Margarita, sale a trabajar
Había trascurrido dos meses de la muerte de Ramoncito. Ya no tenía hijos varones, ambos se los mataron en el mismo barrio donde crecieron, sin saber quiénes, ni por qué. Parecía una brujería y en varias oportunidades estuvo considerando visitar a Felipe el brujo por los lados de Lídice, cuestión de averiguar con los espíritus esta mala racha. Ambos muchachos fueron enterrados en lo alto del cementerio, cerro arriba, gracias a la recolecta que se hizo en el barrio y a la ayuda que le dio Luisito, quien trabajaba en la Alcaldía. Margarita sentía un dolor más que profundo, que rayaba con odio, sí realmente era odio; una rabia contra la vida, un sabor agrio en los labios, un hueco en el estómago. Allí estaba frente al espejo, pintándose los labios de rojo escarlata, espolvoreándose las mejillas con un colorete barato encendido de aromas y fragancias volátiles.
Se levantó lentamente como si cargara un peso enorme sobre las espaldas. Las piernas le pesaban y arrastraba los zapatos semi-calzados y aplastados en el talón. Se sentó en el pequeño comedor después de vaciar un poco de leche en un pocillo de plástico .Tomó un pedazo de pan dulce duro y lo fue remojando paulatinamente mientras se lo comía con el pensamiento. Se fue quitando los rolletes de la cabeza con mucho tacto como si estuviese moldeando una escultura. Suavemente peinaba su larga cabellera pintada de un rubio rojizo que le iba cayendo ondulante sobre los hombros... Se incorporó, recogió los trastes de la mesa y los depositó en el fregadero.
Caminó hacia la habitación. Apartó la cortina de flores rojas y ramas verdes, encontrando la cama matrimonial compartida antaño con Ramón, su marido. Se quitó la vieja bata y comenzó rápidamente a vestirse viendo el reloj con desesperación. Tomó el blumer negro y atrevido.
Se metió como pudo en el vestido negro que resaltaba sus caderas y sus piernas cortas y gordas. se montó en unos zapatos de tacón alto, tomó la cartera grande, pesada de previsiones. Se bañó de un pachulí insoportable a una respiración prolongada y salió en busca de la calle taconeando barrio abajo hacia el centro de la ciudad. Apartando de su camino el calor que dejaban los primeros rayos de Sol.
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