Cazando al pez león
Durante la primera semana de marzo de este año 2014, mi amigo Ceferino Gallegos,-quien es un amante del buceo y del deporte náutico-, me invitó con su adorable esposa e hijos a pasear en su pequeño y confortable yate por las islas del archipiélago Los Roques.
No era un simple paseo -les digo-, Ceferino me dijo que quería cazar el pez león, el cual está haciendo estragos en la costa venezolana, comiéndose cuanto pececillo se consiga: es una verdadera plaga marina.
Yo, sinceramente no soy un experto en el buceo y lo más que he hecho en mi vida es salir a pescar Coro Coro en el golfo de Cariaco y de eso, hace mucho, pero mucho tiempo.
Como ustedes podrán imaginar, mi respuesta fue positiva, porque si hay algo que me gusta es ver el paisaje marino, las aguas azules, las costas serpenteantes, disfrutar un sol caribeño, tomar algo divinamente refrescante, comer pescado y zambullirme por el mero placer de sentir el agua como niño en piscina.
En cambio Ceferino y sus muchachos son unas estrellas en el buceo como si fueran hijos del mismo Dios Neptuno. Yo cuando mucho me he buceado las muchachas y las señoras bonitas que se me atraviesan en el camino.
La caza del pez león se hace con arpón y no es tan difícil. Yo recibí mi instrucción respectiva en el camino y me presté mentalmente para hacer el oficio, porque si hay algo que me indigna es que me digan “gallina” y todo eso. Ceferino ancló su yatecito al norte de El gran Roque y mientras su bella mujer -mi comadre- preparaba un sancocho de Carite con mucho ocumo chino, todos nos lanzamos al agua dispuestos a meterle un “arponazo” al terrible animalito, devorador de crías. Dentro del calmado mar todo estaba sin novedad.
Yo disfrutaba de la gran variedad de peces multicolores, tan hermosos, tan preciosos, que me encontraba extasiado ante tanta belleza de nuestra naturaleza: ¡Eso, no se ve todos los días! Ciertamente, me sorprendí al encontrarme con un pez león, pero “el muergano” se me escapó fácilmente y es que yo soy bien malo, en esas cosas.
De repente, me encuentro con un tiburón enorme-como de 5 metros, mínimo-, que me paró los pelos. El bicho se me quedó mirando de una manera tan fea, que creo que me oriné del susto, pero como estaba dentro del mar, ni pendiente.
Entonces, se me vino encima, con malas intenciones, sin duda y para colmo yo no tenía cómo defenderme. No tuve otro remedio que abrazar al tiburón y en cada oportunidad que podía le daba todos los golpes que tenía guardados hasta que lo hice huir. Si bien me oriné, también es cierto que el tiburón se fue bien morado a golpes.
Ni Ceferino ni sus hijos creyeron mi experiencia, pero mi bella comadre si disfrutó el cuento y me obligó a contarlo tres veces, mientras se tomaba un vino blanco, bajo la luna caribeña
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