Peregrinación con la virgen del Carmen.
LUIS ALFREDO RAPOZO
Fue en 1978 que decidimos irnos de mochileros a la costa barloventeña. En los morrales llevábamos muchos enlatados con buen atún y sardinas de primera; galletas, bebidas deshidratadas, algo de vino y muchos deseos para vivir una aventura frente al mar por tres o cuatro días. Las necesidades que se nos presentaran serían cubiertas con dinero efectivo, que llevabamos en una carterita con una estampita de la virgen del Carmen.
Éramos dos solamente, pero parecíamos como una decena porque las encomendaciones que nos hizo la mamá de Ramón antes de salir, dieron oportunidad a que nos acompañaran muchos santos y vírgenes en la travesía.
Salimos bien temprano del Terminal “nuevo circo” en un autobús Mercedes Benz rumbo a Río Chico. A mitad de camino desayunamos unos deliciosos golfeados con queso de mano a orilla de carretera y al mediodía estábamos caminando por las calles del pueblo saludando a los niños que nos seguían como si fuéramos Alejandro de Humboldt y compañía. Nos ofrecían alojamiento en casas humildes, pero nosotros insistíamos en que dormiríamos a cielo abierto. Una señora nos dijo que tuviésemos cuidado con las culebras y con uno más que otro malandrito foráneo que nunca falta.
Igualmente, notificamos al puesto policial frente a la plaza “que estaríamos por allí” y entonces emprendimos el camino hacia la laguna de Tacarigua donde pernoctamos debajo de tres cocoteros.
Pasamos tres días estupendos frente al mar, compartiendo con las muchachas del lugar y con muchos turistas que llegaron en carpas; era como un pueblito multicolor. En las noches nos íbamos al pueblo para bailar frente a una rocola con las muchachas que conocíamos durante el día y luego regresábamos a nuestros tres cocoteros. Una noche, la marea subió de una manera impresionante y nos rebasó violentamente, llevándose todos nuestros peroles. Perdimos muchas cosas que el mar se llevó y no volvimos a ver.
Al día siguiente, descubrimos que en la cartera no había ni un centavo, solo la virgen del Carmen. En ese momento, decidimos regresar en una travesía de largas caminatas y colas, que nos daban los transeúntes de buena fe. Pero, llegamos a Caracas en la noche como si hubiésemos hecho una peregrinación cargando una virgen.
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