cara de pocas pulgas, quien era abrazado por su madre mientras lloraba y recogía la pistola 9 mm., que le había quedado debajo del cuerpo: Era el “Danielito” a quien yo le regalaba pelotas de goma para que me botara la basura hace como 8 años tan solo, quien aparentemente había recibido no menos de nueve balazos como si fuera una película mexicana, donde Antonio Aguilar decide caerse a tiros, por un simple despecho o porque perdió una apuesta en el juego de cartas en una taberna de mala muerte, después de cantar una ranchera con gritos y todo. De esa manera, aproveché el momento como es usual y le di una palmadita en la espalda a la joven madre, que mojaba el pecho del muchacho con sus lágrimas y le di mi sentido pésame, mientras yo exclamaba “tan bueno que era ese muchachito”. En ese momento, dos muchachitos armados hasta los dientes entraron en la camionetica, en plena Av. Baralt y la señora de blusa amarilla sacó un fajo de billetes de dos bolívares y se lo entregó a uno de los chamitos, para luego exclamarle a su vecina: “Yo siempre estoy preparada, mija…”

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