Dos veces al mes
El año pasado, me enteré de un caso terrible. Tan terrible que dan ganas de llorar y reír al mismo tiempo, como si fuera una obra de teatro llena de un drama cargado de lágrimas y hasta de sangre por la miseria humana.
Resulta que mi hermano Jacobo, que es un tipo “mala conducta” desde que era un chamito-pero, mala conducta, por lo travieso, irresponsable, embustero, indisciplinado y un largo etc.-, había decidido redimirse a sus 40 años de vida alegre.
Total que tiene un noviazgo con una muchacha de 24 años a quien le da clases en la universidad. Una relación moderna donde lo que faltaba realmente es que vivieran bajo el mismo techo -ustedes saben-.
Entonces, un día llega la propuesta de siempre. Esa que dice “papi, quiero que vayas a la casa y conozcas a mi familia. Quiero que te acerques más. Anda papito, te voy a cocinar un pabellón criollo -ustedes saben arroz, plátano frito, carne y caraotas- y pasamos un lindo domingo en casa, vemos el juego de pelota entre Caracas y Magallanes y nos tomamos unas cervecitas con mis hermanos”
-Bueno mamita, está bien, yo voy, le dijo mi hermano, viendo que no podía evadir el compromiso con la nenita que lo tenía como loco-.
Llega el domingo y se presenta en casa del caramelito de mi cuñada con sus flores por delante -ustedes saben-, un vino y un pastel para el postre.
Entonces, conoce a los hermanos, quienes eran unos “mamadores de gallo” –cosa que le encanta al mala conducta de mi hermano Jacobo.
Cuando aparece la mamá de la muchacha, el Jacobo se queda en una sola pieza. Era una mujer espectacular de unos 45 años, con un cuerpazo que la Iris Chacón parece una muñeca de trapo.
Las palabras no le salían de la garganta, las manos le temblaban y las piernas le bailaban merengue. "¿Y por qué te pasaba eso?", le pregunté a mi hermano, dos años después del suceso, cuando me lo contó con su cara de alegría.
-¿Es que era así tan bella, esa mujer?, le repregunté.
-Es que esa mujer era una “amiga alegre” con la cual me citaba dos veces al mes desde hace más de dos años, me dijo.
-Y entonces, ¿Qué hiciste?, le pregunté.
-Bueno chico, eso quedó allí. Yo no dije nada ni la suegra tampoco. Pero nos seguimos viendo dos veces al mes, como siempre.
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