Con un ojo abierto y otro cerrado
Durante los primeros minutos de aquel 4 de febrero de 1992, yo no me podía imaginar que en Miraflores, se estaba ejecutando un extraño golpe de Estado, que naturalmente afectaría la historia del país, de una manera importante. Efectivamente, recuerdo haberme asomado a la ventana de mi habitación y mirar hacia el oeste para ver si veía algún lanzamiento de fuegos artificiales, pero no pasó nada. Sin embargo, se escuchaban ráfagas de disparos y si recuerdo claramente que exclamé-como siempre lo hacía en son de broma-: “… parece que están tumbando al gobierno, o tal vez la Guardia Nacional salió a implementar alguna redada descomunal contra el hampa, en los barrios de El Manicomio, Lídice y zonas aledañas”. Pero, mi mujer no me prestó la menor atención, y me dijo: “Esos son los delincuentes de siempre echando vaina en alguna parte”, entonces me acosté y me quedé dormido, después de pensar en mis labores del día martes. Fue como a las cinco de la mañana, que me entero del acontecimiento, cuando encendí la TV., para escuchar las noticias, mientras me tomaba el café y me preparaba para ir a la oficina. Literalmente, me quedé con la boca abierta al enterarme que unos oficiales golpistas habían intentado un golpe de Estado y que habían atacado a la residencia presidencial “La Casona”, como tiro al blanco. La primera imagen que vi en la televisión, fue la del Dr. Eduardo Fernández-secretario de COPEI-, censurando la sedición y estimulando al país para rechazar el golpe. Entonces, desperté a mi mujer, mientras sacaba la cabeza por la ventana para ver si había algún movimiento, pero la gente estaba durmiendo a juzgar por las luces apagadas. “Perro, le están dando un golpe a Carlos Andrés”-exclamé como si fuera un suspiro-. No podía creer: Que en Venezuela se estuviese dando un golpe militar como si nuestro país fuese un país bananero que arreglara sus problemas de asonada en asonada, como si fuera una novela de García Márquez donde los gobiernos se intercambian el poder en un juego de naipes tal cómo sucedía en el siglo XIX en esos países latinoamericanos donde el machete era rey; o como sucede en cualquier república africana donde las masacres y las luchas interétnicas de negros contra negros, son el pan de cada día y donde los militares viven conspirando constantemente y duermen con un ojo abierto y otro cerrado.
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